Destino o Muerte.

Capítulo 15.

Blake me anunció que ya eran las 6 de la tarde y dejé entonces de hacer el último ejercicio. En comparación a los demás días, al menos ahora ya no me sentía tan adolorida, aunque igual sentía una especie de cosquilleos en las piernas, pero nada más que eso.

—Mañana a las 6.

Sin decir nada más que eso, Blake comenzó a andar por el bosque en dirección a la mansión, alejado de mí como 5 metros. Durante toda la sesión de entrenamiento había evitado mirarme, y yo sin embargo, lo miraba todavía más, intentando descubrir la razón por la que me ignoraba. Bueno, había metido la pata con lo que le había dicho, pero no sé, sentía que había otra razón por la que no deseaba ni siquiera compartir el mismo aire conmigo.

Llegamos a la mansión y subimos las escaleras en silencio, dirigiéndonos al piso donde se encontraban nuestras habitaciones. Él iba por delante de mí, yo iba a unos pasos detrás de él admirando su retaguardia.

Diablos, tenía mejor trasero que yo.

Entró a su habitación sin mirar atrás y yo me quedé parada en el pasillo un momento, hasta que decidí no prestarle más atención. Tal vez luego lo interrogaría de alguna forma, pero ahora debía preocuparme por darme una ducha y prepararme para ir con Made al centro comercial.

Estaba muy ansiosa.

Me duché tan rápido como nunca lo había hecho antes y una vez vestida, con un vestido amarillo y mis sandalias, tomé mi celular para ir en busca de Dietrich. Al primer lugar al que fui, fue su estudio, pero a quien encontré ahí fue a Brenda y a una de las chicas. Ella me informó que Dietrich estaba en la cocina.

Bajé los escalones de dos en dos y llegué a la cocina en pocos minutos. Bajar las escaleras de esa forma casi me cuesta un tobillo, pero bueno.

Encontré a Dietrich sentado en una de las butacas a un costado de la isla, con la mirada perdida, masticando lentamente y con un panecillo partido en su mano.

Verlo así, comiendo lento y tan distraído, me recordó a las vacas que veía en los videos de animal planet. Comían muy, demasiado, lento, como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

—Dietrich—llamé su atención.

Él espabiló rápidamente y volteó a verme. No dijo nada, solo bajó el panecillo al plato y llevó su mano al interior de su saco. Lo vi sacar una tarjeta dorada. Se levantó de la butaca y me lo entregó.

—Creo que tiene el dinero suficiente—dijo—. Ve a pedirle a uno de los hombres que te lleve.

Asentí y se lo agradecí con una sonrisa. Él me devolvió la sonrisa vagamente y volvió a lo suyo. Hice una mueca antes de salir de la cocina, en definitiva él era raro.

Más raro de lo normal.

Fui al patio trasero y me fijé primero en el cielo. El atardecer se asomaba y el cielo se teñía de un tono anaranjado con toques liláceos que se mezclaban con las pocas nubes que había. El paisaje era demasiado bello así que no pude evitar levantar mi celular para fotografiar el cielo.

Contenta con el resultado, guardé la foto y bajé el celular para buscar con la mirada a alguno de los hombres. Divisé solo a dos, quienes estaban saliendo de uno de los salones. Uno de ellos estaba cerrando la puerta y el otro lo esperaba. Me acerqué un poco para que notaran mi presencia, y se enderezaron cuando me vieron.

—Buenas tardes— los saludé.

Asintieron con la cabeza.

—¿Cómo te llamas?—pregunté, dirigiéndome al hombre que se encargó de cerrar la puerta.

Mientras esperaba su respuesta lo analicé con la mirada. Hombre rubio, ojos pardos, cabello un poco largo, recogido en una especie de coleta hacia atrás. Facciones marcadas, quijada cuadrada, cejas espesas, mentón libre de barba. Flaco, no tan musculoso, medía aproximadamente un metro ochenta.

—Adler—respondió con firmeza. Tenía un acento diferente, no supe con exactitud a que país pertenecía aquel acento tan cerrado, pero se me antojó que era alemán.

—¿El tuyo?—me dirigí ahora al otro que lo acompañaba.

Este era de piel blanca, cabello castaño medianamente cortado, ojos negros, rostro ovalado, barba incipiente. Casi de la misma complexión física que el otro, pero no tan alto.

—Conall—contestó.

—Bien—hablé—. Necesito que uno de los dos me lleve al centro comercial.

—Yo la llevaré—respondió Conall. Observó a Adler—. Vergessen Sie nicht, mit Dietrich über die Lieferung zu sprechen—Adler asintió y se alejó de nosotros. Yo me quedé con los labios entreabiertos observando a Conall.

¿Qué carajos dijo?

Conall se puso a andar en dirección a uno de los coches y lo seguí. Me esperó con la puerta trasera abierta y cuando estuve sentada, cerró la puerta para subir al auto y ponernos en marcha.

—Primero iremos a la casa de una amiga—le informé.

Él me observó desde el espejo retrovisor y me pidió la dirección. A penas se lo dí el condujo con rapidez hacia el sendero, lejos de la mansión.

Después de mucho volvería a ver la ciudad.

 

 



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En el texto hay: armas, amor, mafia romance y misterio

Editado: 24.06.2020

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