Despertar del Destino

Capítulo 14

Antú - Al norte de Libben

En un bosquecillo cerca de Sora, ya entrado el crepúsculo, decidió parar a pasar la noche. El lugar estaba resguardado por altos y añejos árboles, y tupidos arbustos, con el suelo cubierto de una suave hierba verde.

Llevaba bastante tiempo de viaje, desde que dejara Vintown, Libben era un reino muy amigable, los humanos vivían en paz con el resto de los seres y eso le llamaba la atención. Aunque había oído historias al respecto, en el pasado suponía que eran cuentos fantasiosos o excusas de aquellos que se marchaban porque no les gustaba la vida que llevaban en Ga’Til, siempre ocultándose de los humanos, y enemistados con los de su propia raza. Aun así, no quiso detenerse en ninguna ciudad para no caer en distracciones, ya que su misión le guiaba ahora.

Afortunadamente, no había estado solo, el lobo blanco lo acompañaba en las noches, o aparecía en algún momento del día si debía cambiar de rumbo.

El viento soplaba del norte y era frío, así que se sentó contra un árbol mirando al sur para obtener reparo, colocó el hacha bajo sus piernas y sacó la bolsa de víveres que el damoni le había dado, extrajo una ración pequeña y guardó el resto, ya que no sabía cuánto tiempo duraría su travesía.

Lo que tomó para comer fue un emparedado, de un pan negro muy esponjoso con una pasta dentro, no tenía idea que sería, pero se veía bien y sabía mejor. Además de comida, el morral constaba de una botella con agua de pler, que era un agua curativa que preparaban las brujas, con un trago de esta bebida se podía pasar el día sin ingerir ningún líquido, y si se vertía sobre una herida aceleraba su curación. Seguramente toda la bolsa la había preparado Lina, la mujer del damoni.

Las estrellas, que brillaban intensamente en el cielo, podían apreciarse a través de las copas de los árboles estremecidas por el viento. Acomodó su cabeza sobre la raíz del viejo alerce en el que se estaba resguardando e intentó dormir a pesar del frío.

Momentos después, un suave calor comenzó a rodearlo, entreabrió los ojos esperando ver al lobo blanco; no fue así. Dos bellas dríades reposaban a sus lados y lo envolvían con sus suaves brazos, la piel de ambas era pálida y verdosa, cada vez estaban más cerca. Antú no supo si debería defenderse de ellas o no, ya que aquellas ninfas tenían fama de ser agresivas con quienes invadían sus bosques, pero no sentía que lo estuvieran atacando.

Tenían ojos en forma de hoja que lo miraban de manera benevolente, y sus labios simulaban pimpollos; de sus hombros y sus codos, así como también de sus dedos, brotaban extensiones similares a ramitas. Los cabellos, sin embargo, eran como los de cualquier mujer, con la diferencia del color en tonalidades verdes, una de ellas oscuro casi negro y la otra, como las esmeraldas, se acostaron contra su cuerpo casi cubriéndolo.

En esto, el lobo que fuera su compañía todo el viaje llegó y se echó a sus pies, entonces supo que no había peligro y pudo al fin quedarse dormido.

Despertó aún de noche, antes de que amaneciera, el lobo tocaba su rostro con su hocico mojado intentando que se apresurara, seguramente existiría algún peligro, sin embargo no sentía nada, algunas veces su peludo compañero había compartido pensamientos con él, pero hoy no era el caso.

Se puso de pie rápidamente, tomando su bolsa y su hacha. Las dríades, que tan apaciblemente lo habían calentado durante su sueño, revoloteaban por sobre su cabeza entre las ramas, en curiosos movimientos danzarines, a través de los cuales se desplazaban de un árbol a otro, se camuflaban muy bien, pero él podía verlas.

La hierba estaba húmeda bajo sus pies, y una suave brisa acariciaba su rostro. Por delante le pareció ver un claro donde brillaba un fuego diminuto a punto de extinguirse, si había personas en torno a él seguramente dormían.

Era extraño que, si había seres encendiendo un fuego, las ninfas del bosque no los hubieran atacado.

Siguieron avanzando hacia aquella hoguera que se veía un poco más intensa al acercarse.

El lobo, que andaba delante de él, de repente se rodeó de un fulgor irisado cambiando de forma, lo que lo dejó completamente estupefacto. Se transformó en aquella joven que viera la noche en que llegó a Vintown.

Tardó unos segundos en darse cuenta de que aquella le señalaba un hombre y una mujer, que estaban amarrados a un árbol.

Dio unos pasos hasta alcanzarlos, se inclinó junto a la muchacha que dormía incómoda, sostenida por las cuerdas que la rodeaban. Su cabello oscuro contrastaba contra su tez blanca, se veía tan frágil e indefensa, que sintió que debía protegerla, nunca se había sentido así respecto a nadie. Empezó a desatarla con presteza, sintiendo por fugaces momentos el tibio contacto de su piel aterciopelada.

— Tú no eres uno de los elfos — murmuró ella, dejándole oír la trémula voz que emergía de sus carnosos labios, mientras se apartaba de él atemorizada.

La ayudó a ponerse de pie, su mirada azul profundo lo había atrapado y sin poder contenerse tocó su rostro cálido, cuyos ojos dulces lo observaban fijamente, ella frotó la mejilla en su mano, lo que provocó el aceleramiento de sus latidos. Entendió que la mujer no actuaba por propia voluntad, sino que se encontraba bajo su influjo mágico, así que respondió con ternura, pero sin aprovecharse de su vulnerabilidad.

El otro hombre, ya desatado por el Espíritu del bosque, se aproximó a ellos con rapidez y apartó a la muchacha de Antú, tomándola por el brazo.




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