Después del Divorcio

No me quería ir así

Cuando entré por la puerta dispuesta a ajustar cuentas con este par de escorias, déjame decirte que ni siquiera pude abrir la boca, es más, olvídate de hablar o gritar. Armando me tenía agarrada del cuello mientras me observaban con ojos llenos de ira, nunca había visto este tipo de mirada horripilante en él.

No, eso es mentira, siempre cuando estaba borracho se tornaba agresivo. Solamente en esos momentos pasaba de ser un ángel y se transformaba en un demonio, y aunque nunca llegó a golpearme, muchas veces me insultó, pero lo deje pasar porque pensaba que el alcohol lo hacía actuar de esa manera.

Ahora me doy cuenta de que fui una estúpida al no ver las señales, al no reconocer que esos insultos que me dirigía en estado de embriaguez se debía a que está relación que habíamos mantenido durante estos 15 años le pesaba, y cuánto le pesaba.

— ¡Martha! ¿Acaso quieres volverme loco? ¿Cómo se te ocurre hacer un escándalo delante de los vecinos? ¡Perra!

Tras decir aquello me empujó haciendo que cayera al suelo.

— ¡Desgraciado! Cof... Cof.

Cómo me sentía asfixiada se me dificultaba hablar o abrir la boca, pronto un ataque de tos me invadió.

— Nandito, no seas brusco. Ya sabes que eso no me gusta, solo dile que se vaya y que nos deje en paz. La casa es tuya, así que no te puede echar, y los niños se quedan con nosotros. No es necesario que seas agresivo.

— ¡Eso nunca sucederá, de aquí me sacan muerta y con mis hijos no se metan! ¡Bastardo! ¡Escoria! Es así como me pagas estos años que hemos pasado, si ya no me querías, me lo hubieses dicho, si querías que fuera más femenina… Yo… Hubiese cambiado. ¿Cómo puedes hacerme esto? ¿Cómo?

Aún me negaba a aceptar que todo esto estaba ocurriendo, me sentía tan indignada. Cuando veía en las redes sociales sobre este tipo de casos, pensaba ciegamente que era afortunada de que no me sucediera a mí, incluso llegue a pensar que me había ganado la lotería con mi esposo.

— ¡Ya basta! — gritó Armando — Deja de hacer un espectáculo, Martha. Ya estoy cansado de tus reclamos. Sabes, no pensaba separarme de ti, al menos por un tiempo. Me dabas lástima, pero viendo cómo te comportas creo que fui indulgente. Solo agarra tus cosas y vete antes de que llame a la policía y te saque por invasión. La casa está a mi nombre, Martha. Y tú y yo solo nos juntamos, nunca nos casamos. Así que ni pienses en denunciarme o cualquier cosa solo harías las cosas peores para ti.

Tras decir aquello, subió hasta nuestra recámara y empezó a recoger mis cosas y meterlas en una funda de basura.

— ¿Qué estás haciendo? — le pregunté mientras trataba de detenerlo. — Deja mis cosas.

— Tú eres la que me estás obligando a hacer esto. ¿Acaso no querías que me vaya? Bueno, esta es mi casa. La que se tiene que largar eres tú.

— ¡No! ¡Espera!

— Si solo te hubieras hecho la ciega, y te hubieras tragado tu dignidad no estaría haciendo esto, pero tuviste que gritarlo a los cuatro vientos e incluso trataste de echarme de mi casa.

Ante las palabras que salían de su boca lo sentí tan desconocido.

¿Cómo fue que llegue a esta situación? ¿Qué hice mal ¿Acaso, él quería que le aplaudiera sus engaños? ¿Qué me quedará callada y acepté su traición como si no hubiera pasado? ¿Quería que continuará con mi vida cómo si no hubiera roto mi corazón en mil pedazos?

— No puedes hacerme esto. — dije en un mar de lágrimas — Los niños nunca te perdonarán. Ellos…

— Ya cállate, deja de comprar simpatía, Martha. Nunca tienes tiempo para ellos, siempre estás metida en tu taller, creo que incluso se alegrarán cuando no te vean casa, ya que, siempre que estás los pasas regañando. Déjame decirte que me elegirán a mi sobre ti. No te quieren. Te odian.

Me mordí el labio mientras trataba de refutar sus palabras. Pero no sé si era porque mi autoestima había caído en picada o porque sabía que tenía razón cuando decía que no pasaba demasiado tiempo con los niños, por lo que no supe qué decir ante sus palabras hirientes.

— Eso no es así…

— Si es así y lo sabes. Nos harías un gran favor si te largas.

Después de decir esto, Armando empujó la funda de basura que guardaba mis pocas pertenencias para luego agarrarme del brazo y empujarme hacia la salida. Por más que intente detener sus acciones, mi fuerza no era comparable a la de él.

Yo solamente pesaba 53 Kg mientras que él rondaba los 80 Kg. Incluso era mucho más alto que yo.

— ¡Tonta ni se te ocurra venir a mi casa! ¡Eres una meretriz! ¡Una cualquiera vete con esos grasientos muertos de hambre! — gritó en cuanto me sacó de la sala y me lanzo al suelo. — ¡No vuelvas a pisar mi casa! ¡Golfa!

Lo miré estupefacta por lo que estaba gritando a viva voz, ya que, no eran más que mentiras.

— ¿Qué estás diciendo? — le pregunté consternada.

Armando sonrió de lado, pero más que una sonrisa de felicidad era una llena de desdén, orgullo y arrogancia.

— Estoy haciendo lo que planeabas hacer. Vamos a ver si estos hipócritas van a estar de tu lado. — susurró en mi oído mientras miraba a los ojos curiosos que no rodeaban.

¡Bastardo!

— ¡Eso es mentira! — grité — Nunca lo engañe, él es el que me está engañando.

— Vamos, Martha. Estás tratando de excusar tu engaño. Vives rodeada de hombres grasientos. — gritó como si estuviera indignado — ¿Con cuántos más te has de haber revolcado, meretriz?

Ante sus palabras las personas alrededor empezaron a asentir y a mirarme con malos ojos como si ellos hubieran sido la cama en la que supuestamente me acosté.

Siempre llega tarde a su casa.

— La he visto en autos desconocidos.

— La otra vez vi que un hombre le daba un fajo de billetes.

— Yo la vi bebiendo una cerveza con varios.

— No es de extrañar…

Dios esto es ridículo.

¿Acaso una mujer no podía ser mecánica?

El mundo ha avanzado y la gente parecía seguir estancada con los mismos pensamientos misóginos. Parecía que la palabra de un hombre vale más que la de una mujer. Estaba tan consternada con el juicio de los demás, sin embargo, lo que me estaba volviendo loca era la facilidad con la que Armando torció los hechos haciendo como si yo fuera la que lo estuviera engañando cuando no era así, más bien, era él el que me engañaba.




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