Elian
No quiero verla, esa mujer me descontrola y desde que me largue de su cabaña vengo evitando verla a toda costa fui a salvarla ese día en guardería cuando el espectro la ataco porque se lo debía, es como devolverle el favor que me hizo, me ayudó a recuperarme debo reconocer que sus brebajes ayudaron a que las heridas cicatrizarán. Dejando que lo hicieran por sí solas, jamás hubiese sanado tan rápido sin su ayuda, pero que se considere bien pagada con haberle hecho el favor dejarla vivir más tiempo.
La habitación huele a fiebre, a sangre y a ella ese aroma que me genera un descontrol y ganas de ahorcarla. Aeryn está ahí, sentada luciendo tan fresca, no puedo creer su descaro, es una recién aparecida que se acomoda rápido donde sea, como si no supiera el peligro que representa con solo existir. Mi disque prometida yace a su lado, aún viva —por ahora— y eso debería calmarme. Pero no lo hace. Porque en cuanto nuestros ojos se cruzan, siento ese tirón en el pecho que he estado negando desde aquella noche en el bosque.
—Tú —le gruño, como un perro acorralado—. ¿Qué haces aquí?
Su voz me corta como si me hubiera esperado todo este tiempo solo para escupirme la verdad:
—Me trajeron. A la fuerza. Para salvar a tu… ¿prometida?
Las palabras se clavan en mí. No por lo que dice, sino por cómo lo dice. Con esa lengua afilada que me provocaría a sonreír si no sintiera tanto rencor metido en los huesos.
—Tenías que quedarte en tu cabaña —respondo con los dientes apretados, obligando a resistir las ganas que tengo de acercarme a ella y sacarla con mis propias manos o quizás… Sacudo esos pensamientos absurdos de mi mente.
—Y tú tenías que dar las gracias —me lanza de vuelta, sin miedo.
No puedo seguir en esta habitación. No mientras ella esté ahí, con sus ojos manchados de fuego y barro. No mientras su olor me persiga, mezclado con el de la sangre de mi supuesta prometida una que me fue impuesta contra mi voluntad. No mientras siento que algo dentro de mí —algo ancestral— se agita solo por tenerla cerca.
—¡Saquen a esta mujer de aquí! —ordeno al sirviente más cercano, sin apartar la vista de ella—. Llévenla de regreso a su cabaña y no permitan que vuelva a poner un pie en este lugar.
Doy media vuelta, caminando hacia la puerta con pasos duros. Pero entonces…
—¡Kalen ya se encargó de eso! —me grita haciendo que me detenga. —La quemó —añade, más bajo, pero lo suficiente para que lo escuche.
Mi espalda se tensa. Las manos me tiemblan, cerradas en puños. El calor me sube por la columna como si algo dentro de mí se incendiara. ¿Kalen? ¿Quién le dio ese derecho? ¿Desde cuándo?
No vuelvo a mirarla. No puedo. Salgo de la habitación como si el aire me ardiera en la garganta.
El bosque me espera. Corro. Cambio de forma en cuanto dejo atrás la casa, mis huesos crujen y se deforman, mi cuerpo se expande, el pelaje me cubre, los colmillos se asoman. No hay nadie que me vea. No quiero testigos.
Necesito liberar esto. El lobo en mí toma el control, y el Alfa ruge con fuerza.
Corro entre los árboles como un demonio sin dios. Las patas golpean la tierra mojada, salpicando restos de barro. La lluvia me cae encima, lavándome, pero no me limpia. El olor de Aeryn todavía está en mi lengua. Todavía siento sus ojos clavados en mí, como si su juicio pesara más que el de la manada entera.
Encuentro a uno de los jóvenes que patrullan el límite del territorio. Le gruño para que se aleje. No necesito compañía. Necesito pelear.
Me interno más profundo en el bosque, donde las presas corren libres y los lobos no son más que instinto puro. Persigo a un ciervo, no porque tenga hambre, sino porque necesito desgarrar algo. Lo acorralo en segundos, y cuando salta, lo atrapo con un zarpazo certero.
No lo mato de inmediato. Lo sostengo jadeando, mirándolo a los ojos. El miedo que veo reflejado no es suyo, es mío. Lo que siento… no es solo ira. Es otra cosa. Algo parecido al dolor, al resentimiento, al deseo. Lo suelto. Dejo que huya.
¿Qué diablos me está pasando?
Me dejo caer sobre la tierra húmeda. El corazón late desbocado en mi pecho. Vuelvo a mi forma humana, cubierto de barro, sudor y desesperación.
¿Por qué me importa que Kalen haya quemado su cabaña?
¿Por qué no la quiero lejos, como grité?
¿Por qué me duele pensar que ella me odia?
Me llevo las manos a la cabeza, tirando del cabello, buscando una explicación racional. Pero no la hay. Porque ella no es racional.
Aeryn llegó a mi vida como una tormenta imprevista. No sé cómo entrarle. No sé cómo sacarla. Pero una cosa tengo clara. La quiero fuera de este lugar… porque si se queda, no voy a poder seguir negando lo que soy, no podremos ocultar nuestras verdaderas raíces y eso es un peligro porque ella es una humana.
Camino con pasos apresurados por el pasillo que lleva a mi habitación. La tensión me brota de la piel como un vapor denso, imposible de contener. No estoy bien. No desde que la escuché gritar que Kalen quemó su cabaña. No desde que me la volví a encontrar, dormida en el sillón de la habitación donde reposa mi prometida herida, como si todo fuera una burla del destino.