Detrás de la misma puerta.

Capitulo ocho, temporada dos.

Todos dicen que la gente que conoces a lo largo de tu vida es insignificante.

Una mancha borrosa en la memoria.

Una gota de agua sumándose al inmenso mar.

Pero no siempre es así.

No para todos.

Todo pasa y todo queda… pero a veces, esas huellas pasajeras dejan un impacto permanente.

Uno que nada ni nadie puede borrar.

El tiempo había pasado. Los recuerdos se habían enterrado, pero nunca desaparecido.

Ágatha creyó que había logrado reconstruir su vida, que el pasado finalmente había quedado atrás. Que los fantasmas ya no podían alcanzarla.

Se había enamorado de alguien nuevo.

...Matías.

Era diferente. Cálido, atento. Alguien que no traía consigo el peso de la tragedia, alguien que le había dado una nueva oportunidad.

Al menos, eso pensaba.

Matías había aparecido en su vida como una brisa ligera, sin tormentas, sin complicaciones. Sus días con él eran tranquilos, le ofrecía estabilidad, compañía, la promesa de algo nuevo.

Pero había momentos en los que algo en él la inquietaba. Algo en su mirada, en su forma de hablar, en su presencia.

La primera vez que sintió esa sensación fue una noche cualquiera, cuando Matías la observó en silencio mientras ella hablaba de su infancia. Hubo algo en su mirada, algo que no pertenecía al presente. Como si estuviera viendo algo más allá de sus palabras. Como si la conociera en una dimensión que ella misma había olvidado.

Pero ella ignoró esa sensación. Porque era imposible.

Hasta que la tormenta llegó.

Los relámpagos iluminaban la habitación en destellos fríos, el sonido de la lluvia golpeaba contra los vidrios, y Ágatha sintió una presión inexplicable en su pecho. Era como si el universo estuviera a punto de obligarla a ver algo que había estado escondido todo ese tiempo.

Matías se acercó a ella, con la intención de tranquilizarla, pero en el instante en que la luz del relámpago iluminó su rostro…

Lo vio.

No a Matías.

No al hombre con el que creía estar.

Lo vio a él.

El mismo perfil. La misma mirada. Los mismos ojos que había aprendido a odiar.

Ethan.

Ágatha sintió que el aire se volvía hielo en su pecho. Su cuerpo no respondió, sus piernas temblaron, su mente se negó a aceptar la verdad.

Matías “Ethan “la miró fijamente, su expresión cambiando en un instante. —¿Qué pasa? —preguntó con un tono que sonaba demasiado falso. Demasiado ensayado.

Ágatha retrocedió un paso, temblando. Era imposible.

Pero no lo era.

Porque ahora todo tenía sentido.

Las pequeñas señales. Las frases familiares. La forma en que la miraba algunas noches, como si estuviera recordando lo que no debía. “Tú… “susurró, incapaz de respirar.

“Matías” Ethan ya no podía esconderlo.

La verdad estaba ahí, expuesta, desnuda. Ya no había más máscaras.

Ágatha sintió un vértigo abrumador. Porque el hombre al que había amado en estos últimos años era el mismo que había destruido su vida.

El mismo que había matado a Bruno.

El silencio en la habitación era insoportable. La tormenta afuera rugía como si fuera un reflejo del caos en su interior.

Ethan bajó la mirada por un segundo. Pero no dijo nada.

Porque sabía que no había una respuesta que pudiera arreglar lo que acababa de romperse.

Ágatha apretó los puños, sus ojos llenándose de un fuego que no había sentido en años. “¡¿Cómo te atreves?!” gritó, con una furia que rompió el aire como una explosión.

Ethan cerró los ojos un instante. Porque sabía que esto iba a pasar.

Sabía que no había escapatoria. “Déjame explicarte…”

“¡No! “su voz fue un trueno más fuerte que los que golpeaban el cielo “No quiero explicaciones.”

Su pecho subía y bajaba con fuerza, su cuerpo temblaba, y la habitación parecía más pequeña, más sofocante.... Más peligrosa.

Ethan avanzó un paso.

“Te juro que no es lo que piensas…”

Ágatha río con desprecio.

“¡¿No es lo que pienso?!” susurró, con voz rota” ¿Tú mataste a Bruno y después pensaste que podías entrar a mi vida como si nada?!”

Ethan tragó saliva. Porque sí....

Eso había hecho.

Pero no lo planeó. No lo imaginó de esa manera.

Simplemente ocurrió.

“Yo… solo quería…” Ágatha levantó una mano, deteniéndolo.

Ya no quería escuchar. Porque la verdad era peor de lo que imaginaba. La verdad era que había amado al asesino de Bruno.




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