Dreyk - Bosque en el límite norte de Libben
Dreyk y Loreth, pasaron la guardia fronteriza sin problemas, gracias a una carta redactada por Dionisio. Se hicieron sombras en cuanto entraron al área menos habitada y así continuaron por largo tiempo, deslizándose por las zonas más frondosas. La oscuridad en los bosques parecía no tener final, ni siquiera un rayo de luna podía entrar entre las hojas, haciendo que aquel lugar se viera sombrío, pero también les permitía avanzar con mayor rapidez, casi como si flotaran.
Dreyk se detuvo por un momento, observando que ya había luminosidad en el lugar, que se hacía menos denso y exuberante.
— Sigamos adelante — dijo ella. — No sé por qué me da desconfianza este sitio.
— No te preocupes, no va a pasar nada — respondió Dreyk, poniéndose en marcha nuevamente.
***
Loreth - Al norte de Libben
Algo agotados se detuvieron a descansar un momento y Loreth creyó oír un sonido como de viento. Pero ya era tarde. Cuando quiso descubrir de qué se trataba, la sorprendió el quejido de Dreyk, que, perdiendo su invisibilidad, dio de bruces en el suelo al no poder mantenerse de pie.
— ¡Mi pierna! — exclamó el demonio, que se retorcía de dolor sobre la tupida vegetación a sus pies.
Ella se inclinó a su lado, aún invisible y, usando el don de la visión vampírica, heredado de su padre, escudriñó el lugar sin éxito alguno. Pero notó que en la pierna Dreyk llevaba enterrada una flecha.
Loreth pronunció unas palabras que él no alcanzó a oír, deshaciendo el hechizo de invisibilidad y tomando forma sólida, para ayudarlo.
— Por favor no te muevas, Dreyk — le dijo mientras él se contorsionaba de dolor, sujetando la flecha.
— No puedo quitarla, me está desgarrando la piel — gemía entre dientes.
— No te muevas, te la voy a quitar yo. Aguanta — decía Loreth. Ella observaba la flecha y trataba de tocarla. Pero con cada intento él volvía a gritar.
— A la cuenta de tres voy a jalar la flecha, mantente quieto por favor, sé que es doloroso — insistía ella nerviosa. Al momento en que comenzaba a contar fue interrumpida por otra saeta que se clavó en el suelo entre las piernas de él. Loreth, volvió a hurgar en la dirección de donde llegó el flechazo.
— ¿Quién anda allí? — Gritaba desesperada porque no podía ver a nadie por más que se esforzaba.
— Ayúdame a sacar la flecha para que podamos continuar — le pedía Dreyk entre gemidos.
Loreth, con todos sus sentidos agudizados por el miedo, logró distinguir a cierta distancia una figura, muy bien camuflada entre los aglutinados troncos.
— Allí está — dijo señalando el lugar desde el que había partido la segunda saeta, sólo veía a uno, sin embargo, sabía que debían ser más. Dreyk no podía callarse ni quedarse quieto, no era que nunca lo hubieran herido, no entendía por qué se comportaba así. — Lo volveré a intentar — continuó diciendo ella refiriéndose a la flecha, pero nuevamente fue interrumpida cuando, no solo uno, sino los suficientes flechazos para encerrarlos en un círculo, los iban rodeando. Al caer las saetas y tocar el suelo desprendían un polvo muy volátil de color verde que la hizo toser un poco.
Cuatro figuras aparecieron delante de ellos.
— Son elfos — volvió a hablar Loreth a Dreyk quien parecía afiebrado y aturdido.
— Solo estamos de paso, no queremos tener problemas ni pelear — declaró el demonio apenas levantando el rostro sin poder soltar su pierna.
— ¿Pelear? — Se burló uno de los atacantes.
— Ni aunque quisiera podría hacerlo, ¡mírese! — Se mofó otro.
— ¿Qué quieren? ¿Por qué hacen esto? ¿Quién los envió? — Gritaba Loreth desesperada.
— ¿No cree que está haciendo muchas preguntas, vampirita? ¿No se da cuenta de que la flecha en la pierna de su amado podría matarlo?
Ella volvió el rostro hacia la herida de Dreyk pasando del desconcierto al pánico en un segundo, cubriendo su boca con las manos al notar que aquella saeta que había herido a su novio estaba envenenada.
— ¿Qué tiene mi pierna? — Inquirió él cada vez más confuso.
— Entonces — dijo el último, — nosotros haremos las preguntas, si quiere salvarle la vida a su novio. Sabemos muy bien, de donde son. Y aquí ustedes son enemigos, especialmente usted, princesa — continuaba el elfo.
Sus atacantes les apuntaban con sus arcos. Aun cuando ella pudiera persuadir a alguno de ellos con sus poderes, no podía hacerlo con todos, y la vida de Dreyk pendía de un hilo.
— Yo no he hecho nada, no soy enemiga de nadie, no venimos a hacerles daño. Como dice mi prometido, sólo estamos de paso hacia Ga’Til.
— Invéntate otra, princesa, sé muy bien que tu padre ha estado enviando personas detrás de nosotros y que tortura a los nuestros, ustedes son sus enviados, ¿o lo van a negar?
— Claro que lo negamos, no estamos de acuerdo con lo que hace Dionisio y por eso vamos a Ga’Til — Dreyk respondía de manera entrecortada.
— ¿Y piensa que así de fácil vamos a creerles? Uno de los nuestros desapareció días después de la luna llena. Y él no es un elfo cualquiera, es el hijo del Rey del Archipiélago del Opo. Ustedes nos dirán como encontrarlo antes de que mueran — exigieron.