Me apoyé por la puerta y traté de apaciguar mi respiración.
Mientras venía corriendo como si me estuviera persiguiendo el mismo diablo, escuché a Brenda y a otras personas llamarme, pero los ignoré por completo. Vine directo a la habitación.
Quise caminar hasta la cama para sentarme un momento ya que me dolían las piernas pero entonces escuché que alguien tocó la puerta y todo mi cuerpo entró en alerta.
No pregunté quién era, por miedo a que fuera el hombre del bosque quien estuviera al otro lado, con su arma en mano esperando a meterme un tiro.
Cuando la puerta se abrió me agazapé rápidamente a un costado y puse mis manos sobre mi cabeza, como si fuera un rehén.
—No me mates, por favor—supliqué cerrando los ojos.
—¿Quién quiere matarte?
Era la voz de Dietrich. Abrí los ojos y lentamente miré hacia arriba. Él estaba parado frente a mí, observándome confundido. Me puse de pie y limpié el polvo imaginario de mi vestido.
—No lo sé, usted dígame—respondí, poniendo mis brazos como jarra.
Frunció el ceño y negó con la cabeza.
—Aquí nadie va a matarte, Alessa.
—¿Está seguro?—pregunté—Porque no creo que esos hombres que se pasean por el patio con armas más grandes que mi cabeza quieran ser amigos míos.
—De hecho, tienen prohibido ser amigos tuyos—se encogió de hombros.
Lo miré confundida pero no dije nada.
—Me dijo Brenda que estabas buscándome—habló.
—Sí—admití—. Quiero escuchar las supuestas explicaciones que tiene para darme.
Una media sonrisa apareció en su rostro y asintió levemente con la cabeza. En su rostro distinguí una expresión de alivio.
—Ven conmigo al estudio—pidió antes de salir de la habitación.
Fruncí los labios y me quedé quieta un momento. ¿Por qué quería que fuera si podría simplemente hablarme aquí?
No tuve la oportunidad de preguntárselo ya que había desaparecido de mi vista así que no tuve de otra que salir de la habitación e ir a su estudio. De todos modos, quería conocer el motivo por el cual me encontraba en este lugar, y no pretendía aguantar un minuto más la incertidumbre. Observé desde el pasillo la puerta abierta y caminé hasta allí.
—Siéntate, por favor—apuntó a la silla que estaba frente a su escritorio.
Cerré la puerta detrás de mí y avancé unos pasos dentro del estudio para sentarme frente a él.
Dietrich colocó sus manos sobre el escritorio y se quedó observando sus dedos. Mientras tanto, observé el lugar y las repisas repletas de libros que cubrían la pared a su espalda llamó mi atención. Los libros siempre me habían gustado, de hecho siempre había querido tener una biblioteca en la casa pero por el poco espacio que teníamos me era imposible.
El estudio era pequeño, no había más que las repisas, las sillas y el escritorio. Había un solo ventanal a mi derecha, aunque era lo suficientemente amplia como para que la luz del sol filtrara con claridad y diera una buena iluminación al lugar.
—Mi padre murió hace casi un año atrás—comenzó a decir y lo miré para prestarle atención. Él levantó la vista de sus dedos y me observó fijamente—. Él y yo nunca nos habíamos llevado tan bien que digamos, pero aún así, cuando murió me dejó como herencia esta mansión, otras propiedades, y muchas cosas más.
Enfatizó la palabra “muchas”. Mentalmente me pregunté por qué hablaba de su padre y que tenía que ver eso conmigo pero decidí mantenerme en silencio.
—Sin embargo—continuó—, yo sabía que no era su único hijo como él siempre decía, por lo que no acepté la herencia. Yo supe que en el pasado él había engañado a mi madre con otra mujer y la había embarazado, pero cuando se enteró de eso solo dijo que el hijo no era suyo. Por cosas de la vida, me había enterado de aquello cuando tuve 10 años, y sinceramente no le había prestado mucha importancia hasta que a los 18 comencé a cuestionarme sobre la existencia de ese posible hermano. Quería saber si era verdad que aquella mujer quiso “inventarle” un hijo como mi padre había dicho, o si simplemente él no quiso hacerse cargo, entonces lo encaré y le pedí explicación. Cuando me dijo que ya había pasado demasiado tiempo, que ni se acordaba de la mujer y mucho menos de esa criatura, me pidió que olvidara aquello y que por sobre nada del mundo le dijera algo a mi madre. Pero yo no estaba dispuesto a olvidarme de eso tan fácilmente como él quería, de hecho, desde ese momento me puse en búsqueda de aquella mujer, para saber la verdad. Nunca me acerqué a ella, desde donde y como podía trataba de averiguar lo que necesitaba, y al final mis sospechas habían sido ciertas. No había tenido un hermano justamente, pero si una hermana.
Bajó la vista y sonrió un poco.
—Cuando tuve la certeza de que tenía una hermana, le mostré a mi padre todas las pruebas que tenía, pero él no le prestó la más mínima importancia y eso hizo que lo odiara más. Desde eso no había querido acercarme a ella ya que pensaba que tal vez me odiaría o algo por el estilo, pero si contraté a un hombre para que me mantuviera al tanto de su vida…
—¿Tanto te importaba tu hermana?—pregunté, interrumpiéndolo.