Los rostros de mis amigos pasaron de la confusión, la incredulidad al enojo. El taller poco a poco se volvió sofocante. Bajé la mirada para evitar que vean mis lágrimas y mi vergüenza. Después de todo siempre me había presentado ante ellos como una mujer fuerte, por lo que no quería que me vieran en este tipo de situación.
— Él solo me botó como un zapato roto. Me siento tan miserable. Es como si todos los años que pasamos juntos no fueran nada para él. Lo peor es que me dijo que yo era la culpable de todo. ¿Qué hice mal? ¿Qué hice tan mal para merecer esto? Ahora me siento tan confundida, no sé adónde ir o que hacer. Él muy bastardo me echó de casa e incluso me quitó a los niños.
Sacudí la cabeza y me eché a llorar esta vez con más fuerza. Regina me sostuvo entre sus brazos mientras me daba palmadas en la espalda a modo de consuelo.
— ¡¿Qué hice mal?!
— No hiciste nada mal, cariño — susurró con su voz maternal — Vamos, desahoga todas tus penas, saca ese veneno que te atormenta. Solo debes permitirte derramar lágrimas esta vez, porque debes ser fuerte, Martha. Por tus hijos, por ti.
— Pero qué canalla. ¿Cómo pudo hacerte esto? Y mira lo tranquilo quedé veía. — comentó Juan con ira.
— Esto me ha dejado sorprendido, Martica. En serio, es algo de no creer.
— Él llevó a esa mujer a la casa — les conté — Yo... quise confrontarlo, pero todo salió tan mal, él me hizo un escándalo con los vecinos. Me hizo parecer como si fuese yo la de que lo estaba engañando. Estoy segura de que le llenará la cabeza de mentiras a los niños. ¡Él no puede quitarme a mis hijos!
— Y no lo hará — comentó Regina — Cálmate, no lo permitiremos. Tus hijos te adoran. Karina es tu ojito derecho, tu pequeña cola. Y no hablar de Kian, cualquier cosa, ya sea dinero o si le va mal en alguna prueba tú eres a la primera persona que consulta, ellos te aman y te elegirán sobre ese libertino.
— La ley estará de tu lado — secundó Carlos. — Eso que tienes en el cuello. ¡No me digas!
El tono de voz de Carlos adquirió un matiz de enojo, pronto tanto Regina como Juan siguieron la mirada de Carlos haciendo que recuerde la herida en mi cuello que había sido ocasionada por Armando. Lo que hizo que me lleve las manos al cuello. Quizás tenía un hematoma, y con lo escandalosa que era mi piel, tal vez se veía extremadamente feo.
— No solo es el cuello, mira sus rodillas están rotas — argumento Juan.
— Un carro casi me atropella, las heridas en mis rodillas no tienen que ver con él — dije rápidamente.
— Aun con todo esto lo sigues defendiendo, mujer. Es que tú no entiendes a esos bastardos no se les debe tener en consideración. A una mujer no se le pega, jamás. — mencionó con enojo Carlos.
— Estoy diciendo la verdad, no lo estoy defendiendo — le dije sollozante — Las heridas en mis rodillas fueron ocasionadas por el impacto de un carro.
— ¿Y tu cuello? — preguntó Juan, sus ojos grises me miraron de forma inquisitiva.
Bajé la mirada debido a la vergüenza, al notar mi silencio lo tomaron como una afirmación. Pronto una lluvia de insultos adorno mis oídos.
— ¡Maldito hijo de perra!
— ¡Cabrón!
— Perro, esto no se va a quedar así.
Tras aquellas palabras tanto Juan cómo Carlos empezaron a salir del taller lo que hizo que una señal de alerta apareciera en mi cabeza.
— ¿A dónde van? ¡Esperen!
No necesitaba que me respondieran, yo ya sabía las respuestas a estas preguntas. Ellos iban a enfrentarse a Armando.
¡Ay, no! Temí que una tragedia pudiera acontecer. Ya que tanto Carlos cómo Juan se veían iracundos. No estaba segura de lo que ellos podrían ser capaz de hacer.
— Déjalos, Martha. Ese bastardo merece una lección.
Mire boquiabierta a Regina, después de todo, ella siempre se había destacado por su sentido de justicia, sobre todo por propagar el lema de que la violencia no resuelve nada. Sí que se me hacía extraño su comportamiento. Pronto, ella me miró con suavidad, sus ojos mieles se tornaron cálidos como la luz del sol.
— Siempre te he visto como una hermana menor, Martha. Te he visto luchar para salir adelante, siendo discriminada por algunos estúpidos, aguantando palabras hirientes todo por llevar un plato de comida a tu hogar. Y verte en este estado me lastima mucho, me vuelve loca. Es que si yo pudiera iría y golpearía a ese bastardo con mis propias manos. ¿Acaso no nació de una mujer? ¿Cómo puede tener su corazón tan de piedra para portarse de una forma tan ruin con la madre de sus hijos? Sé que las cosas no iban tan bien entre ustedes, pero si ya no había amor, era mejor que lo hable. No que te humille de esta manera. ¿Cómo puede tratar tu corazón como si fuera una servilleta desechable? Sabes hay manera, hay maneras. Y la suya simplemente es la más cobarde que he visto y escuchado.
Negué con la cabeza mientras me echaba a llorar.
— Tal vez fue mi culpa — susurré.
— No, no digas eso, Martha. No fue tu culpa. Mira incluso como ha dañado tu autoestima.
— Pero, él dijo que lo había descuidado y es verdad, yo ya no me arreglaba y…
— No, Martha. No vayas ahí, nena. Solo te harás daño. Recuerda, una relación es de dos personas, son un equipo en donde la comunicación es el principal canal de información. Sí algo no le gustaba, si él se sentía mal por algún aspecto tuyo o se sentía descuidado debió haberte dicho y así lo podrían solucionar. El problema siempre es de dos vías, cariño. Y déjame decirte que eso de que lo descuidaste solo fue su excusa para justificar sus fechorías. Sabes esa es la excusa que siempre utilizan las personas que cometen una traición. Ya sea un hombre y una mujer. Siempre tratan de hacer sentir culpable y miserable a los demás. Pero no es tu culpa, Martha. No lo es.
Me mordí el labio sintiendo como mi cabeza se partía en dos, no sabía qué hacer y aunque las palabras de Regina se sintieron como un consuelo. No podía resignarme a que mi mundo, el mundo que había estado construyendo durante estos años se convierta en este tipo de desastre. Sí siempre que pensaba en el futuro veía mi vida a lado de Armando junto con nuestros hijos, viviendo felices para siempre. Y ahora ese feliz para siempre tuvo que tener este tipo de abrupto final.
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Editado: 23.04.2025