Destino o Muerte.

Capítulo 4.

 

 

No pegué un ojo en toda la noche.

Cuando aquel hombre desapareció Sofia y David habían bajado a preguntar por qué se habían escuchado gritos, a lo que mamá respondió que no pasaba nada y los mandó a dormir.

Mis padres y yo nos quedamos en la sala intenta buscar una solución o al menos encontrar una respuesta lógica a lo que había sucedido.

Mi papá se encargó de llamar a todos los abogados que conocía y mandó una imagen del dichoso documento a todos ellos. Pero al final todos concluían lo mismo:

El documento era legal. Tenía la firma de un juez. El sello de un juzgado.

Nada se podía hacer.

Él cuestionó como era posible que un juez le haya dado una custodia a una persona sin haber pasado antes por un juicio.

—Tal vez el juez haya sido sobornado. Y de ser así, igual no podemos hacer nada.

Eso había dicho uno de los abogados.

Nuestros nervios estaban a flor de piel. Mi madre había tenido que tomar té de menta unas cuantas veces y papá intentaba por todos los medios hallar una solución, pero sus ideas no desembocaban a nada, al final terminábamos en lo mismo: debía ir.

Cuando dieron las 3 de la madrugada ya nos sentíamos cansados. Mi papá debía trabajar en menos de 4 horas y mamá ya estaba demasiado tensa, por lo que habíamos decidido descansar y pensar con claridad en la mañana. Pero de todos modos no había podido dormir, me dediqué a pensar, en buscarle la lógica a la situación. Cuando entendí que pensar tanto me generaba dolor de cabeza, decidí comenzar a empacar mi ropa. No me quedaba otra opción.

Al amanecer papá entró a mi habitación y me encontró sentada en la cama, con las ojeras oscuras y los ojos rojos por haber llorado tanto.

—Te amo, hija. Pase lo que pase.—había susurrado y me dio un fuerte abrazo.

Antes de ir a trabajar me aseguró que yo estaría de regreso lo antes posible. Se lamentó por tener que ir igual al trabajo en un momento tan delicado pero prometió que no pasaría una semana antes de que yo estuviera de nuevo aquí. Me recordó lo mucho que me amaba y se fue.

Mis hermanitos debían ir a la escuela así que me despedí antes de ellos, diciendo que me iría una semana de vacaciones y que los vería después. Mamá me había dicho que les inventara aquello para que de algún modo no sufran. Según ella, de todos modos no habría mentido con eso de que volvería en una semana, ya que papá haría hasta lo imposible para recuperar mi custodia.

Ellos se fueron felices a la escuela luego de darme un abrazo, pensando que su hermana iría a una especie de paseo.

En realidad ni siquiera sabía a donde iría realmente.

Mientras yo esperaba en la sala, mamá lloraba cada vez que podía mientras trataba de consolarme o consolarse a sí misma diciendo que el viernes o antes yo estaría aquí.

Y rogaba que fuera así.

El reloj marcó las 12 del mediodía y sentí miedo, como nunca antes lo había sentido en mi vida. Mamá alzó la vista hacia el reloj que colgaba en una de las paredes y tragó saliva antes de mirarme. Yo me encontraba como un alma en pena en ese momento, así que no pude hacer nada más que levantarme para ir a mi habitación y traer mis maletas.

Había llorado demasiadas horas, no había dormido nada y había pensado demasiado. Sin mencionar que desde ayer no comía nada. El hambre se me había esfumado por completo.

Observé mi habitación y me contuve las ganas de volver a llorar. Simplemente tomé las maletas y regresé a la sala, no sin antes observar la puerta de la habitación de mis hermanos, el pasillo. Todo lo que estaba a mí alrededor.

Por alguna extraña razón sentía que llevaría tiempo para volver a verlos, a mis hermanos, a mis padres, a mi casa.

Cuando bajé por completo la escalera el timbre resonó por toda la casa y mamá se acercó para darme un abrazo antes de dirigirse a la puerta.

Ahí estaba ese hombre, fresco y sereno parado en el umbral con las manos en los bolsillos de su pantalón, esperándome. Tanto mi madre como yo le dedicamos una mirada de odio pero no se inmutó, solo se apartó para que pudiera pasar. Intentó ayudarme a llevar las maletas pero se lo impedí así que decidió guardar distancia.

Le di un último abrazo a mamá y le dije lo mucho que los amaba, prometiéndole que iba a hacer lo posible para estar en contacto con ellos. Cuando me aparté de ella observé al otro lado de la calle y ahí estaba la camioneta negra, la que ayer se había estacionado tantas horas en frente. Estaba allí, pero ahora la puerta trasera estaba abierta.

—Está en buenas manos—le dijo mientras me dirigí al auto.

Ambas dudamos de su palabra pero mamá no dijo nada. Se quedó parada en el porche observando como el tal Dietrich metía mis maletas a la cajuela y yo me metía al auto. Me sentía tan impotente por no hacer nada, por bajar la cabeza y obedecer, pero no me quedaba de otra. Él había amenazado con que mis padres pagarían las consecuencias, y no quería comprobar que fuera cierto.

Cuando nos pusimos en marcha me recosté por la ventanilla y observé como nos alejábamos de casa. Silenciosamente cayeron algunas lágrimas sobre mi mejilla y no me preocupé en limpiarlas, no podía aguantarlas más.



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En el texto hay: armas, amor, mafia romance y misterio

Editado: 24.06.2020

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