CAPÍTULO 2
Sathor - Puerto Ilusión, Ghina
El agua del ancho y caudaloso río Badán, teñida de rojo por el hierro de las minas, corría suave pero constantemente. Apenas hacía un murmullo que era apagado por las voces de los trabajadores del puerto.
Amarró su barcaza y observó las lúgubres estrellas que flotaban por encima de su cabeza, mientras en un ademán automático, se volvió a recoger el cabello que caía sobre su rostro, pegándose a su piel transpirada; se había desacostumbrado al calor constante de Ghina.
Los puertos de Ghina tenían gran actividad comercial. Se alejó de la orilla y caminó por las calles pobladas de damoni y otras razas. A su izquierda, navíos de todos los portes de distintos lugares del continente; a su derecha, tabernas, depósitos y comercios de todo tipo.
Andaba por una calzada de adoquines rojizos que se alejaba del río. Luego de caminar diez minutos, la multitud comenzó a menguar y se empezaron a ver tiendas y viviendas lujosas.
Al llegar a la primera encrucijada, donde había un farol de color dorado que marcaba el inicio del pueblo, se encontraba la enorme mansión del alcalde. Tocó la aldaba y esperó. En unos segundos la puerta fue abierta por una hermosa damoni, alta y delgada, de cabellos dorados y ojos azules.
— Sathor, pero qué agradable verte — le dijo arrastrando las palabras de manera melosa.
— Busco a Nemrod — respondió lacónicamente.
— Claro, puedes pasar — sonrió. — Te está esperando — abrió la puerta para hacerlo entrar y se volteó para que la siguiera. Sathor cerró tras de sí y caminó viendo el suave contoneo de la mujer. Llevaba un vestido rojo y su cabello acariciaba incitantemente su cadera.
Luego de unos pasos, alcanzaron una escalera curva, alfombrada, y subieron por ella. Se detuvieron en la primera puerta, que abrieron sin tocar. Dentro, se hallaba Nemrod, el alcalde del pueblo; era la mismísima versión masculina de la rubia que lo había recibido.
El rubio estaba sentado detrás de un escritorio. La escena era muy inusitada: su expresión era preocupada y analizaba papeles que había desparramados frente a él, pero al mismo tiempo, tenía una mujer morena en su regazo, ligera de ropas, acariciando su cabello.
— ¡Sathor! — Exclamó al levantar la mirada hacia él. — ¿Traes mi encargo? — Sonrió alejando de sí a la muchacha, que se retiró entre risitas pícaras y saltitos juguetones.
— ¿Tienes el dinero?
— ¿Dinero? ¿No te sirve mi dulce Ani? — dijo señalando a su hermana, la joven que lo condujera hasta allí.
Sin responder, comenzó a darse la vuelta. Ani se apresuró a reclinarse contra la puerta en una seductora pose, pero tanto ella como su hermano sabían que no habían logrado su objetivo.
— Espera — volvió a decir Nemrod. — Claro que tengo tu dinero, ¿es que no sabes aceptar una broma? — Aclaró, sacando del escritorio una pequeña bolsa, que arrojó hacia él y cayó pesadamente a sus pies.
Se volvió inclinándose para comprobar que la cantidad era la convenida: diez monedas de oro. Se incorporó y sacó de su bolsillo una botellita translúcida, que cabía en una mano, de color rojo, llena de un líquido resplandeciente, sellada con lacre y un tapón de marmolita. La depositó delicadamente sobre los papeles. El rubio damoni la tomó y destapó ansiosamente, llevándola a su boca y dejando caer unas pocas gotas en su lengua, saboreó el elixir con expresión extasiada.
— Las mágicas manos de tu esposa hacen maravillas, Sathor. Te espero el mes entrante.
— Así será — contestó y se dispuso a irse.
— ¿No deseas descansar un rato? — Intervino Ani, acercándose a tocar su brazo casi casualmente.
— No — rechazó sin mirarla.
— Déjalo, que su bruja lo espera, la humana ha logrado atrapar el corazón del más poderoso damoni con sus artes.
Sathor sonrió por primera vez desde que había llegado, y despidiéndose con un movimiento de cabeza, se marchó de allí.
***
Antú - Límite de Libben con Ga’Til y Nabad
En las montañas que se encuentran al límite entre Ga Til, Libben y Nabad, Antú ya cansado de esconderse, decidió tomar el camino principal que llevaba a Zahar, la ciudad capital de Libben.
Por la noche, en sus sueños, una dríada se había presentado; la conocía de otras veces. Le informó que era ya el tiempo de cumplir la profecía y que debía viajar hacia el norte, así que, decidió emprender el encargo apenas comenzara a asomar el sol.
Por lo general andaba por el bosque, ya que le resultaba así más fácil evitar a los humanos que se asustaban sobremanera al verle. Durante siglos, en la mayoría de los reinos, se enseñaba de pequeños a los humanos a temer a cualquier criatura que fuera de otra especie, incluso negando su existencia, lo que ponía a los demás seres en situaciones cada vez más incómodas. En el único reino en el cual eso no sucedía, era en Libben, esto hacía que allí hubiera pocos humanos, a los cuales, los habitantes de los otros países consideraban locos, puesto que toda clase de mentiras se esparcían respecto de aquel lugar.
Ya cerca del mediodía, a lo lejos, divisó una carreta tirada por cuatro hermosos corceles; se notaba que se trataba de un próspero mercader. Decidió permanecer por el camino a ver qué sucedía, sin embargo, nada de lo que imaginaba pasó, ni el hombre, ni sus caballos se asustaron al verle, sólo se detuvieron a su lado para preguntar cómo estaba la ruta, una costumbre antigua de los viajeros para asegurarse de que no había peligro delante.