Destino Compartido.

Prólogo.

Caminaba por las calles de Brooklyn, con la mirada perdida en el horizonte. Mis viejos auriculares, remendados con cinta adhesiva, reproducían una triste melodía en inglés, “Hurt” de Johnny Cash, que resonaba con la melancolía de mi vida. Las calles estaban llenas de vida, pero para mí, todo parecía distante y ajeno.

Pasé por la esquina de Tillary Street y Adams Street, donde los edificios de ladrillo rojo se alzaban imponentes, testigos silenciosos de mi dolor. Los árboles desnudos de Cadman Plaza Park se mecían suavemente con el viento, sus ramas como brazos extendidos en un abrazo que nunca llegaba.

Mientras avanzaba, mis pensamientos se sumergían en los recuerdos de mis padres adoptivos, tres familias diferentes que me habían amado y perdido. Cada paso hacia el puente de Brooklyn era un recordatorio de mi destino trágico, una vida marcada por la pérdida y la soledad. El bullicio de la ciudad se desvanecía a medida que me acercaba al puente. El sonido de los coches y las voces se mezclaba con el crujido de mis pasos sobre el pavimento. Al llegar a la entrada del puente, en la intersección de Washington Street y Prospect Street, me detuve un momento, mirando las luces de Manhattan al otro lado del río.

El puente de Brooklyn se extendía ante mí, una estructura majestuosa que conectaba dos mundos. Respiré hondo y comencé a caminar, sintiendo el peso de mi destino en cada paso. La música seguía sonando en mis oídos, una banda sonora perfecta para mi vida llena de tragedias y misterios aún por descubrir.

A mitad del puente, como cada mañana me detuve a observar el majestuoso East River que pasaba por debajo de mis pies. Tanto los vehículos como los transeúntes pasaban sin prestarme atención, al parecer tenía la extraña habilidad de ser invisible para los demás y solía aprovechar ese súper poder para sentarme sobre el borde del puente a meditar sobre mi vida. El día estaba gris y los nubarrones aún más negros que asomaban en el horizonte, prometían una tarde lluviosa y, probablemente muy tormentosa. El agua estaba demasiado agitada para ser que era verano aún, pero supuse que se debía al tiempo constantemente cambiante de esa semana.

Mis pies se balanceaban de atrás hacia adelante mientras que en mis oídos comenzaba a sonar Coldplay “Fix You”. De pronto, un ave de tamaño considerable y de plumaje tan negro como el carbón al igual que su largo pico, se posó a mi lado; aún con el día gris podía apreciar sierra tonalidad del color de la esmeralda en contraste con el negro de sus plumas, sus ojos de un rojo sangre me miraron atentamente. No sabía que ave era, pero si podía decir que era hermosa; a su manera. Extraña y bella, una combinación perfecta. Extendí mi mano queriendo tocarla, pero tan pronto como había llegado se fue. Extendió sus alas y se elevó en el aire, realizó una pirueta frente a mí rostro para luego dejarse caer en picada hacia abajo del puente. Intenté seguirla con mis ojos, pero solo logré seguirle el rastro hasta cierto punto ya que en mi posición, no podía ver más allá. Pero sentí la extraña necesidad de verla y decidí inclinarme aún más; incluso sabiendo que era una hazaña un tanto arriesgada. Con mi cuerpo estirado de forma precaria sobre la barandilla del puente y sosteniéndome únicamente con una mano, alcance a ver a la extraña ave posarse en uno de los travesaños que sostenían el puente. Desde su posición ella clavo su mirada en la mía y vi como su pico se abría como queriendo decirme algo. A pesar de sentir el viento soplando fuertemente mi cabello y con mi cuerpo luchando contra la gravedad, seguí inclinándome tratando de obtener una mejor visión del pajarraco. Entonces, sentí como algo, o alguien jalaba fuertemente de la parte trasera de mi sudadera llevando mi cuerpo hacia atrás hasta que mi trasero estuvo apoyado nuevamente en la baranda del puente.

Voltee mi rostro y entonces mis ojos se encontraron con dos esmeraldas que brillaban con miedo, pánico y alivio, todo a la vez. En ese momento, sentí como el tiempo se detenía y lo único que había de fondo era la canción de Coldplay. El chico estaba moviendo sus labios y claramente estaba tratando de decirme algo, pero yo solo me quedé allí mirando como su cabello del color del cobre danzaba con el viento alto. Sus ojos pestañaron varías veces haciendo que sus largas y curvadas pestañas del mismo color que su cabellera, ocultaran sus ansiosos ojos. Al parecer se percató de que no lo estaba escuchando y su mirada se posó en mis viejos auriculares, pude sentir como suspiraba antes de extender sus manos y, con delicadeza él bajo los auriculares hasta dejarlos posados sobre mis hombros.

-¿Qué estás haciendo? Te ves demasiado joven como para terminar con un final tan trágico.

Yo lo miré y sonreí, porque él no sabía nada de mí, ni de mi historia; si solo supiera que un final trágico sería el epítome perfecto para mí.

-¿Te estás riendo? – Él me miró con asombro mientras esperaba una respuesta de mi parte. – Solo intento ayudarte.

-¿Y por qué? – Mi voz sonó más tajante de lo que pretendía y por un momento temí que ese ángel se marchara por mi brusquedad. – No me conoces.

-No necesito conocerte para intentar ayudarte. Ahora, ¿podrías alejarte del borde y pisar tierra firme? – Preguntó al tiempo que sus ojos iban de mi cara hacia el puente y más allá de este con cierto nivel de miedo y respeto, como si le temiera a las alturas. – Por favor.

-Pero si estoy más que segura sentada aquí.

-Quizá eso es lo que piensas tú, pero yo…. Le temo a las alturas.

-¿Y por qué te has acercado entonces?

Él me miró con sus ojos verdes y brillantes a pesar de la ausencia de los rayos de sol, era como si tuvieran brillo propio. O las reglas de la luz funcionaban a su favor.

-Lo hice porque estaba montando mi bicicleta cuando vi a una chica medio colgada del puente con claras intenciones de saltar, algo que claramente todos decidieron ignorar.

-Menos tú.




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