Eran tiempos difíciles. La incorporación de nuevos vampiros al apadrinamiento por Montemagno había traído consigo descontrol. Muchos de aquellos quiénes tenían poder y manejaban altos cargos para el Zethee, encontraron la oportunidad de sacar beneficios personales de las batallas que se libraban.
Con los ojos de sus superiores puestos en los insurrectos, no había quién supervisara las malversaciones que ejecutaban los ladrones. Enormes cantidades de dinero empezaron a desviarse, los apoderados hacían valer las reglas sólo para los inferiores mientras que éstos decidieron vivir sin ley. Comenzaron a despojar los ministerios de sus representantes para cederlo a familiares y amigos, y se dedicaron a retener para ellos mismos los privilegios que todos en la sociedad merecían.
De a poco, la administración fue escapando de las manos de Itrandzar. No porque careciera de las capacidades, sino porque la exagerada corrupción generaba consecuencias que ni el mismo rey de los vampiros podía resolver.
A medida que Daniel había crecido, el Zethee observaba en él la osadía de espíritu propia de un líder, talento para la política y genio para las batallas. Sin embargo también veía en él radicalidad, una falta de clemencia que debe tener todo aquel que esté en la cúspide del poder. Eran estos dos defectos los que le hacían dudar cederle a León su sucesión. Pero ahora, con el gobierno zansvriko hundiéndose en el libertinaje, Voohkert llegó a la conclusión de que sólo la mano fuerte podría recuperarlo.
Él muchacho era joven para el cargo y no poseía los estudios que se requerían, precisamente, por que el rechazo inicial de la idea no le permitió prepararle con mayor anticipación. Al empezar los rumores de quién sería el sucesor, los gobernados sintieron miedo, pues conocían muy bien la actitud bárbara de Daniel. Por su parte, aquellos quienes aún tenían influencia en el trono, intentaron disuadir al Zethee de su decisión, pero esta ya estaba tomada, y por esta razón, en venganza decidieron asesinarle.
Una semana antes de la muerte del Zethee, Daniel León fue investido como heredero al trono, ceremonia en la cual Itrandzar levantó una ordenanza extraordinaria que autorizaba el poder a su designado, aún mientras que este estuviera recibiendo preparación. Voohkert había proyectado pasar los próximos días ejecutando su retiro, no estaría ya a la cabeza pero permanecería siempre cerca como un mentor.
Los vampiros que se perjudicarían con el ascenso de Daniel se organizaron en complot y planearon un doble asesinato.
Sobornando a determinados esclavos, y anexando otros cómplices a su plan, consiguieron envenenar al líder saliente, cuyo organismo, aún siendo más fuerte que el de un ser humano, se llevó poco tiempo sucumbir al poderoso tóxico derramado en su alimento. Pocas horas luego de la cena se había descompuesto. Para el amanecer, el veneno ya había contaminado completamente su cuerpo, mientras durante el día Itrandzar agonizaba, para León preparaban algo distinto.
Una preocupación había estado atormentando a Akie Zarina. Y es que, poco antes de que se sucedieran los últimos acontecimientos, ella había permitido a Orié Zahár visitar a su madre. Era feliz en Montemagno, sí, jugaba con Ellie y aprendía de Elizabeth, recibía regalos constantes de Daniel y el mayor amor de Akie. Pero la niña extrañaba a Anastasia, así que su hermana mayor la llevaba con ella de tanto en tanto.
Los días en que el ambiente estaba volviéndose tenso, Akie supo que aquella había sido una fecha muy mala para andarse con esos viajes de visita. La corte antigua, los corruptos, y rebeldes estaban demasiado sensibles con el asunto del ascenso de Daniel. Ella sabía que en cualquier momento podría iniciarse una guerra, y no quería estar tan lejos de Orié. Cuando descubrieron que el Zethee había sido envenenado, fue la señal límite de que lo peor estaba por pasar.
–Tengo que ir a por Orié– dijo tajante a su esposo, metiendo un cambio de ropa en un pequeño bolso de tela.
–¿Estás demente?– le cuestionó Daniel, con tanto recelo como preocupación.
–Demencia sería pretender que me quedaré aquí encerrada mientras que mi hermana está allá afuera, sola, indefensa. No sabemos lo que pueda pasar– dejó de hacer lo que hacía para verle a la cara –Vookhert está muriendo, ningún vampiro está tranquilo, podrían venir y...– su voz se apagó, ella le acarició los hombros –Tengo miedo por ti.
–¿De verdad crees que los voy a dejar? No sé quién fue el maldito responsable de lo que le han hecho, pero lo averiguaré y la pagará cara– se mostró resentido –Juro por el Zethee que lo pagará.
–Daniel...
–Si no he dado la orden que quiero es porque aún no puedo– se zafó de ella –Malditos esclavos, desagradecidos.
–Daniel por favor, no hagas algo de lo que puedas arrepentirte después. Ven conmigo, no puedo estar tranquila sabiendo que te expones a tanto aquí, mira lo que hicieron con él...– negó con la cabeza –¿Cuánto no más podrían estar planeando para ti? ¡Podríamos irnos! Podríamos dejar todo esto atrás.
–¿Y traicionar a Itrandzar?– frunció el ceño.
–No es traición querer conservar la vida.
–¿No que podía ser mejor morir que vivir?– preguntó, citando lo que ella una vez le había dicho.
–No si eres tu quién está en juego– se tiró en su pecho.
León le abrazo, acariciando su espalda.
–No puedo mostrar debilidad, Akie, sólo un cobarde escogería huir. Esto es por lo que los antiguos han trabajado, Minervino. Esto es lo nuestro, es el mundo que daremos a nuestros hijos.
–¿Qué hijos?– rebatió, queriendo llorar –Si te asesinan no tendremos ninguno– se incorporó lo justo para poner el rostro en dirección al suyo –No entiendo nada de esto. No sé de gloria, ni de poder, no entiendo de tronos, ni de imperios, pero sé de amor. Sé de familia, sé de lealtad. No comprendo el lazo que te ata a estas tierras...
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Editado: 11.01.2021