Era 1 de enero de 1941. El tren llegó a Belzec a medi anoche. Álex se rascó la cabeza y bostezó. Veía vagamente a los prisioneros bajar de los vagones. Judíos, gitanos, prisioneros de guerra...todos ellos tenían sus días contados.
-No entiendo porqué tenemos que estar vigilando si todos están moribundos. - se quejó Álex.- Prefiero ir a la guerra que tratar con esta gente.
Arthur, su mejor amigo, le dio un codazo y le miró con desaprobación.
-No digas tonterías - murmuró.- Tienes suerte de estar aquí por tu padre.
Álex se mordió la lengua. Por mucho que no le gustase la idea, Arthur tenía razón. No obstante, eso no hacía que su relación entre él y su padre mejorase.
Se escucharon unos gritos y gruñidos. Uno de los guardias de las SS salió volando fuera del vagón. Álex, Arthur y todos los presentes fijaron sus ojos en la puerta. Salió una chica encadenada. Tenía los ojos turquesas y parecían estar hechos de hielo. Su piel era pálida y sus cabello rizado, largo y blanco. Aquella mujer encadenada de pies a cabeza que gritaba en ruso, parecía estar hecha de nieve. Álex vio cómo uno de los soldados le puso una especie de bozal en la boca.
-¿Cómo puede causar tantos problemas?- preguntó Arthur.
Álex no le había prestado atención. Sus ojos estaban clavados en la chica. Cruzó miradas con ella y notó algo que le inquietaba. Ella no parecía humana, si no un ser de otro mundo. Pudo ver que sus ojos brillaban ligeramente a la luz de la luna...