CUANDO EL PASADO GOLPEA LA PUERTA

Emma regresaba del mercado, una bolsa de frutas en una mano y su celular en la otra, revisando una notificación de Iván:

> ¿Ya probaste los mangos de la feria? Son mi debilidad.
P.D.: El pan que te recomendé sigue caliente a esta hora.

Una sonrisa sincera se dibujó en sus labios. Iván tenía esa habilidad extraña de aparecer justo cuando lo necesitaba, sin exigir nada, solo estando presente. Pero su paz se interrumpió al llegar a su edificio.

Frente a la puerta, como si el tiempo hubiera retrocedido con violencia, Leonardo la esperaba. Su silueta era inconfundible: de pie, traje elegante, postura firme… el mismo hombre que había destruido sus ilusiones.

Emma se detuvo en seco. El corazón, que minutos antes latía por ternura, ahora se aceleraba por tensión.

—Emma —dijo él, con voz grave, suave, esa que tantas veces usó para seducir y manipular—. Necesitamos hablar.

Ella respiró hondo, dejó las llaves en el bolsillo de su chaqueta y lo miró fijamente. Pero esta vez, su mirada era distinta. Ya no había brillo ilusionado ni dolor implícito. Había firmeza.

—¿Tú y yo no tenemos nada pendiente —respondió con serenidad—. Lo que tenía que decirte, ya lo escribí en mi último mensaje.

Leo dio un paso hacia ella, alzando ligeramente las manos.

—Emma, cometí un error. Fue una confusión, un momento de debilidad. Tú y yo teníamos algo especial. Yo te amé, lo sabes.

Ella mantuvo la compostura, pero por dentro, una tormenta emocional bullía. Aún así, no le daría el privilegio de verla quebrarse otra vez.

—¿Me amaste? —repitió con ironía—. Amar no es traicionar. Amar no es acostarte con alguien más mientras yo confiaba ciegamente. Y mucho menos con alguien que conocía mi vida, que se sentó en mi mesa, que sonrió frente a mí.

—Estaba confundido, Emma. Me dejé llevar. Pero entendí que ninguna de esas mujeres eres tú. Tú eres la que me da equilibrio, paz, inspiración…

—No, Leonardo. Yo era tu escenario. Tu vitrina. Tu aplauso. Me querías fuerte cuando brillaba, pero dócil cuando te sentías menos. No confundas tu ego con amor.

Leo bajó la mirada por un segundo. Luego intentó recomponerse.

—Podemos empezar de nuevo. Quiero hacerlo bien esta vez.

Emma negó lentamente con la cabeza.

—No quiero ser el proyecto de nadie. Ya no soy la mujer rota que dejaste atrás. Estoy aprendiendo a amarme. Y también a distinguir entre quien quiere construirme… y quien solo quiere volver a poseerme.

En ese momento, como si la escena lo hubiera orquestado el destino, sonó su teléfono. Era un mensaje de Iván.

> Estoy preparando una infusión nueva. Si tienes tiempo, te invito a descubrir si sabe tan bien como suena. Sin presiones.

Emma sonrió ligeramente. Leo lo notó.

—¿Quién es? —preguntó, en tono frío.

—Alguien que no necesita apagarme para brillar —dijo ella, con una voz que temblaba levemente, pero que era honesta.

Leonardo retrocedió. Por primera vez, vio en Emma algo que no conocía: libertad.

—Te deseo lo mejor, Emma —murmuró, dándose por vencido.

—Yo a ti también —respondió—. Pero lejos de mí.

Y sin decir más, subió las escaleras. No miró atrás. Esta vez no. Cerró la puerta de su departamento y con ella, cerró un ciclo.

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Minutos después, estaba sentada en el pequeño sofá de Iván, con una taza humeante en las manos.

—¿Mango, pan y té de jazmín? —preguntó ella, divertida.

—Antídoto perfecto contra visitas no deseadas —bromeó él, sin saber lo ocurrido.

Emma rió. Y por primera vez en mucho tiempo, esa risa no venía del dolor, sino de un lugar real, cálido y auténtico.

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Esa noche, escribió en su diario:

> Hoy elegí mi paz sobre mis heridas. Hoy entendí que cerrar una puerta no significa quedarme sola. Significa abrir espacio a quien llega con verdad.

Y mientras apagaba la luz, supo que el amor verdadero no siempre llega con fuegos artificiales, sino con la tranquilidad de saber que no necesitas defenderte para ser amada.