El rugir de mi estómago hizo que abriera los ojos.
Percibí un delicioso aroma y me incorporé en la cama para ver de dónde provenía. A mi lado, sobre la mesita de luz, reposaba una bandeja que contenía varios sándwiches y un vaso de jugo. Bajé los pies de la cama y me senté al borde del colchón para observar los gloriosos sándwiches que atormentaban a mi estómago hambriento. Dudé antes de tomar uno de ellos, pensando en que tal vez pudieran estar envenenados.
Pero al final terminé comiéndolos todos con rapidez.
Cuando me sacié y dejé la bandeja vacía, observé por unos de los ventanales y noté que ya se había hecho de noche. Me levanté de la cama y caminé hasta donde se encontraban mis maletas.
Habían armarios muy bonitos en la habitación pero preferí dejar mis maletas como estaban, ya que si mi padre cumplía con lo que me había dicho, yo regresaría a casa dentro de poco y habría sido una pérdida de tiempo vaciar mis maletas. Saqué uno de los vestidos simples que encontré primero, uno de color fucsia que me llegaba hasta por encima de las rodillas y me cubría por completo los hombros.
Me puse de pie una vez que tuve todas mis pertenencias y busqué con la mirada alguna puerta dentro de la habitación. Cuando lo encontré, hacia el lado izquierdo justo en dirección a la habitación del tal señor Blake, me encaminé a ella para darme una ducha necesaria. Había estado sin bañarme más de 24 horas.
Abrí la puerta e ingresé al cuarto. No era tan grande como lo imaginaba pero si era bastante lujosa. Habían repisas cargadas de toallas, jabones, shampoo’s, acondicionadores y envases que no distinguí para que eran, pero supuse que serían esos líquidos que se agregan a la bañera.
Caminé hasta la tina y me quedé de pie frente a ella, observándolo con una mueca. En mi casa no habían tinas, solo duchas, así que bañarme en uno de estos sería demasiado extraño pero no tuve de otra. Dejé a un lado mi ropa con la toalla y coloqué en el suelo mi jabón junto al shampoo y acondicionador que había traído. No pensaba utilizar nada de lo que había aquí.
Cuando terminé mi rutina de aseo regresé a la habitación y guardé mis cosas. Doble lo más que pude mi ropa sucia y lo guardé en la maleta. Busqué mi celular en uno de los bolsillos y lo encendí para llamar a mi madre, pero para mi desgracia no había una sola pizca de señal, por lo que tuve que guardarlo de nuevo.
Me quedé de pie repasando la mirada por el lugar. Ya era de noche, el sueño se me había ido por completo y no tenía nada productivo que hacer, así que me dediqué a curiosear.
Caminé hasta los placares y por un momento pensé que estarían repletos de ropa, pero estaban absolutamente vacíos. Solo había espacios huecos para poner ropas, zapatos, vestidos. Todo el espacio que con toda mi ropa llenaría apenas la mitad.
Cerré las puertas y estuve a punto de dirigirme a las ventanas cuando escuché que alguien tocó la puerta. Volteé y observé, esperando a que se abriera o que dejaran de tocar.
—¿Puedo pasar?
Reconocí la voz de Dietrich y rodé los ojos. A quien menos quería ver era a él. Me mantuve en silencio mientras caminaba hasta la cama para sentarme. No pretendía abrirle la puerta, pero de todos modos ingresó a la habitación.
La puerta se abrió lo suficiente como para que pueda meter su cabeza y me observó un momento antes de abrirla por completo y adentrarse. Para mi suerte, dejó la puerta abierta y se mantuvo a una considerable distancia lejos de mí. Desde su posición, observó la bandeja y sonrió un poco.
—Me alegra que hayas comido—dijo.
—Quiero comunicarme con mis padres—mencioné, ignorando sus palabras.
—Mañana te traerán un móvil nuevo con un chip que tenga señal en esta zona y podrás comunicarte con ellos.
—No quiero nada que provenga de usted—espeté—. Mejor déjelo así. De todos modos mis padres harán todo lo posible para que yo regrese a casa.
—Esta ahora es tu casa, Alessa—murmuró.
—Esta no es mi casa—repliqué—. No conozco a nadie aquí, no conozco el lugar, y mucho menos lo conozco a usted.
—Si me dejaras explicarte que…
Quiso hablar pero lo interrumpí.
—¿Qué tendría que explicarme un hombre que de la nada aparece y me quita todo lo que tanto amo?—pregunté con enfado.
—Demasiadas cosas—aseguró con tranquilidad—. Todo tiene un por qué.
—Sus por qué no me interesan.
Puse mala cara y miré a otra parte. Lo oí suspirar y se alejó.
—Cuando dejes de ser tan necia—dijo desde el umbral—, me dejarás explicarte y vas a entender muchas cosas. Y cuando dejes de serlo o al menos te des una oportunidad de escuchar, solo tienes que buscarme.
Salió de la habitación con sus palabras flotando en el aire.
Me hice la misma pregunta cuando la puerta se cerró y volví a quedar sola.
¿Qué tendría que explicarme?
Solo podía pensar que su explicación tendría que ver algo como “Vamos a vender tus órganos, pero es por tu bien”, o “Te traje aquí porque vas a ser vendida a un burdel, pero tranquila, es por tu bien”.