Destinada Al Alfa Que No Perdona

Capítulo 12 – Susurros y silencios

Aeryn

Camino por los pasillos de la mansión con el pecho ardiendo, como si alguien me hubiera abierto de golpe y dejado mi corazón expuesto. No entiendo nada. No entiendo por qué Elian me trata con tanta dureza, como si yo fuera una intrusa indeseada, y tampoco entiendo por qué al mismo tiempo fue él quien me rescató de aquel lobo en el bosque. Ese animal… sus ojos parecían inocentes, pero había algo en su mirada que me heló la sangre, como si ocultara un poder que podía destruirme con un simple movimiento.

Respiro hondo y sacudo la cabeza, pero mi mente es un caos. La forma en la que Elian me gritó en la habitación, la furia en sus palabras, la manera en la que Lysandra lo miraba… todo se mezcla en mi pecho como un veneno. ¿Por qué me afecta tanto? ¿Por qué siento que sus palabras, duras y crueles, pesan más que todo lo demás?

Necesito aire. Necesito escapar.

Abro una de las puertas laterales que conducen al jardín trasero de la mansión y me pierdo en aquel lugar que parece sacado de un sueño. Las flores crecen en racimos de colores intensos, el canto de los pájaros se mezcla con el rumor suave de una fuente de piedra que deja caer el agua como un murmullo. El lugar es hermoso, y por un instante me dejo arrullar por esa calma que tanto me falta.

—¿Qué estás haciendo conmigo, Elian? —susurro, como si el viento pudiera darme una respuesta.

Camino sin rumbo, con los pensamientos desordenados, hasta que mi memoria me arrastra a un lugar donde todo es seguro: la guardería ahí he sido feliz todo el tiempo. Empujo la puerta de madera, y el olor a leña, a telas guardadas y a plantas secas me invade como un abrazo cálido. Llegue en menos tiempo del que pensaba, cuando manejaba era como si estuvieras escapando y eso me hacia ir más rápido, al fin mi pecho y angustia se calman un poco.

No tengo tiempo de reaccionar porque de pronto la escucho.

—¡Aeryn! —la voz quebrada, pero llena de fuerza, me alcanza antes de que pueda verla.

La vieja Gunnhild aparece desde un rincón y, sin pensarlo dos veces, corre hacia mí con más agilidad de la que su edad debería permitirle. Me envuelve en un abrazo apretado, tan fuerte que siento como si intentara asegurarse de que no me deshaga entre sus brazos.

—¿Dónde has estado, niña? —su voz tiembla entre la alegría y el reproche—. He pensado lo peor, te busqué en cada rincón, creí que te habías perdido para siempre.

El nudo en mi garganta me impide hablar de inmediato. Por un momento, me dejo sostener por sus brazos, como si fuera lo único sólido en medio de todo lo que me arrastra. Finalmente, logro apartarme un poco y la miro a los ojos.

—He pasado por cosas… extrañas —respondo, bajando la mirada—. Estuve en el bosque, vi… vi a un lobo, Gunnhild. No sé cómo explicarlo, pero Elian apareció antes de que me encontrara. Me rescató. Y desde entonces… no entiendo nada. Me trata como si fuera una carga, como si quisiera mantenerme lejos… y, sin embargo, me protege.

Gunnhild me mira en silencio, y en su rostro se dibuja una expresión que me desarma: como si ella supiera lo que le estoy diciendo, entonces no puedo más y le cuento todo lo sucedido desde que Elian llego herido a mi cabaña hasta el dia que la incendió Kalen, Gunnhild suspira y se me queda viendo como si todo lo que estoy narrando fuera a causa de un golpe en la cabeza. Y tiene razón, es difícil creer mi historia.

Los ojos de la anciana me ven con ternura mezclada con un conocimiento profundo, como si guardara secretos que no está lista para decirme. Me acaricia la mejilla con una mano temblorosa.

—Hija mía… hay cosas en estos lugares que todavía no comprendes. Cosas que pretenden ocultar y quizás consigan hacerlo con los jóvenes, pero que los años me han enseñado a reconocer que a las ancianas no se nos engañan tan fácil.

Se levanta despacio, va hacia una mesa de madera donde prepara un té humeante y vuelve a sentarse conmigo. El aroma a hierbas dulces y amargas me envuelve mientras me ofrece la taza.

—Bebe, Aeryn. Calmará tu mente.

Obedezco, aunque mis ojos no dejan de buscar los suyos, esperando que diga más. Algo dentro de mí me grita que ella sabe la verdad, que ella entiende lo que yo aún no alcanzo.

—¿Qué es lo que sabe, Gunnhild? —pregunto en voz baja, casi suplicante—. Por favor, no me deje así.

Ella sonríe, pero no responde. Sus labios se cierran con la misma fuerza con la que sus manos sostienen la taza.

—Todo a su tiempo, pequeña. Todo a su tiempo.

Su respuesta, aunque suave, me provoca un escalofrío. Porque siento, muy dentro de mí, que mi vida está a punto de cambiar de una forma que aún no soy capaz de imaginar.

Con el corazón aún revuelto, decido regresar a la mansión. Necesito asegurarme de que Lysandra, la prometida de Elian, sane pronto. Si logro eso, podré marcharme. Sí, irme antes de que todo esto termine consumiéndome.

En el camino, a mitad de la vereda, mi respiración se detiene. Allí está otra vez. El mismo lobo de la cascada, observándome con esos ojos que parecen atravesar mi alma. Me quedo inmóvil, sin saber si bajar del coche o continuar. Al final, me impulso con una osadía que ni yo misma comprendo y bajo.

Mis pasos son lentos, cada uno acompañado por un latido desbocado en mi pecho.




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