Despertar

Capítulo 20:

   Scott sintió un peso extraño sobre su cuerpo, liviano pero no tanto, hecho una bola sobre su cintura ¿Qué era eso?

 

   Abrió un ojo, bastante confundido ¿Eso había sido un ronroneo?

 

   --¿Qué...?

 

   No había nada sobre él, solo un par de cabellos blancos muy cortos flotando junto a las partículas de polvo que entraban por la ventana abierta.

 

    Pasó su mano por la cara, espabilándose levemente.

 

   --¿Qué carajos fue eso? --maldijo en voz alta--. ¿Por qué me fui a dormir otra vez? ¡Tengo tareas hasta el cuello!

 

   Inmediatamente, como si nada se levantó de la cama malhumorado, y miró sorprendido su habitación ¿Cuando la ordenó tan bien? El escritorio estaba limpió y sin nada sobre la madera superior, los cajones estaban prolijamente cerrados, a la vez que la mesa y la silla parecían haber sido casi lustrados, no había ninguna prenda perdida sobre su cama ni el piso, tampoco su ropero estaba a rebosar de cosas como la mayoría de las veces ¿Qué había pasado? No sabía si agradecer o esconderse bajo la cama.

 

   Qué más da, pensó, mejor me cambio de ropa, este pantalón es súper incómodo. Fue hasta su ordenado ropero, y lo abrió.

 

   --¡¿Qué le pasó a mi ropa?! --gritó sorprendido.

 

   Sus camisetas lisas habían desaparecido, al igual que todos los joggings viejos, sus zapatillas tampoco estaban, sólo había un par de camisas, a cuatros y lisas, colgadas en sus perchas, había al menos tres pares de vaqueros nuevos, doblados en un estante, un par de zapatillas, casi botas.

 

   --Oh no... --murmuró asustado.

 

   Bajó las escaleras y corrió hasta la cocina, donde su madre y Lila discutían.

 

   --¡Salsa inglesa! --dijo Lila, armada con una sartén.

 

   --¡De soja!- contestó su madre de inmediato, con un cucharón de metal en su mano.

 

   --¡Inglesa!

 

   --¡Soja!

 

   Scott las miró confundido, hasta que vio lo que iban a comer carne roja.

 

   --¡Elige tú, Scott! --dijeron al mismo tiempo.

 

   Ese par de miradas, verde furioso, esperando su decisiva respuesta, dispuestas a fulminarle sin dudar.

 

   --¿Mostaza?

 

   Madre e hija soltaron una queja conjunta, él no cambiaba.

 

   --Te estaba por llamar, cariño --sonrió su madre, olvidando lo anterior--. ¿Cómo dormiste? ¿Te sientes bien?

 

   --Yo… Sí- sonrió confundido- Estoy bien, pero…

 

   --¡A poner la mesa, entonces! --aplaudió energéticamente la mujer--. Deben alimentarse bien ustedes dos ¡No quiero tener que ir a buscar a ningún desmayado por presión baja ni azúcar por los suelos!

 

   A regañadeces, Lila ayudó a poner los platos, según ella, había hecho mucho al cocinar con su madre. Scott la entendía, pero no desperdiciaba oportunidad de molestarla, como buen hermano mayor.

 

   --¿Qué le pasó a tu ropa? --preguntó Lila, "casi" bromista--. No sabía que tenías ropa presentable en ese desastre de ropero que tienes.

 

   La miró mal.

 

   --Mamá --la llamó--. Eso mismo te quería preguntar ¿Dónde están mis cosas?

   

  --Todo estaba en el canasto de la ropa sucia --dijo, casi con obviedad, señalando una de las puertas que daban a la cocina, el lavadero--. Cuando digo todo ¡Es todo! Me encontré cualquier cantidad de remeras a la miseria, pantalones hechos pedazos ¡Y tus zapatillas!

 

   Scott tembló.

 

   --Me hubieras dicho que necesitabas ropa, hijo --negó con la cabeza--. La mayoría de esa ropa, tuve que tirarlas...

 

   --¿Qué?

 

   --Lo que escuchas, hijo mío --se encongió de hombros su madre--. Deberás ir a comprar ropa uno de estos días

 

   --No, por favor, dime que es mentira --se agarró la cabeza el joven--. No tengo nada para mañana, ma --se desesperó Scott.

 

   --Yo vi bastante ropa nueva en tu armario.

 

   ¡Mi ropa! Se lamentó en silencio, no servía de nada seguir atormentándose.

 

   Resignado y deprimido, dio un bocado a la carne de su plato.

 

   Después de lavar los platos, ordenar la casa y un par de cosas más, cada quién se puso a hacer lo suyo, Scott ayudó a Lila con un par de tareas prácticas y ella con sus tareas teóricas.

 

   Scott volvió a su habitación y se sentó silencioso en su silla, mirando hacía el techo, como si las arañas de este le explicaran la situación.

 

   --Ir a comprar ropa --hizo una mueca, de puro sufrimiento--. Creo que me vestiré con una bolsa de papas cuando tenga que ir a clases.

 

   Esa ropa en su armario, no era otra más que los regalos de cumpleaños, navidad o reyes, de sus familiares lejanos ¡Ni entendía por qué! Era irónico para alguien de su edad y tamaño, pero su madre no se la dejaba rechazar, entonces se iba acumulando en su ropero junto a sus trastos. Y para su mala suerte, su madre no tiró ni donó esta ropa también, para su desgracia.

 

   Al parecer, algo de normalidad le quedaba en la vida.




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