Destino o Muerte.

Capítulo 1.

Made se sentó en la cama y me observó desde ahí. Hizo una mueca y negó con la cabeza.

—Definitivamente el rosa no te sienta bien—comentó.

Resoplé y me di la vuelta para mirarme al espejo. Bueno, tal vez el rosa podría sentarme bien si el vestido que mi madre había escogido no fuera tan horrible. Con el puesto me asemejaba a una oruga.

—Me queda horrible—dije—Si voy así a la fiesta van a sacarme fotos para hacer memes.

—Yo de verdad que no entiendo cuál es el afán de tu mamá con que te vistas como princesita.

—Esta vez quiso que me parezca a una princesita en banca rota.

Pasé mis manos por la tela del vestido y noté que ni siquiera la textura era de buena calidad. Cuanto más me observaba al espejo, más ridícula me sentía, así que me dirigí al baño para cambiarme y ponerme el jeans y la blusa que tenía antes.

—Tengo que convencerla de que no puedo llevar ese vestido.

Me recosté en la cama a un lado suyo cuando regresé a la habitación y suspiré. Mi madre estaba empeñada con que llevara ese vestido a la celebración de primavera que se realizaría en el instituto, argumentando que ella no había tenido la oportunidad de asistir a esa fiesta—que se realizaba todos los años desde 1990— cuando era joven y que le haría muy feliz que fuera con el vestido que ella había optado para aquella ocasión pero no había podido usarla, y que por una muy extraña razón lo seguía guardando. A veces mi madre era rara, pero de todos modos no quería hacerla sentir triste, y sé que si le dijera que ese vestido está terriblemente feo, la haría sentir mal.

—Sinceramente no creo que consigas nada con ella, ya sabes cómo es.

—Todavía falta un mes, tengo tiempo para intentar convencerla.

—Y al final vas a terminar accediendo, siempre pierdes contra ella.

Volví a suspirar y me resigné. Made tenía razón. Mamá podía ser todo lo sensible que quisiéramos pero también era muy chantajista y para colmo no le gustaba perder ninguna discusión con nadie.

—Supongo que tengo que aceptar que voy a ser motivo de memes el resto del año—me lamenté.

—Tal vez—admitió—. Pero hay que verle el lado positivo: vamos a tener motivos para reírnos.

Me miró con burla y yo le dediqué una mirada de reproche.

—Simpática.

—Obvio—aseguró—. Pero bueno, cambiando de tema—se incorporó en la cama y se sentó doblando las piernas—¿Qué opinas si me pinto el cabello de azul? ¿O le dejo cómo está?

La examiné y traté de imaginarla con cabello azul, pero no, prefería el color que tenía.

—El violeta te sienta mejor—concluí.

—Eso pensé—sonrió—. ¿Y tú no piensas hacerte nada por el cabello?

—¿Algo como qué?—alcé una ceja.

—Pues no sé—se encogió de hombros—. Pintarlo, cortarlo, enrularlo o algo así.

—Si me lo pinto, mamá me asesina—declaré—. Si lo corto, papá me castiga.

—A veces tus padres me ponen nerviosa, de verdad—bufó.

—También a mí. Pero no puedo hacer nada hasta que cumpla los 18.

—Bueno, por lo menos ya solo faltan 3 meses.

3 meses.

A veces eso sonaba a una eternidad. No era secreto para nadie, ni en el barrio ni en el instituto, que mis padres siempre han sido muy estrictos conmigo. Mi padre se encargaba de hacerme recordar todo el tiempo que debía estudiar, centrar toda mi atención en las tareas, pensar en la universidad, organizar mi futuro. Mi madre por su parte se encargaba de decidir la ropa que me pondría, de aconsejarme que no me fijara en chicos malos, que fuera femenina, educada. En algún punto de mi vida llegué a sentirme como una marioneta que tenía la vida completamente decidida y sin capacidad de rechistar ante nada, cosa que me molestaba demasiado pero al final terminé aceptando que entre todo, lo hacían por mi bien, y que al final de todo, cuando cumpliera la mayoría de edad podría hacer lo que quisiera y decidir mis propios actos.

O eso era lo que aseguraban ellos.

Made se quedó tan solo unos 10  minutos más porque tenía que salir con alguien. No quiso decirme con quien iría realmente, pero ya suponía que se trataba de Ángel, un chico que estaba totalmente enamorado de ella y que todo el tiempo la invitaba a salir. Ciertamente ella no sentía nada romántico por él, pero le agradaba su compañía y a veces simplemente decidía aceptar porque él la llevaba a la mejor heladería de la ciudad. Y Made amaba los helados.

Cuando se fue decidí ir un momento a la sala para curiosear en lo que hacia mi madre. La encontré sentada en el sofá observando la televisión.

—¿Ya se fue Made?—me preguntó cuándo me senté a su lado en el sofá.

—Si, hace un momento.

Miré la televisión y vi que pasaba una novela que no reconocía pero se veía deprimente.

—¿Ya te probaste el vestido?

Levanté la mirada hacia ella y la pillé observándome fijamente, con un brillo de emoción en los ojos.



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En el texto hay: armas, amor, mafia romance y misterio

Editado: 24.06.2020

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