Lina - Al sur de Vintown
A la mañana siguiente no fue a su puesto en Vintown, ya que la reemplazó su esposo, que había regresado durante la noche.
Pasó el día recogiendo hierbas y preparando recetas de elíxires y pociones que Sathor debería llevar el mes entrante, pues algunas de estas llevaban un tiempo de estacionamiento. Victoria la ayudó y le hizo compañía. Al llegar la noche se dispuso a preparar la cena.
— ¿Quieres que te ayude con la cena? Ya has tenido mucha hospitalidad conmigo — dijo Victoria solícitamente.
— Claro, si gustas — sonrió la bruja.
— Bueno, puedo ayudarte a cortar los vegetales, no soy muy buena cocinera — dijo devolviéndole la sonrisa con entusiasmo.
Lina se puso de pie, alegre, presintiendo la cercanía de Sathor, y buscó la canasta de las verduras.
— Aquí tienes, debes cortar bastante porque mi esposo cenará con nosotras hoy — declaró. — Yo buscaré agua y recogeré unas hierbas aromáticas.
— Entonces, ¿hoy conoceré a tu esposo?
— Sí, como te dije, regresó en la noche. Ha estado en el pueblo, pero ya está por llegar.
Tomando el cántaro, Lina se dirigió raudamente al brazo más cercano del río Myr.
Cuando Sathor llegó, ella estaba recogiendo agua y se incorporó sonriéndole. Se besaron con ternura, mientras él tomaba el cántaro de sus manos.
— ¿Qué tal tu día? — preguntó Lina.
— Tranquilo. El carruaje que viste en la taberna proviene de Agyry, pero las personas no, hay ya muchos rumores acerca de ellos — comentó distraídamente observando a lo lejos a la joven que cortaba verduras junto al carromato. — ¿Es ella? — inquirió a su esposa.
— Sí. ¿Has notado su magia?
Sathor asintió en silencio, ya que estaban muy cerca del campamento.
Victoria levantó la mirada hacia ellos tímidamente, la joven ya había cortado las verduras y tenía todo listo para poner al fuego.
— Victoria, quiero presentarte a mi esposo, Sathor.
— Buenas noches, señor — contestó amablemente, mientras se volteaba a Lina para decirle que ya había terminado.
— Es un placer — respondió Sathor con voz suave — Lina me ha hablado mucho de usted, señorita.
— Gracias, Vicky, has sido muy amable en ayudarme — intervino la bruja, tomando las verduras y dirigiéndose al fogón, donde tenía el resto de los ingredientes de la cena, dejando a su esposo con la joven.
La mujer vio que Victoria se sonrojaba al quedarse sola con Sathor, aunque se puso a cocinar a varios metros, oía la conversación sin demostrarlo.
— Me ha contado Lina que llegó hace un par de noches, ¿de dónde es que viene? — Preguntó él.
— Soy de Cariad, vivo cerca del lago Panet. Pero me encontraba en Tham antes de llegar aquí — contestó.
— Cariad, el país de las hadas, comprendo — dijo mirándola de manera distraída. — ¿Y qué la llevó a Tham?
Victoria se veía confundida.
— ¿El país de las hadas? No imaginaba que ustedes creyeran en esos mitos, mi papá siempre me contaba de las leyendas, especialmente cuando era pequeña, me hacía creer que era un hada princesa, pero nunca pasó de ser un cuento.
— No son leyendas, sólo que las hadas no visitan nuestro mundo tan seguido, el mejor momento para verlas es en Baeltum, el día de la profecía… — declaró él, simplemente.
— No existe tal cosa, son solamente fábulas, leyendas... cuentos de niños — respondió Victoria, algo ofendida, parecía creer que Sathor se burlaba de ella.
— Entonces supongo que no conoces la profecía.
— No, no conozco ninguna profecía. No sé de qué habla.
Lina terminó de cocinar y se acercó a ellos con la olla. Sathor, al ver a su esposa aproximarse, dejó de lado la conversación.
— Buscaré los platos — dijo el hombre y se dirigió dentro del carromato.
— ¿De qué hablaban? — Preguntó la bruja apoyando la olla sobre la mesa y fingiendo desconocimiento.
Victoria esperó a que Sathor se marchara, se acercó a Lina y le dijo:
— No imaginaba que a tu esposo le gustaban las leyendas.
— Lo que en otros reinos llaman leyendas, aquí son realidades — dijo sonriendo. — Espero que te guste la comida.
El hombre, ya de regreso, puso la vajilla en la mesa lanzando a su esposa una mirada cómplice, pero no volvieron a tocar el tema.
Conversaban acerca de lo que él hizo en el pueblo, y también sobre la modista, que confeccionaría para Victoria cuatro vestidos, Aini, quien se había aproximado a Sathor para informarle que el primer vestido ya estaba listo.
Luego de la cena, el hombre se retiró a dormir, ya que se levantaría antes que los pájaros para emprender un viaje. Las mujeres, en cambio, se quedaron sentadas un rato afuera.
— Eso… que dijo tu esposo… y tú... —comenzó la joven dubitativa — Sobre las hadas, ¿es cierto? Es decir, ¿ustedes han conocido o visto… algo?