Antú - Vintown, Libben
Pasaban seis días de la luna nueva, cuando llegó a Vintown, cayendo la noche. Entró al pueblo por el camino del naciente, en el cual se apreciaban varias casas algo apartadas, unas de las otras. En el centro del pequeño poblado había una plaza con puestos ahora vacíos. Avanzó entre ellos.
Al llegar al que pareciera ser el camino principal, halló una muchacha, muy pálida y de ensortijados y abundantes cabellos que llegaban hasta su cintura, sus ropas se notaban muy delicadas y un aura mística la rodeaba, sin duda no era humana, así como ningún ser que Antú hubiera visto antes en el sur. Lo observaba fijamente, sus ojos eran claros y transparentes; en la oscuridad no podía determinar el color.
Separó los labios para hablarle cuando ella se volvió y corrió hacia el sur, él intentó seguirla, pero se desvaneció en la penumbra. Por el mismo rumbo pudo ver el resplandor de unas luces a tan solo doscientos pasos de donde se encontraba; se dirigió hacia allí y descubrió una taberna con algunos caballos en su establo y decidió entrar para averiguar en dónde podría pasar la noche.
El interior del sitio era cálido, iluminado de velas. El fogón estaba encendido, pero no había nadie, caminó unos pasos entre las mesas y, desde lo que imaginó sería la cocina, una bella joven de rojos cabellos apareció.
— ¿Señor? — murmuró la joven, sonrojándose solamente con verle.
— Busco donde pasar la noche — respondió de forma pausada el íncubo, con voz aterciopelada, haciendo que la tabernera enrojeciera aún más.
— Claro, tenemos algunas habitaciones vacías — ella sonrió y lo invitó con un gesto delicado a que la siguiera escaleras arriba, sin darle el precio ni preguntarle si podría pagar.
En la mañana despertó relajado en un lecho tibio, con la joven de cabellos rojos, cuyo nombre ignoraba, desnuda enroscada contra su cuerpo. La observó un momento, era suave de facciones armoniosas, su largo cabello era un manto que ocultaba la palidez de su espalda. Hubiera podido marcharse sin decir nada, pero sintió que no sería correcto.
Tocó su hombro y dejó deslizar su mano por el brazo de la chica, mientras con sus labios, besaba suavemente su frente. La muchacha despertó con una sonrisa. En ese momento tocaron a la puerta.
— Merina, ¿estás ahí? — preguntó desde fuera la que parecía la voz de un niño. Ella se sorprendió y salió de la cama de un salto.
— ¡Ya voy! — Gritó, y comenzó a vestirse rápidamente.
— Bonito nombre — dijo el íncubo a su espalda. Ella lo miró sin poder evitar sonreír.
— Lo siento… yo… — balbuceaba mientras se enredaba en la ropa.
— No tienes que disculparte — replicó complaciente. — Dime, ¿sabes de una bruja llamada Lina?
— Claro — tropezó mientras se calzaba — tiene un puesto en el centro del pueblo, la reconocerás fácilmente; es joven, pero su cabello es completamente blanco, no hay nadie más como ella aquí — volvió a sonreírle antes de marcharse.
Antú se enfundó sus pantalones y salió detrás de ella. Al bajar la escalera pudo oír los regaños que vociferaba una mujer mayor a la joven, referidos a retozar con los clientes; prefirió, por lo tanto, no desayunar allí y se retiró en silencio.
La fortuna hizo que hallara dos manzanas tiradas en el camino fuera de la taberna, las recogió limpiándolas en su pantalón; fue comiéndolas mientras andaba hacia la plaza principal, tenía hambre, así que, las devoró en cuestión de segundos.
Era ya casi el mediodía y el mercado se hallaba animado, los vendedores pregonaban sus ofertas, los compradores regateaban, algunas jóvenes paseaban por el lugar y niños corrían de aquí para allá. Llegó en la noche y no hubiera sospechado que en este sitio habitaría tanta gente.
Buscó con la mirada y encontró a la bruja, estaba sentada en un puesto lleno de libros y botellas de todos los tamaños, colgaban cosas a los lados también; seguramente amuletos, tal vez alguno de ellos era el que él necesitaba.
***
Lina - Vintown, Libben
Lina se encontraba en el mercado desde muy temprano, había sido una mañana muy movida, cuando por fin tuvo un descanso, se sentó dispuesta a leer un poco.
Sin embargo, antes de que pudiera concentrarse, algo llamó su atención: vio acercarse un joven de hermosa apariencia, alto y esbelto, de negros y largos cabellos, sus ojos grises, penetrantes, refulgían como plata líquida y se destacaban contra su piel morena. Vestía únicamente unos pantalones del estilo de las tribus del sur de Godo y Ga’Til, también llevaba un aparejo de cuero cruzado, del cual pendía una gran hacha a su espalda. El halo de sensualidad que lo rodeaba hacía casi imperceptibles sus cuernos y su aspecto salvajemente no humano. Se movía despacio, con elegancia felina y las mujeres de todas las edades se volvían a mirarlo. “Un íncubo, sin duda”, dedujo la bruja, regresando al antiguo codex que estaba estudiando, sentada entre sus libros y pociones.
El hombre se paró frente a ella y luego de unos segundos, al ver que no reaccionaba, le habló.
— Hola.
Ella levantó la mirada hacia él y le sonrió con amabilidad.
— Hola, ¿en qué puedo ayudarle? — Respondió, dejando a un lado el libro y poniéndose de pie.
— Me han dicho… — Parecía algo turbado al ver que ella no daba muestras de ser sensible a sus encantos. — Me han dicho que usted vende un talismán o amuleto que puede hacer que me vea humano.