Destinos Rivales

Viaje

Subí a la carroza sin voltear atrás, ahogado en sentimientos de tristeza, sabía que no vería a mis padres en un largo tiempo o tal vez, nunca más. Me senté del lado de la ventana y recargue mi cabeza en el cristal, podía ver la pequeña casa de mis padres junto con ellos en la puerta, solo miraban hacia la carroza encontrando mi mirada, denotando un rostro de tristeza que me partía el alma, por más que trate no logre esconder las lágrimas que brotaron como dos pequeñas gotas que caen al anunciarse el rocío de la mañana. Los observé tanto como pude, mientras la carroza se alejaba y ellos se hacían pequeños con la distancia, cuando ya no los pude ver volví mi mirada al interior del vehículo. Trate de relajarme tras un respiro profundo, no tenía vuelta atrás.

No me había percatado que dentro me acompañaban dos mujeres y un hombre. En silencio me puse a observarlos, ellos estaban tan callados como yo y todos miraban a diferentes direcciones. Una de ellas era joven no pasa los 16 años, tenía un rostro de ingenuidad, su cabello era negro, ondulado y le llegaba a la espalda alta, complexión delgada tanto que parecía que se rompería, no supe que tan alta era, pero por los rasgos no media más de uno sesenta, era morena y se veía muy nerviosa. La otra joven era morena clara, su cabello castaño con un ondulado que no se apreciaba por lo despeinada que estaba, no era delgada pero tampoco obesa, tenía una complexión que la hacía ver bien, unos ojos grandes y en su mirada denotaba que era muy desesperada pues no dejaba de mover sus ojos tratando de encontrar algo en que distraerse. El hombre a simple vista era alto y muy delgado, aún más delgado que la chica morena, sus facciones eran un poco finas y su cabello negro y lacio con un peinado similar al mío, el miraba por la ventana y en ocasiones parecía que hablaría, pero de su boca no salía nada. Pasamos mucho tiempo en silencio hasta que el policía desde la parte de exterior rompió el silencio.

— ¿Alguien necesita del baño? — se escuchó desde afuera mientras sus ojos voltearon a vernos.

Ambas chicas asintieron, en un instante la carroza se detuvo, abrieron las puertas de madera de roble y ellas bajaron. El joven me volteo a ver, con su rostro me preguntaba si yo iría lo cual negué girando la cabeza de lado a lado.

— ¿Cómo te llamas? — le pregunté.

— Oscar — respondió mirando fijamente — ¿Y tú?

— Miguel — respondí mirándolo de la misma forma que él lo hacía — este viaje es muy largo deberíamos ir al baño ahora, no sabemos si será la única vez que nos dejen — le dije mientras me levanté de mi asiento sintiéndome tonto al cambiar mi decisión.

Se levanto detrás de mí, al bajar pude notar que ya estábamos fuera del pueblo. Nos detuvimos en una pequeña posada con una fachada vieja y descuidada, con un olor a madera vieja, la madera dejaba salir un rechinido a cada paso que dábamos y desde la entrada por una pequeña ventana con un cristal fracturado se podía ver a lo lejos el castillo aún se veía como una pequeña hormiga, pero eso no quitaba que era enorme. El interior de la posada era simple, sólo había tres mesas con sus respectivas sillas, en el fondo se podía ver la cocina, me acerqué a un empleado y le pregunté donde estaba el baño, el cual me señaló con una mano la dirección.

— Qué feo está el baño — dijo Oscar entrando después de mí.

— Pues si está feo, pero solo lo usaremos una vez — le conteste.

— Eso es cierto — se acercó y me tomo del hombro antes de que pudiera llegar al mingitorio — ¿Sabes por qué la reina quiere vernos? — dijo mirándome seriamente.

— No, pero no creo que sea algo bueno. Si nos habló a los cuatro lo más probable sea que necesita conejillos de indias o algún trabajo donde no quiera arriesgar a sus hombres. El policía le dijo a mi padre que iba a sacar dinero con nosotros así que puede que nos obligue a trabajar.

— Yo solo pude escuchar que esto podría matarnos — dijo mirando el piso con un rostro de tristeza.

— Sea lo que sea no podemos escapar con facilidad, lo enfrentamos y tratamos de salir adelante.

Salimos del baño y las chicas ya estaban frente a la caja registradora. Fui directo a la carroza y Oscar se acercó a ellas, me senté en el mismo lugar donde lo hice la primera vez. Podía verlos a través del cristal, todos se veían desconcertados, en mi mente no podía imaginar que sería lo que la reina quería de nosotros, al verlos a ellos tan diferentes menos me podía imaginar que era ese evento que cambiaría mi vida, que hasta este punto ya estaba cambiando. En la mañana era un joven que vivía con sus padres, les ayudaba en los deberes y se portaba bien, pero ahora estoy en un lugar que no conozco con personas en la misma situación con dirección al castillo y lo peor es que ni si quiera tengo la menor idea de por qué voy a ese lugar.

Todos subieron a la carroza, consigo traían unas bolsas y cada uno se sentó en su lugar del que se habían apropiado durante el viaje. La chica morena me dio una — Toma come, nos dijeron que el viaje es largo — me dijo mientras estiraba la mano para darme la bolsa, le di las gracias y la abrí, saque los contenedores de la bolsa dejando que el olor de la carne fluyera y enamorará mi nariz, no sabía que era, pero mi boca se hizo agua con el puro olor.

En mi contenedor tenía una carne asada y una ensalada bien surtida, comí con mucho gusto, al menos hasta este momento la comida había sido lo mejor del viaje. Teníamos ya dos horas viajando y el hambre ya me estaba acechando fue justo lo que necesita. Todos comimos igual de placentero al parecer no era el único con hambre.



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En el texto hay: reyes, guerras, guerra

Editado: 23.04.2020

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