Sentía los músculos agarrotados.
Blake al parecer se había ensañado conmigo, pero no rechisté. Había aplicado la ley del hielo con él.
Cuándo dieron las cinco y media de la mañana yo estaba sin poder dormir y entonces había decidido ir al bosque, sin esperar a que él aparezca por mi habitación. Lo había esperado como una hora, y cuando llegó lo primero que dijo fue:
—Te estuve buscando como idiota.
Y se lo había escuchado muy enfadado pero no le había dicho nada. Ni siquiera un hola. Ni siquiera un vete a la mierda.
Me dediqué a hacer los ejercicios que me había mandado y nada más. Aunque no pude evitar hacer muecas de dolor.
Luego de que termináramos el entrenamiento me escudriñó con la mirada y me dejó ir, diciéndome que entrenaríamos a la tarde, porque mañana él tenía cosas que hacer.
Y no lo he visto desde eso.
Mi cuerpo definitivamente todavía no se acostumbraba a la actividad física y suplicaba piedad, así como mis piernas rogaban que me sentara.
Con toda la fuerza de voluntad que pude sacar de mi ser, me fui en busca de Brenda. Cuando la encontré estaba en la sala observando a las chicas mientras limpiaban el salón. Creo que eran casi las 11 de la mañana, había desayunado hace una hora atrás pero ya comenzaba a aburrirme en la habitación y no tenía nada más que hacer porque al parecer Dietrich no estaba y no podía ir a reclamarle nada, como tenía pensado hacer.
—Brenda—llamé su atención—¿Puedo llevar una escoba?
Volteó a mirarme y me observó confundida.
—¿Pará qué necesita una escoba?
—Quiero limpiar mi habitación.
—Por Dios, no—contestó rápidamente—. Nosotras nos encargaremos de limpiar su habitación.
—No es necesario, yo puedo hacerlo—aseguré.
Me observó un largo rato pero no me dio la escoba, diciendo que ese era el trabajo de las chicas, que yo no podía hacer el aseo.
Como si fuera pecado querer barrer mi habitación.
Tuve que alejarme de ellas y quedarme pensando en donde podía ir, porque comenzaba a aburrirme y deprimirme sin nada que hacer, sin nadie con quien hablar...
¡Apolo!
Subí rápidamente al segundo piso y me quedé mirando las puertas, intentando recordar cuál era su habitación. Porque no lo había visto antes así que, o estaba en su habitación, o no estaba.
Me acerqué a una puerta y golpeé con mis nudillos.
La puerta se abrió y me recibió un hombre de casi 2 metros, con piel de tono olivo, cabello con corte militar y una mirada que me dió ganas de salir corriendo.
—Buenos días—lo saludé.
Entrecerró levemente los ojos y luego asintió con la cabeza.
¿Un hombre aquí asintiendo con la cabeza?
Qué raro.
—¿Necesita algo?
Oh
My
God.
Si sabe hablar.
¡SI SABE HABLAR!
Lo miré con los ojos bien abiertos y tuve que reprimir una risa para ponerme seria.
—¿Dónde puedo encontrar a Apolo?
Salió un poco de la habitación y retrocedí. Apuntó a la tercera puerta luego de la suya y me indicó que era ahí.
Se lo agradecí y me dirigí a la habitación. Sentí la mirada del hombre y me hizo sentir incómoda pero me relajé cuando escuché el sonido de su puerta cerrarse.
Me paré frente a la habitación de Apolo y golpeé con los nudillos. Unos minutos después, él apareció frente a mí con un rostro adormilado, sus dedos sobando sus ojos y su abdomen descubierto.
Bendito.
Ok, esto estaba mal y podía considerarse pecado, pero no pude apartar la vista de tu torso. Tenía lunares por todas partes y también tatuajes en algunos puntos. Y lo mejor de todo: en su abdomen se podía hasta lavar ropa.
—Buenos días—bostezó.
Levanté la vista y le brindé una leve sonrisa en modo de saludo, o eso creo.
—¿Quieres salir al patio a charlar un momento?
—¿Quieres que Blake me meta un balazo en la frente?—preguntó. Noté un deje de diversión en su voz.
—Voy a rogar por tu alma en tu sepelio—sonreí.
Negó con la cabeza y me pidió que lo esperara. Unos minutos después salió, ya vestido con una habitual remera negra y un jeans del mismo color.
Hacía mucho calor así que no íbamos a poder quedarnos en medio del patio hablando, porque corríamos con el riesgo de regresar tostados luego. Preferimos ir al bosque, esta vez mucho más al fondo, donde la espesura del bosque se hacía mayor y el viento era incluso más fresco que en otras partes. Él caminaba con mucha agilidad sobre las cuantiosas ramas que habían en la especie de camino que trazábamos. Mientras él caminaba como si conociera el camino de memoria y no hubiera ramas y troncos, yo estaba observando mis pies a cada momento para no tropezarme.
Aunque igual me tropecé unas cuantas veces. Sin mencionar que tenía las piernas rasguñadas.