Destinysouls (borrador)

Capítulo 5• El lazo que los une

LA TIERRA

HACE TRECE AÑOS

- No creo que esto sea una buena idea, TínTín - opinó la niña, contemplando como su hermano pequeño subía escaleras arriba.

- Vamos. No seas una gallina justo ahora.

- ¡No soy una gallina! - exclamó molesta.

Sí que lo era. Le daba miedo subir a una silla cuando no alcanzaba algo del refrigerador, lloraba si no la acompañaban hasta quedarse dormida y aún no podía ver el especial de Halloween de su caricatura favorita sin tener pesadillas. Era una gallina. Lo sabía y su hermano también. Llamarla de ese modo siempre funcionaba de maravilla para que su orgullo se hiriera lo suficiente como para que accediera hacer cosas que sabía ella jamás haría. No sin un incentivo, como retarla, por ejemplo. ¿Por qué un pequeño e inocente niño de cinco años de edad sabía todo esto y cómo es que era capaz de usarlo a su favor? Bueno, había pasado literalmente toda su vida junto a ella; Y, con respecto a lo otro, pues... ¿Supongo que era un pequeñín inteligente?

- Entonces, sube - retó, girando la cabeza para verla.

La niña tragó grueso, viendo con miedo que el último escalón estaba tan alto que no se veía desde abajo.

- No lo sé... - dudó, pellizcando su brazo con nerviosismo. Aquello en su momento no sonó mal, de hecho, había sonado increíble. Tocar las estrellas le parecía algo maravilloso, pero la altura de esa vieja torre, en definitiva, estaba lejos de ser maravillosa.

- ¡Vamos! - instó el pequeño - Pensé que querías que fuéramos juntos al cielo.

- ¡Sí quiero! ¿Pero no hay otra manera? Mamá y papá se enojarán mucho si se enteran de esto... - agregó la niña. Aunque estaba preocupada por sus padres, la verdad era que tenía mucho miedo de hacer aquello. ¿Y si se caía? ¿Dolería? No quería averiguarlo.

- Pues de que hay otra manera, la hay... - dijo el niño pensativo.

Ella sonrió, esperanzada.

- ¡Entonces hagámoslo de esa manera! - saltó emocionada.

- No se puede.

- ¿Por qué no? - se quejó la niña, haciendo puchero.

- Porque sospecho que esa manera no te agradará, Cassie - acotó él - Además, papá y mamá se pondrían tristes y no los veríamos nunca más. ¿Eso es lo que quieres?

- ¿No ver más... a papá y mamá...? - musitó. Sus ojos se cristalizaron.

- No te preocupes. Eso no ocurrirá, por eso estamos aquí - sonrió el niño confiado, soltando una de sus manos de los tubos metálicos provocando que se tambaleara un poco hacia el vacío.

Ella frunció los labios, sus padres se enojarían mucho cuando notaran su ausencia en casa, y se enojarían mucho más si llegaban a lastimarse. Pero en verdad deseaba ir al cielo, aunque fuera por unos minutos.

- Está bien - accedió, siguiendo a su hermano. Colocó su pie derecho en el primer escalón, luego el izquierdo en el segundo y así sucesivamente. Al principio sintió tanto miedo que quiso bajar, pero a medida que avanzaba, su temor fue reemplazado por la emoción de llegar a la cima. Rió, pensando que al fin podría tocar las estrellas.

Todo fue perfecto hasta el cuadragésimo sexto escalón. Aquella construcción era tan antigua que los barrotes ya estaban oxidados y gastados, a pesar de que ellos eran delgados y no superaban el metro quince de altura, no soportó el peso. Los niños no prestaron atención a ese detalle antes de subir.

Casselín vió como algo pasaba a su costado a gran velocidad, creando una brisa helada que golpeó sus mejillas. Alarmada, miró hacia arriba, buscando a su hermano. Pero este yacía tirado en el suelo, al pie de las patas metálicas de la enorme torre de electricidad.

- ¡¡Valentín!!

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Valerie, la intachable, era incapaz de pronunciar una mala palabra. Jamás (y cito) se dejaría llevar por los malos sentimientos ni el odio que orillan a las personas a hablar de tal manera vulgar y ofensiva. No permitiría a su lengua blasfemar y caer tan bajo para decir una grosería. Jamás.

- ¡Valentín! ¡¿Qué carajos estás haciendo, mocoso inconsciente?! ¡¡Baja de ahí en este instante!!

- ¡Hola, Cass! - rió. A Valentín le hacía mucha gracia oír a su hermana maldecir pues esta no perdía oportunidad para declarar a los cuatro vientos su aversión a las malas palabras, pero siempre se las gritaba a él con una pasión admirable. Poseía un talento nato para insultar. Una vez, cuando eran niños, la hizo enojar tanto que acabó diciéndole de lo que se iba a morir él, sus hijos, y los hijos de sus hijos. Tal vez sus futuras generaciones tendrían una que otra maldición encima.

- ¡¡Si no bajas a la cuenta de tres, yo misma te meteré el hola por el puto culo!! - amenazó la chica, quien se encontraba un poco alterada luego de casi pasar a mejor vida.

- ¡Quisiera proteger la integridad de mi culo, hermanita, pero ésta cosa no se detiene! - respondió él intentando no caerse. No estaba mintiendo. Había intentado hablarle de buena manera y pedirle que por favor lo dejara en el suelo de nuevo porque se le estaba revolviendo el estómago. Pero qué va, el ave no daba tregua.




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