Conseguí el trabajo después de meses de búsqueda. Era el tipo de oportunidad que no podía dejar pasar: una de las empresas más grandes del país, un salario decente y, sobre todo, la promesa de un nuevo comienzo.
Esa mañana, me detuve frente al edificio, con mi corazón latiendo más rápido de lo normal. Los ventanales brillaban con la luz del sol, y las puertas automáticas parecían invitarme a entrar en otro mundo.
—Bueno, Mónica —murmuré para mí misma mientras apretaba la correa de mi bolso—, si ellos creen que puedes hacerlo, tú también deberías.
Me aseguré de que mi ropa estuviera en orden: blusa blanca, pantalón negro y los únicos tacones cómodos que tenía. Nada fuera de lo común, pero suficiente para dar una buena impresión, o al menos eso esperaba.
Subí al ascensor, tratando de no hacer contacto visual con nadie. Algunos parecían tan seguros, con sus trajes perfectos y miradas decididas, que me sentí como una intrusa. Recordé a mi mamá esa mañana diciéndome: "No te dejes intimidar, hija. Eres capaz de esto y más." Sus palabras me reconfortaron.
Al llegar a mi piso, una recepcionista me recibió con una sonrisa amplia y cálida.
—¡Hola! Tú debes ser Mónica. Bienvenida, yo soy Clara. Ven, te muestro tu lugar.
Clara era bajita y con una energía que desbordaba. Me llevó hasta mi escritorio, que estaba impecable, con una computadora encendida y un bloc de notas nuevo.
—Aquí estarás tú. Marck está ocupado ahora, pero seguro te cruzarás con él en algún momento.
—¿Marck? —pregunté con curiosidad.
—Sí, nuestro jefe. Oh, no te preocupes, no es tan malo como parece. Solo asegúrate de tener siempre una respuesta lista para cualquier pregunta que haga. —Me guiñó un ojo y desapareció tras un cubículo.
Pasé la mañana adaptándome al sistema, saludando tímidamente a algunos compañeros y tratando de recordar todos los nombres. Entonces, justo antes del almuerzo, el ambiente cambió.
La gente empezó a moverse rápido, ajustándose los sacos o enderezándose en sus sillas. Y entonces lo vi: Marck Anderson.
Era completamente diferente a lo que había imaginado. Con apenas 30 años, tenía un aire de seguridad que parecía llenar la sala. Vestía un traje gris oscuro que le quedaba como si lo hubieran hecho a medida (seguramente así era), y llevaba una carpeta bajo el brazo.
Cuando pasó cerca de mi escritorio, se detuvo.
—¿Eres nueva? —preguntó con una voz que era a la vez seria y amable.
—Sí, señor Anderson. Soy Mónica, su nueva secretaria. —Intenté sonar profesional, aunque mi voz tembló un poco.
—Bienvenida, Mónica. Espero que te adaptes rápido. Aquí las cosas se mueven con rapidez. —Y, tras un asentimiento breve, siguió su camino.
Clara apareció de repente detrás de mí.
—¿Qué tal? ¿Nerviosa? —Me miró con una sonrisa traviesa.
—Un poco. Es... imponente.
—Sí, pero no te preocupes. Tiene sus momentos de humano como el resto de nosotros. Aunque, claro, no está mal disfrutar un poco de la vista, ¿no crees? —Clara soltó una carcajada antes de regresar a su escritorio.
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Al final del día, Clara y Rodrigo, un analista de sistemas con quien había intercambiado algunas palabras, me invitaron a tomar algo. Dudé, pero finalmente acepté.
Nos sentamos en un bar pequeño cerca de la oficina, donde la música era suave y las luces cálidas. Clara pidió una margarita, Rodrigo una cerveza, y yo opté por un mojito.
—Entonces, ¿qué tal tu primera semana? —preguntó Rodrigo, dándole un sorbo a su bebida.
—Intensa —admití con una risa nerviosa—. Pero siento que estoy aprendiendo mucho.
Clara asintió.
—Sí, aquí el ritmo es rápido, pero Marck tiene una habilidad especial para sacar lo mejor de las personas. Aunque no sé si te diste cuenta de lo bien que te miraba hoy.
Rodrigo soltó una carcajada.
—Por favor, Clara, no le metas ideas a la nueva.
Reí con ellos, sintiéndome un poco más relajada. Era agradable hablar fuera del entorno formal de la oficina. Clara comenzó a contar historias sobre otros compañeros, mientras Rodrigo bromeaba sobre las reuniones eternas de los lunes.
—Ah, por cierto —dijo Clara, mirando su teléfono—. El próximo viernes hacemos una salida de equipo. Karaoke. ¿Te apuntas?
—Claro, ¿por qué no? Aunque no canto muy bien.
—Eso no importa —intervino Rodrigo—. Lo importante es pasarla bien.
Cuando regresé a casa esa noche, me sentí extrañamente satisfecha. Era solo el comienzo, pero por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de que las cosas podrían salir bien.