El hombre caminaba de un lado a otro en la habitación. Su expresión permanecía serena, pero por dentro una inquietud indescriptible comenzaba a apoderarse de él. Trató de ahuyentar esa sensación y se acercó de nuevo a la cama donde yacía su padre, respirando lenta y pesadamente, con los ojos casi cerrados. Se sentó al borde del colchón y permaneció en silencio mientras lo observaba.
—No quedaré al mando—dijo finalmente.
Su padre abrió los ojos lo más que pudo y se quedó observándolo con una expresión de desconcierto, pero de pronto una risa brotó de su boca.
—Supongo que tarde o temprano dirías eso—admitió aquel hombre que se encontraba al borde la muerte—. Tal vez nunca fuiste lo suficientemente fuerte.
—Siempre he sido fuerte—habló con firmeza—. Pero también siempre he sido justo. Y sabes que hay alguien más que merece ese puesto.
El hombre apartó la vista quedándose en silencio un momento, observando al vacío. Mientras esperaba a que su padre dijera algo, se preguntó si aquel hombre sentiría remordimiento, al menos el ápice de algún sentimiento, pero dedujo que no sería así. Después de todo, esa era su habilidad.
—Ella no sería capaz, no sabe nada.
—Tiene una hija—mencionó—. Tal vez tenga una habilidad. Me encargaré de encontrarla.
Volvió a reírse pero esta vez su risa lo hizo removerse y toser dolorosamente en la cama. Él no se inmutó, se mantuvo en su posición observando como su padre era consumido por la enfermedad, viendo como moría lentamente.
Aquel hombre, que por tanto tiempo había llamado padre por obligación, por fin había dejado de existir. Lo supo cuando dejó de toser, y lentamente su respiración se fue apagando, al mismo tiempo que sus parpados se cerraban.
—Espero no puedas descansar nunca—murmuró antes de ponerse de pie.
Extendió la sabana para cubrir el cuerpo de su padre por completo y luego se acomodó el saco para abandonar la habitación. En cuanto llegó al pasillo observó a dos hombres que esperaban impacientes. Con el simple gesto de asentir con la cabeza dio a entender que el líder había muerto.
Dietrich caminó lejos de la habitación y se dirigió al salón principal, donde los demás se encontraban en silencio. Los observó desde la escalera y cuando notaron su presencia se pusieron de pie, esperando las palabras del que pensaban sería el próximo líder.
—Mi padre ha muerto—anunció sin pesar, con la voz neutra.
Esperó un momento a que dijeran algo, pero no recibió nada entonces prosiguió:
—No voy a ser el líder.
Todos quedaron perplejos y confundidos, pero él decidió que tal vez luego lo explicaría. Ahora tenía asuntos más importantes que resolver.
Debía encontrar a la chica.