Después del brote

1 - El soldado y la rosa I

Stonehaven - Bar
Día 1
Noche
Otoño

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La luz del bar era tenue, cálida, de esas que invitan a quedarse y fingir que el mundo allá afuera no existe. Un viejo country sonaba por los altavoces mientras los vasos tintineaban haciendo eco. Era una noche tranquila en Stonehaven, y el local, aunque no lleno, respiraba vida y tranquilidad.

En una mesa cerca del ventanal, tres hombres llegaron pidiendo cerveza. Se notaba que llevaban días sin preocupaciones serias, al menos no del tipo que exige botas ni fusil. Eli se recostó hacia atrás, con los pies cruzados sobre una silla vacía y la camisa medio desabotonada. Logan, más recto, sacó su celular y dirigió su atención a la pantalla con una ceja levantada, como si estuviera leyendo un artículo que se debatía entre lo absurdo y lo preocupante. Nate observaba el entorno con una quietud que le caracterizaba con su espalda recta, y la mirada disimuladamente alerta.

—¿Les conté que el otro día una enfermera me dijo que tengo ojos que curan? —preguntó Eli con fingida modestia, girándose hacia ellos con una sonrisa que delataba travesura.

—Y yo que pensaba que era conjuntivitis —respondió Logan sin despegar los ojos del celular. Eli soltó una carcajada y entonces llegó una mesera con tres botellas sobre una charola, y las dejó sobre la mesa, recibiendo un «Gracias» de los chicos, pero un guiño del ojo de Eli

—¿Y luego despertaste? —remató Nate con media sonrisa, sin necesidad de mirar. Eli, tomó una botella y brindó por el cinismo de sus compañeros negando con la cabeza.

—Qué falta de fe en este rostro perfecto. Está asegurado por el gobierno, aunque solo contra el aburrimiento —dijo, tomando con los dedos un maní de un pequeño bowl que la mesera también dejó, y lo lanzó haciéndolo rebotar contra el hombro de Nate.

—Escuchen esto —interrumpió Logan, apartando su atención de la pantalla—. Japón entra en cuarentena total. El brote sigue sin clasificarse, pero dicen que podría ser una cepa nueva. Ya están cerrando aeropuertos.

—Bah, puro humo —respondió Eli tras un sorbo ruidoso de su cerveza—. ¿Cuántas veces nos vendieron el fin del mundo este año? Si decide llegar, quiero estar borracho y sin pantalones.

—Con suerte ya estarás inconsciente para cuando empiece —soltó Nate, dando un trago más largo de lo habitual. Logan guardó el celular y se cruzó de brazos.

—No es broma, chicos. Lo del ébola en Japón no es normal. Y lo que me preocupa es que están manejando la info como en los viejos tiempos: confusión, rumores, luego silencio. Y se repite el ciclo.

—Y si fuera grave, ¿no estaríamos los tres ya en uniforme otra vez? —dijo Eli, alzando su botella como si fuera evidencia—. Ya relájate, Doc. Si algo pasa seremos los primeros en saber, déjame disfrutar lo que nos queda francos.

Logan suspiró y bebió de su botella haciendo caso a su amigo. Por su parte, Nate ya no los escuchaba porque en la entrada, justo enmarcada por el brillo ambarino del letrero de neón, apareció la chica que desde hace días se había convertido en aquello que, sin explicación alguna, hacía que su mundo dejara de girar. Ella no entró, más bien irrumpió sin querer, como si el bar hubiese sido diseñado para encuadrarla justo en ese instante. Caminaba con una cadencia que podía volver locos a los hombres si voltearan a verla y prestarle más atención, la forma en que sus caderas se balanceaban con naturalidad y el modo en que cada paso parecía llevar su propio ritmo interno, fue lo que hizo a Nate darle esa atención, tenía una forma despreocupada y firme a la vez de llegar y causar en él una extraña sensación en su pecho.

No era alta, y eso la hacía aún más provocativa, tenía curvas reales, esas que no se compran ni se exageran, totalmente naturales, reclamando su espacio en cada prenda que tocaba su cuerpo. Y esa noche, su cabello recogido en una coleta alta terminó por hacerlo perder la razón. Siempre traía el cabello suelto, pero esa noche le regaló la vista de su cuello expuesto y le robó el aliento.

Cualquier otro hombre se habría fijado en lo obvio —y con razón— pero Nate veía más. No solamente belleza, sino fuerza, decisión. No solamente una figura, sino presencia. Tenía algo en los ojos, una mirada que no pedía permiso, que no buscaba gustar ni impresionar, pero que atrapaba igual.

Era imposible no seguirla con la vista. Caminaba como si el mundo fuera suyo, con una seguridad imbatible, y a la vez serenidad que lo dejaba sin aire.

A sus ojos, era una aparición. Una que volvía cada noche, y cada vez, lo dejaba más jodido que la anterior.

—Otra vez mirándola como si pudiera leerte la mente —murmuró Logan, sin sarcasmo, sino constatando un hecho—. A menos que te acerques, créeme, no sabrá que te gusta.

—Hermano —añadió Eli—, vas a romperte el cuello de tanto disimular. Habla con ella. En serio, por tu bien y por el mío que ya no aguanto tu cara de sufrimiento y pesar.

—Ya cállate, Eli —replicó Nate, soltando el aire con lentitud. Se frotó la nuca y bajó la mirada. La botella quedó entre sus manos, olvidada.

—En serio —continuó Eli, bajando un poco más la voz, pero sin contener la risa—. Te juro que, hasta un perro callejero tiene más agallas, no les da miedo acercarse para que les den cariño. Hay perros con mejor suerte que tú, hermano.




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