Cuando escuché la puerta abrirse lo que hice fue detener mi paso para voltear a ver. Lo primero que divisé fue la cabellera canosa de Dietrich.
Bajé de nuevo al inicio de la escalera y lo esperé con las manos entrelazadas y una amplia sonrisa. No me adaptaba aun a la idea de que el fuera mi tío pero me causaba cierta confianza así que no me costaba hablar con él ni nada por el estilo. Y de hecho ahora tenía demasiadas ganas de hablar con él para saber por qué demonios había prohibido que hablen conmigo.
—Hola Dietrich—lo saludé, ensanchando mi sonrisa. Él me observó un tanto confuso y luego su expresión se relajó.
Una de las chicas de limpieza se acercó para agarrar su saco y cuando lo tuvo en mano se alejó rápidamente, sin siquiera levantar la vista. Dietrich se veía diferente sin el saco pero incluso para su edad, y sus canas, la camisa gris le quedaba bien. Su abdomen no tan plano se enmarcaba por la tela y dejaba en claro que él no era un hombre muy atlético que digamos. Claro, sentarse todo el día a completar crucigramas traía sus consecuencias. Pero fuera de eso, no era un hombre feo ni nada por el estilo, de hecho su cabello negro en partes y blanco en otras le daba un aspecto bastante extraño pero cautivador. Supongo que si alguna señora lo viera por la calle diría ¡Por Dios, que hombre tan bello!
Porque si le quitas la cara de culo que lleva todo el día, encuentras a un hombre muy apuesto.
—Vamos al estudio—fue lo único que dijo.
Me dedicó una breve sonrisa y comenzó a subir las escaleras. En silencio, yo lo seguí. Me pregunté mentalmente si ya sabría de qué quería hablarle.
Cuando llegamos frente al estudio él abrió la puerta y entró. Me dijo que hiciera lo mismo y que cerrara la puerta al entrar, cosa que hice. Me senté en la silla frente a su escritorio y esperé a que él se terminara de quitarse su corbata. Al parecer le asfixiaba o incomodaba, porque cuando se lo quitó y lo guardó en su cajón su rostro se relajó por completo, hasta soltó un suspiro.
—¿Para qué soy bueno?—cuestionó recostándose en su sillón.
—En definitiva para hace que nadie quiera hablar conmigo—comenté con cierto enfado.
—No entiendo por qué eso te molesta—dijo sin darle mucha importancia—. Aquí eres la líder, no la amiga de todos.
—Pero puedo ser la líder y tener amigos, por lo menos hablar con alguien. No puedo solo estar todo el día entrenando o estar encerrada en mi habitación. Ya ni siquiera tengo noción de los días.
—Es viernes—me informó.
Lo miré con cara de ¿Me lo dices en serio? Pero de mala gana.
—Ya sé—rodé los ojos.
—Pero dijiste que perdiste la noción de lo días.
—Solo era un decir—respondí, haciendo una línea con mis labios—. Como sea, el punto es que quiero hablar tranquilamente con la gente sin que Blake ande amenazando a todo el mundo.
—Mira Alessa—se reacomodó en su silla y apoyó sus brazos sobre el escritorio—. Ahora que no eres amiga de nadie, ellos te respetan. Cuando te vuelves amiga de alguien ya los demás quieren pasar por encima de tu autoridad creyendo que por ser tus amigos no tienen que cumplir tus órdenes. Así que, puedes hablar con quién quieras, pero intenta no volverte amiga de todos.
—Con la única persona que quiero hablar sin que reciba amenazas es Apolo, pero él teme hablar conmigo porque dice que Blake podría degollarlo.
—Blake solo sigue mis órdenes—se encogió de hombros.
—Entonces por favor habla con él y dile que no se comporte como un troglodita—pedí.
Me analizó con la mirada y luego asintió con la cabeza.
Lo último que le dije fue que deseaba ir con Made de compras hoy en la noche, por suerte aceptó, diciendo que uno de los hombres nos llevaría y que me daría la tarjeta de crédito luego.
Ahora solo me quedaba hablar con Made para saber si podía acompañarme.
Creo que primero debía hablar con ella, pero ajá.
Fui a mi habitación y busqué mi celular para llamar a Made. Eran las 1 de la tarde y no sabía si podía atenderme, porque a esta hora debería estar todavía en el instituto, pero aun así la llamé.
Me atendió en el segundo tono.
—Hasta que por fin me llamas hija de tu chingada madre.
—Yo también te extrañé—dije con sorna.
—Lo sé, también yo.
—¿Estás en el instituto?
—Nop, estoy en casa sin saber que hacer de mi vida.
—¿No fuiste al instituto?—pregunté.
—Sí, pero el profe de mates milagrosamente no fue así que nos dejaron salir antes.
—Ah, o sea que yo no voy más y el profesor falta—me quejé.
—Te llevaste contigo nuestra mala suerte—rió.
Negué con la cabeza, indignada pero divertida a la vez. En todos los años que había estudiado en ese instituto el profesor de matemáticas nunca había faltado a clases. De hecho, él mismo decía que no faltaría ni aunque cayeran rayos. Y era así. Por culpa suya debíamos ir hasta cuando caía tormenta. En verdad era odioso.