Elian
El fuego aún me ruge en las costillas. Puedo oler la muerte en mis uñas.
La noche en que luché contra el espectro no fue noche. Fue un abismo que se tragó el cielo. Y yo me lancé dentro.
Era un asesino de sombras. Un espectro de luna negra, nacido cuando un Alfa rompe el Juramento del Lazo. Una criatura sin cuerpo, pero con garras de hielo que te atraviesan el alma. Lo encontré en los límites del bosque de Rhaegor, donde los árboles no cantan y los cuervos vuelan en círculos, esperando a que caigas.
Es un área tupida cerca de mi reino Arduin. Por la falta de sol y la soledad que ahí se maneja, es donde esta clase de criaturas suelen esconderse, junto a los cara pálida, pero estos últimos hace muchos años que no han aparecido en nuestras tierras.
No recuerdo cuánto tiempo peleamos. Solo sé que sangré más de lo que debí, y que su voz —sí, su voz— susurraba cosas que yo nunca dije en voz alta.
“Eres un Alfa sin manada.” “Un macho sin luna.” “Un lobo condenado.”
La rabia me dio fuerza… por un rato.
Hasta que me marcó con su sello: la luna negra sobre mi pecho, igual a una quemadura de hielo. No logró matarme. Pero me lanzó lejos, sentí que mi cuerpo no valía más que la hoja podrida de un árbol viejo.
Y entonces desperté en medio de la nada… el bosque. La sangre. El frío. Y esa loca mujer que me encontró y decía cosas incoherentes, el olor a ella se sentía raro, era algo que me provocaba deseo y repulsión al mismo tiempo.
*********
Me despierto con olor a hierbas. A miel quemada. A madera incienso otras cosas que me cuesta descifrar, quizás por lo aturdido que aún me siento, creo estar en casa, pero el ambiente se siente extraño y aun huele a…A la mujer loca del bosque.
Esa humana.
Mi cuerpo duele como si hubiera sido partido y vuelto a unir con alambre. Cada músculo arde. Cada hueso quiere traicionarme. Pero mi orgullo no. Abro los ojos. Y la veo.
Está junto al fuego, moliendo raíces con un mortero de piedra. Tiene las mangas arremangadas y la frente perlada de sudor. Hay luz en sus manos. No literal, no mágica… pero algo en su tacto brilla cuando toca las plantas. Como si la vida le obedeciera.
Y aun así… huele a humana. A lo que jure destruir. A lo que me juré no desear.
—¿Qué parte de “lárgate” no entendiste? —Mi voz suena igual a una piedra rompiendo el vidrio del momento.
Ella gira lento, sin sobresaltarse.
—Buenos días a ti también — saluda con cordialidad.
—No estoy bromeando.
—Tampoco yo.
Me incorporo. Crudo error. Un relámpago de dolor me cruza la espalda. Gruño y me dejo caer de nuevo sobre la piel de oso donde me ha tendido.
—Estás débil. Y sigues perdiendo sangre. Si no fuera por mis ungüentos, estarías muerto. Además, estás en mi casa, no seas mal agradecido.
—Preferiría eso a deberle la vida a una humana testaruda que huele como… —me detengo. No diré lo que su olor me hace sentir.
Ella se acerca con un cuenco en las manos. La infeliz mujer está sonriendo.
—No te conviene morderme ahora. Estoy armada con caléndula y vinagre de lobo— Se carcajea haciendo una broma, y mi cuerpo se tensa.
—No me hagas reír —mascullo.
—No tenía intención. Ya relájate no te haré daño, soy una simple mortal con un leñador estúpido, eso creo que eres y quizá caíste de un árbol y ahora estás todo lastimado.
Deja el cuenco junto a mí. El líquido burbujea y huele a tierra recién abierta. Ella toma un paño y se arrodilla a mi lado.
—No me toques.
—Demasiado tarde —susurra.
Su mano, tibia, roza la marca en mi pecho. La luna quemada. El sello del espectro. Ella la observa sin comprender lo que ve.
—¿Qué es esto…? Parece un tatuaje mal elaborado, quizás te estafaron amigo.
La aparto de un manotazo. No con toda mi fuerza, pero lo suficiente para hacerla tambalear. Al sentir su tanco cerca el dolor se hizo más intenso, esa cosa me quemó el triple de lo que lo hizo cuando me marcaron.
—¡No preguntes por lo que no entiendes!
Ella se endereza con la dignidad de una reina. Sus ojos —grises, tormentosos— me atraviesan.
—No soy una mujer acostumbrada a que la traten como lo estás haciendo, será mejor que te comportes y que me respetes o te echaré fuera para que la oscuridad de la noche te consuma.
La palabra se cuela entre mis dientes.
—Deberías.
Porque si supiera lo que soy… Si supiera lo que esa marca representa… Si supiera que su olor me despierta algo que no quiero sentir… Correría.
Pero no lo hace. No aún. Temo que no sea ella quien deba huir de mí… sino yo de lo que me provoca su olor.
Su olor me persigue incluso cuando cierra la puerta. Dulce, terroso… con una nota de lluvia recién caída. Quizás el bosque la ha parido solo para joderme.