Después del brote

2 - El soldado y la rosa II

Stonehaven - Bar
Día 1
Noche
Otoño

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A Sean le gustaba decir que en su bar no se servían cocteles con nombres ridículos, ni se usaban servilletas con frases inspiradoras. «Aquí vienes a beber, divertirte, y a olvidarte del mundo por un rato», solía decir. A Sunny le funcionaba, aunque solamente cumpliera con la parte del olvido.

Se sentó en su lugar habitual, pidió un café expreso sin mirar el menú, y dejó el bolso colgando en una esquina de su silla. No necesitaba distracciones, ya había tenido suficiente con los clientes, con el jefe que parecía una caricatura de sí mismo, y con la sensación constante de estar en una cuerda floja. Revisó el celular, aún sin respuesta de Lía. Le escribió otra vez: Estoy en el bar. No te vayas sin mí.

Bajó la pantalla, suspiró y, sin pensar demasiado, alzó la vista hacia el espejo manchado detrás de la barra. Solía hacerlo desde que en el bar encontraba paz, y por costumbre, miraba para asegurarse de no tener miradas indeseadas o acechantes sobre ella que le perturbaran, hasta que días atrás, encontró una que era diferente. Escaneó rápidamente por el reflejo del espejo, y fue lo primero que sus ojos detectaron: Tres hombres en una esquina al lado del ventanal, pero era solamente uno el que le hacía querer mirar. No lo observaba con detenimiento, no necesitaba hacerlo. Se sentaba al centro, con el rostro serio y la espalda recta, como si estar alerta fuera vital cada minuto. Llevaban dog tags, y porte de soldados, lo eran sin duda, pero él tenía algo diferente que la hacía llenarse la cabeza de preguntas.

Lo había notado desde los primeros días que empezaron a ir. Su presencia le había hecho sentir una especie de vértigo dulce e inesperado que no se parecía a nada que recordara. Surgió cuando por accidente —o capricho del destino— sus caminos se cruzaron en el pasillo que llevaba a los baños. Él salía, ella entraba. Y en ese cruce breve, sus miradas se toparon de frente. Esos ojos verde azulado la sorprendieron. La desarmaron. No por frialdad, sino por la calma feroz que llevaban dentro porque la miraban con anhelo y no con deseo. No la desnudaban como hacían otros hombres. No, esa mirada era diferente, profunda. Con una extraña forma de respeto que, en lugar de alejarla, la hizo quedarse pensando en él más de lo que le hubiera gustado admitir. Desde entonces, no era raro que le dedicara una fugaz mirada por el espejo de vez en cuando. No por vanidad, sino porque había algo en él que le removía cosas que no solía remover ya nadie.

Entonces la rosa apareció frente a ella.

—De parte de un chico tímido —mencionó la mesera con una sonrisa cómplice, evidenciando ligeramente con la mirada en dirección a él.

Sunny alzó la vista, sorprendida. Tomó la rosa con cuidado y la olió. El perfume era profundo, dulce, íntimo. Cerró los ojos por un instante y luego lo buscó, con el corazón latiendo más rápido de lo que se habría permitido si pudiera controlarlo, pero no en el espejo esta vez.

Y allí estaba... Solo. Sin los amigos que solían acompañarlo. Sentado en su mesa, con una sonrisa tímida que parecía sincera, no ensayada, y los ojos fijos en ella. Esa mirada la atravesó. No era hambre, ni lujuria, ni juego. Era una mezcla extraña de admiración contenida y miedo de haber ido demasiado lejos. Y, sin saber cómo ni por qué, esa vulnerabilidad en sus ojos la dejó rendida... Otra vez.

Quiso sostenerle la mirada. Quizá sonreír. Quizá..., pero Sean llamó su atención, interrumpiendo el momento.

—¿Tienes un admirador silencioso? —preguntó con los brazos cruzados y una ceja alzada, observando la rosa.

—O un bromista con buen gusto —murmuró, sin soltarla.

Sean se apoyó en la barra con gesto tranquilo, limpiando un vaso que no necesitaba limpieza.

—¿Viste las noticias? Lo de Japón...

—Vi algo en la mañana —respondió ella, aun mirando la rosa—. ¿Sigue empeorando?

—Dicen que sí. Es un brote nuevo, muy raro. Y ya empezaron con las teorías de conspiración. Que si fue una fuga, que si un sabotaje. Lo de siempre, pero bah... —encogió los hombros tratando de disimular que eso le tenía con los nervios de punta.

Sunny ladeó la cabeza y soltó una risa breve, sin humor.

—Ya pasaron siete años desde el COVID, Sean. Se aprendió la lección —dijo tratando de calmarlo—. Las autoridades van a manejarlo bien. Además, está pasando en Japón. No podría ser peor que lo de antes.

—¿De verdad crees que aprendimos la lección? ¿No recuerdas cuando un apagón de pocas horas en Europa fue elevado a "evento histórico"? No, Sunny. Quedó claro que la humanidad responde más con histeria que con congruencia.

El bartender alzó las manos en gesto de rendición y se alejó a atender a otros clientes. Sunny giró la rosa entre los dedos, y supo que no era una broma. Lo supo por la sensación absurda de que alguien, en ese lugar lleno de ruido y gente que apenas respiraba, la había visto. Y justo cuando volvió la mirada al espejo, él ya no estaba en su sitio.

Se tensó sin saber por qué.

Él no dijo nada al principio. Se sentó a su lado dejando una silla de espacio entre ellos. No era una distancia prudente, era una barrera de seguridad. Para él. Para ella. Para que todo pareciera menos intimidante de lo que en realidad era. Levantó la mano con algo más de firmeza de la que sentía, solamente para hacer algo con la ansiedad.




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