Capítulo Uno
El frío de la mañana se filtraba por los cristales empañados, llenando la amplia cocina de una atmósfera casi indiferente. El sonido metálico del servicio deslizándose sobre el mesón de madera resonaba en el espacio, junto con el burbujeo constante del agua hirviendo en el antiguo termo. Tres adolescentes se movían en sincronía, atrapados en la monotonía de otro día rutinario de clases.
Ethan reía junto a Bruno, su mejor amigo, sus carcajadas llenando cada rincón de la estancia. Pero incluso el eco de la alegría no podía opacar lo que estaba por ocurrir. Una ligera tensión parecía estar suspendida en el aire, imperceptible para los demás, pero lo suficientemente palpable para él, aunque aún no lo entendiera del todo.
La cocina parecía contener la respiración mientras Agatha descendía las escaleras. Con cada paso, su figura se revelaba ante los ojos de Ethan como si fuera la primera vez que la veía. Su cabello castaño claro brillaba con la luz tenue del amanecer, cayendo en un corte simple y delicado que enmarcaba su rostro juvenil. El uniforme perfectamente planchado se adhería a su cuerpo con una precisión que bordeaba la perfección, una presencia que capturaba algo más que la mirada de Ethan.
Por un instante, todo lo demás desapareció. El ruido del desayuno, la conversación entre los otros dos, incluso su propia respiración, se volvieron un eco distante. Era una sensación nueva, un golpe repentino al pecho que lo dejaba sin aliento. Jamás había sentido algo parecido al verla; nunca antes había permitido que su mirada se detuviera tanto tiempo en Agatha. Y, sin embargo, aquí estaba, incapaz de desviar sus ojos.
Bruno fue el primero en notar el cambio. "¡Oye, imbécil!" gruñó mientras lo empujaba con fuerza, sacándolo de su trance. "Es mi hermana, no un maldito trozo de carne."
El reproche de Bruno lo golpeó como un balde de agua helada, y la vergüenza llenó sus venas como un veneno implacable. Ethan desvió la mirada rápidamente, tratando de recuperar la compostura, pero su mente estaba ya demasiado lejos. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué aquella mañana era tan diferente?
Mientras los platos se iban vaciando, el único sonido en la mesa era el ruido metálico de los servicios contra la loza. Ethan mantenía una expresión serena, pero por dentro su mente era un caos. No podía ignorar la pregunta que lo atormentaba: ¿Qué tenía Agatha de especial hoy, que lo hacía sentir así?
La respuesta parecía estar escondida en los rincones de su mente, empapada de culpa y deseo. Sabía que no debía pensar en ella de esa manera. Agatha tenía apenas 15 años, una adolescente con toda una vida por delante. Él, por otro lado, tenía 19, un adulto joven con responsabilidades que nunca habían incluido fijarse en la hermana menor de su mejor amigo. Habían crecido juntos, compartido momentos y recuerdos; verla de esta forma traicionaba todo lo que sabía que estaba bien.
Pero, por más que intentara convencer a su cerebro, su corazón no se rendía. Agatha era algo más que una hermana menor. Era dulce, encantadora, inteligente, y Dios, si pudiera describir cada atributo que veía en ella, no le bastarían mil libros. Por un instante, se permitió imaginar lo que sería cruzar esa frontera prohibida: tomar su mano, escuchar su risa solo para él, ver cómo el mundo desaparecía a su alrededor.
Ese pensamiento lo abrumó. Se levantó bruscamente de la mesa, su plato vacío temblando ligeramente en su mano. Se dirigió hacia la cocina para limpiarlo, sus movimientos rápidos y casi desesperados. No podía permitirse esto. No podía. El simple hecho de pensarlo lo hacía sentir como la peor persona del mundo.
Tomó un último suspiro, cargado de culpa y frustración, antes de regresar con los demás. Mientras salían hacia clases, Ethan lo sabía: aquella fría mañana no sería olvidada fácilmente. Algo había comenzado, algo que lo consumiría lentamente, como el fuego que devora sin piedad, dejando solo cenizas tras de sí.