Destinos Cruzados

Raffaello

El sonido de los truenos ocultaban sus gritos de agonía. Él veía, la veía.

Piccolo...

Ni esa palabra que escuchaba cuando quería que hiciera un favor para ella le generaba ese sentimiento de compasión que siempre tuvo por su madre. Le parecía contradictorio que pidiera piedad cuando fue ella misma quién le enseñó no mostrar interés por el otro más que por uno mismo.

A pasos lentos se acercó donde estaba tirada, atada, con sangre y unos que otros moretones adornaban su piel haciendo un contraste con lo pálida que era y ahora lo era más. Se estaba desangrando. Y lo disfrutaba.

Mi niño... —su mano temblorosa quiso alzarse, le concedió liberarse algo dubitativo.

Automáticamente se estiró a él cuando se agachó, alcanzó su rostro donde seguro sus mejillas estaban teñidas de rojo carmesí producto de la sangre que corrían en sus manos.
Ambos se miraron fijamente, el verde olivo de su madre que lo compartía con su hermana mayor, estaban casi vacíos y carentes de emociones. Su vida estaba terminando.

Raffaello... —le costaba hablar, tenía la leve esperanza que cambiara, que se redimiera a último momento— te veo en el infierno.

Sus manos deslizaron a su cuello, apretaron este con la poca fuerza que le quedaba a la mujer.

"¿Por qué, mamá? Yo si te amaba..."

Su vista se tornó borrosa, había caído de espaldas al suelo mientras la mujer que le dió la vida intentaba arrebatarsela como su progenitor lo intentó varias veces hasta el último día que estuvo vivo.

"¿Qué hice de mal?"

Ese pensamiento lo perseguía como una sombra sin parar.

Cerró los ojos sintiendo una lágrima caer por su cien, ardía como su pecho y garganta... Eso fue todo. Reunió las fuerzas que aún le quedaban y empujandola sin soltarla, la observó con rabia a la vez que giró con fuerza su cuello aplicando la técnica para, de un segundo a otro, dejara definitivamente la vida en la tierra.

Te odio.

Retrocedió rápidamente, su cuerpo temblando, la presión en su cuello era la misma que la de su pecho, misma sensación que cuando lo hizo con su padre.

La mató.

Y no pudo contener las lágrimas que empezaron a caer y los sollozos que escaparon de su boca.

La quería tanto y ella seguía despreciandolo.

Si bien sabía que su madre estuvo con otro hombre y varias veces intentó quedarse embarazada pero fue en vano, tanto él como su hermano menor eran hijos de Donatello Vitale, por supuesto que su hermana mayor también. Pensó que su madre tenía ese resentimiento con ellos por no ser descendientes de quien quería que fueran.

"Hipócrita"

Se secó las lágrimas, sacó un pañuelo de su bolsillo el cual tenía bordado las iniciales R.V en una esquina de la tela, limpió su rostro y manos antes de tirarlo sin importancia. No creía que su hermana buscara rastros de quien podía haber sido porque para ser sincero, ni Rossetta ni Vincenzo llorarían por su madre.

Les hizo un favor después de todo.

¡Agh! Un favor que lo cobraría algún día porque aunque su hermana pintaba toda una chica inocente, era incluso peor que él inclusive. Odiaba los sentimientos que ella tenía, era blanda, le faltaba potencial... e iba a ser la jefa.

Volvió a su casa donde habló tranquilo con su hermana y como lo esperaba, ella se dió cuenta. Para su suerte no tuvo que dar explicaciones porque su corazón dolía aún, era un duelo que elaborar.

Entre toda la bruma del dolor y la pérdida, encontró a alguien que prometió llevarlo más lejos, le prometió lealtad y sin darse cuenta se vió envuelto en darle esa confianza que no le saldría gratis.

Ruggero Moretti.

El enigmático chico de ojos y cabellos castaños que lo hacía perderse en sus pensamientos por todas las cosas que proponía. Una nueva mafia, un nuevo poder, él ser el líder. Las consecuencias vendrían pero conociendo a su hermana sabía que sería perdonado con tal de no perder a su hermano también.

Hay que entrar de alguna manera.

En eso llevaba pensando muchas semanas, la posibilidad de debilitar a su hermana estaba casi a su alcance.

Entonces lo pensó.

Convencela de que esté contigo.

Empujó a ambos para que se conocieran, para que conectaran y estuvo a nada de hacer lo imposible para que pasara.

¿Qué has hecho Raffaello? —podía notar el dolor y la decepción en los ojos de ella, su tic nervioso en la esquina de su boca que también demostraba desesperación por no poder llevar las cosas a su manera.

Es mí momento —no lo pensó y arremató contra ella.

Ambos sabían mucho del combate de cuerpo a cuerpo, tantos años que sus padres los habían colocado en su contra como para que un día como aquel no lograran hacerse daño. Al parecer sus padres sabían lo que se esperaba, por eso ambos estaban tan cansados de no poder hacer más que los mismos golpes, la misma defensa y la misma técnica.

Él quería destruirla.

Ella no.

Hasta que se acordó. Piernas a los costados de las contrarias, manos a su cuello, el peso de su cuerpo concentrado en sus manos.

Estaba funcionando, no faltaba nada, podía disfrutar de esa sensación de satisfacción... que se vió interrumpida tras un dolor en su mejilla y abdomen que lo envió lejos. Escuchaba un sonido sordo que lo tuvo mareado por unos largos segundos, cayó en cuenta que había sido un golpe en su mejilla y un disparo en el abdomen porque su mano estaba teñida de la sangre carmesí que brotaba de su herida.

¡A mi hermana no, MONSTRUO! —el grito de su hermano menor lo dejó también sorprendido. Vincenzo Vitale había despertado.

Fue como un borrón luego que no supo más nada detalladamente, solo recordó que los jefes de seguridad de su hermana se los habían llevado, pero él quedó solo.

"¿Voy a morir?"

Recostó la espalda sobre la fría y suave superficie del suelo del bosque, era cuestión de tiempo que la muerte se lo llevara y pagara por todo lo que hizo. Le sonaba tentador eso, dejar todo por fin...




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