Despertares: La tempestad latente

7. UNA SOMBRA MERODEA

Aturdido y con la respiración entrecortada, Armin sentía el dolor de los calambres en sus piernas. ¿Había imaginado todo? Aunque las imágenes de la inquietante experiencia en el bosque se arremolinaban en su mente, Armin se esforzó por relegarlas al cajón del olvido. Con cada paso, su agitado corazón comenzaba a sosegarse. Consultó la hora en el reloj de la pared: las ocho y media de la mañana. Su próxima clase era una que no había tenido el día anterior. Dejó sus miedos e inquietudes en el umbral de la escuela y entró a la que se convertiría en su clase favorita de ese semestre. La profesora, conocida por sus métodos poco convencionales, había preparado una dinámica especial para ese día. Distribuyó a los estudiantes en un círculo y, sacando una pelota de plástico de una bolsa, la arrojó a uno de ellos. Le pidió que compartiera un logro personal significativo. Al terminar, indicó que pasara la pelota a otro compañero. La actividad cautivó a todos. Armin olvidó por un momento la angustia que lo había embargado.

Anhelaba que todas sus clases fueran así de estimulantes, pero el recuerdo del profesor Frank ensombreció su semblante. Por fortuna, faltaban varios días para volver a verlo. Confiaba en no cruzarse con él antes.

Al llegar a la siguiente aula, se encontró a Lys, Alonso y Adrián ya instalados.

—Yo digo que es mejor hacer la tarea antes de ir al cine —señaló Adrián, quien se mostraba más preocupado por sus obligaciones que Alonso. No era de extrañarse que, en la escala de prioridades, su formación integral estaba por encima de la diversión, los pasatiempos, la familia y sus amigos; ya los había dejado plantados en más de una ocasión.

—¡Miren quién llegó! —exclamó Alonso con una sonrisa pícara—. ¿¡Qué tal, campeón!? ¿Ya mandaste a otro profe a terapia?

Armin les contó, sonriente, sobre lo amena que había sido su clase anterior. Lys, absorta en su reflejo en un pequeño espejo, apenas le prestó atención.

—A mí no me gustan ese tipo de clases. No se aprende nada, puro tiempo perdido jugando —se quejó Adrián, con una mueca que ni él mismo soportaba—. ¡Cero disciplina! ¿Dónde queda el orden? No, señor. Así no.

—¡Tranquilo, campeón! —intervino Alonso—. Es un curso de prepa, no una maestría en Ciencias. ¿Te pasa algo? Estás más gruñón que de costumbre.

Adrián guardó silencio. Se dio cuenta de que sus quejas eran constantes, más de lo común. ¿Esta siendo demasiado obvio? Tenía que controlarse mejor.

—Oye, Adrián… —Armin titubeó antes de preguntar—. No vayas a pensar que me aprovecho… ¿Me prestas tu tarea para copiarla? Ayer estuve todo el día acomodando mi cuarto y no pude terminarla. Recién me mudé, ¿te acuerdas?

Lys y Alonso intercambiaron miradas. Les había tomado más de ocho años de amistad con Adrián para que accediera a pasarles una simple tarea. Parecía inconcebible que aceptara la petición de alguien a quien a acababa de conocer. Sin embargo, para su sorpresa, Adrián asintió.

—¡Gracias! ¡Mil gracias! Te juro que es la primera y última vez que te pido esto —dijo Armin.

—¡Más te vale! Te hago el favor porque me imagino cómo está tu casa. Pero no me gusta andar prestando tareas. Me esfuerzo y dedico tiempo a hacerlas, busco información extra para entender mejor cada tema, y verifico los datos con referencias adicionales, como para que alguien llegue así nomás a copiármela y saque buena nota sin merecerla.

Lys contuvo una risita.

—¡Sabía que era demasiado bueno para ser verdad! —susurró Alonso—. Ahora, ¡a ver cómo lo callamos!

—Lo hago por su bien —justificó Adrián—, en el futuro necesitarán lo que aprendan aquí.

—¡Uy, sí! ¡Me muero por usar el trinomio cuadrado perfecto en mi vida diaria! —bromeó Alonso.

Armin terminó de copiar los ejercicios y le devolvió la libreta a Adrián justo cuando la puerta del aula se abría. Era el profesor. Al llegar a su escritorio, pidió a los alumnos que sacaran sus libros y los problemas que les había encargado resolver.

—Por favor, cuando diga su nombre, pasen al frente a dejar la tarea… ¡Alysa Evans!…

—¡Presente! Buenos días, Manuel —saludó Lys al profesor al tiempo que se ponía de pie—. No terminé la mitad del segundo ejercicio, pero creo que con lo que hice alcanza. Es que tuve otras cosas que hacer. Fui a comprar cortinas nuevas para mi cuarto.

—¡Adrián Salomón!

—¡Aquí, profe! —Adrián se levantó de un salto, dejó la tarea en el escritorio del maestro y volvió a su asiento—. Estoy seguro de que lo hice bien, con asistir a la clase me bastó para entender hasta el ejercicio más difícil; eso sí, me habría gustado incluir algunas comprobaciones. —Hablaba fuerte para que sus amigos lo oyeran, pero sólo recibió miradas de fastidio de Alonso, y risitas de Armin y Lys.

El profesor siguió con la lista. Alonso movía la pierna de arriba abajo. De repente, se puso de pie de un brinco y se excusó diciendo que había olvidado su libreta. Sin esperar respuesta, salió disparado del salón.

Lo había vuelto a hacer.

Adrián y Lys contaron a Armin que Alonso tenía dificultades para obtener calificaciones decentes, especialmente en las materias relacionadas con números. Era algo relativamente reciente. Recurría a las excusas típicas para no entregar las tareas. La verdad era que ni siquiera se molestaba en hacerlas. En reiteradas ocasiones, ambos intentaron ayudarlo, pero él se negaba a hablar del tema. Si insistían, fingía enojarse. Una vez, les reclamó a gritos lo mucho que se asemejaban a su padre, un reconocido profesor de Matemáticas. Ya tenía bastante con los sermones que debía aguantar cada tarde al volver de la escuela.




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