Destinos Cruzados en París

Prologo

Era una mañana fría y nublada. Las primeras luces del amanecer apenas empezaban a asomar por el horizonte, y ya estábamos sintiendo el ajetreo del día que teníamos por delante. Yo estaba en mi habitación, rodeada de cajas y maletas, intentando empacar los últimos artículos. Mientras guardaba mis libros favoritos en la maleta, escuché a mi madre llamándome desde abajo.

“¡Yeina! ¿Ya estás lista? ¡Se nos hace tarde!” gritó con un toque de urgencia y determinación. Mi madre siempre había sido el pilar de nuestra familia, una enfermera incansable que, a pesar de los desafíos, siempre encontraba la forma de mantenerse firme.

“¡Ya casi, mamá!” respondí mientras forcejeaba para cerrar la maleta. Mis pensamientos volaban de un lado a otro, recordando los momentos vividos en nuestro pequeño pueblo. Mudarse a París era una oportunidad única, pero también significaba dejar atrás muchas cosas conocidas.

Mientras intentaba cerrar la maleta, el característico sonido de la tos de mi abuelo resonó en la casa. “¡Bah! ¿Qué tanto tardas, niña? ¡Es solo una maleta!” exclamó con su humor matutino. Mi abuelo, aunque a veces gruñón y malhumorado por las mañanas, siempre lograba hacerme sonreír.

Bajé las escaleras cargando la maleta y me topé con la mirada de mi madre, que reflejaba cansancio pero también esperanza. “Vamos, Yeina. París nos está esperando,” me dijo mientras me daba un apretón en el hombro. Mi abuelo ya estaba junto al coche, intentando colocar las correas del equipaje con poca suerte. Su expresión de frustración era casi graciosa.

¡Estas malditas correas nunca cooperan!” bufó, logrando sacarme una sonrisa.

"Tranquilo, abuelo. Todo va a salir bien,” le respondí mientras me acercaba a ayudar. Él me miró de reojo, fingiendo estar molesto, pero luego me lanzó un guiño cómplice.

Nos subimos al coche y comenzamos nuestro viaje hacia la gran ciudad. París, con sus calles llenas de vida y luces brillantes, nos esperaba con promesas de nuevas oportunidades y desafíos. A medida que avanzábamos por las carreteras, miré por la ventana, sintiendo una mezcla de nostalgia y emoción por todo lo que estaba por venir.

Me reí, sintiendo que, a pesar de todos los cambios, estábamos listos para esta nueva aventura. París sería nuestro nuevo hogar, y algo en mi interior me decía que esto sería solo el principio de una historia inolvidable.




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