La psicología dice que uno llega a tener más de una personalidad... Todos tenemos más de una máscara con la que presentarnos.
Un mazo lleno de cartas a la hora de jugar.
¿El problema?
Es un juego arriesgado. Juegas apostando todo.
Lastimas a la gente… te lastimas a ti mismo.
Ethan o Matías… ¿realmente importaba quién era?
Las identidades eran una ilusión, un disfraz conveniente para esconder los restos de un hombre que jamás pudo enfrentarse a su propia sombra.
Pero ahora, expuesto ante Ágatha, con su mentira desmoronándose frente a sus ojos, ¿cuál sería su siguiente jugada?
¿Qué máscara elegiría ahora?
El departamento lujoso que antes estaba lleno de la presencia de Ágatha ahora era un reflejo de su propia soledad.
Las luces frías, la ausencia de su perfume en el aire, el eco de un silencio que antes estaba cubierto con su risa.
Ethan—no, Matías—se quedó en medio de la sala, con una copa de vino en la mano, girando el líquido entre sus dedos mientras observaba el amanecer gris sobre la ciudad. La tranquilidad del vacío le sentaba de maravilla.
Pero dentro de sí, algo estaba roto.
Ágatha no había dicho nada después de aquella noche. No gritó, no lloró, no lo golpeó.
Sólo lo miró con un desprecio que le perforó el alma.
Había esperado todo, menos eso.
Silencio.
Un silencio que era peor que cualquier tormenta.
Las reglas del juego estaban claras.
Manipulación. Control.
Ethan siempre había sido bueno en ello.
Las pequeñas palabras que sembraban inseguridad. Los gestos calculados que provocaban dependencia. Las promesas que sonaban demasiado perfectas para ser reales.
Todo era parte de un mecanismo que había perfeccionado con el tiempo.
Pero con Ágatha había sido diferente.
Porque ella no fue un simple objetivo. Ella fue su obsesión.
Desde el primer momento, Ethan supo que no era como las demás.
Que no sería fácil. Que no caería en su juego con rapidez.
Así que necesitaba construirlo con paciencia.
Debía ganarse su confianza.
Debía convertirse en exactamente lo que ella creía necesitar.
Y lo hizo.
Cada vez que Ágatha tenía dudas, Ethan estaba ahí con las palabras correctas.
Cada vez que ella miraba el pasado con nostalgia, él aseguraba que el futuro a su lado sería mejor.
Cada vez que su mirada se nublaba de incertidumbre, él le ofrecía certezas… aunque fueran falsas.
Una mentira perfecta.
Hasta que se volvió realidad.
Pero la verdad siempre encuentra el camino.
Y ahora, frente a ella, Ethan se daba cuenta de algo aterrador; No podía controlarla más.
Ágatha no era tonta.
Había estado dentro de la tela de araña sin notarlo. Pero ahora que podía ver la estructura completa… sentía el veneno en su piel, en sus huesos, en cada maldito pensamiento que él le había sembrado.
La forma en que había hecho que lo necesitara.
La forma en que había moldeado su mundo hasta que él fuese el centro.
La forma en que la había convertido en su mayor experimento.
Pero ya no más.
Las cartas estaban sobre la mesa.
El juego había terminado.
Y Ágatha no iba a jugar más.
La tormenta seguía rugiendo afuera, pero dentro del departamento de Ethan—Matías, el verdadero huracán estaba en sus miradas.
Ágatha ya no era la misma.
La revelación había arrancado de su pecho todo lo que alguna vez sintió por él. El engaño, la manipulación, el horror de saber que el hombre al que había amado en los últimos años no era más que una mentira bien construida.
Ethan no se movió. No porque no tuviera respuestas, sino porque estaba evaluando su siguiente movimiento.
¿Su siguiente máscara?
¿Su siguiente carta?
Porque si algo había aprendido en todos esos años de engaño era que siempre había una forma de recuperar el control. —Escúchame… —su voz fue un susurro bajo, cuidadoso, casi amable.
Ágatha apretó los puños. Era la misma táctica. La misma maldita táctica.
Primero, el tono suave.
Después, el intento de comprensión.
Por último, la manipulación disfrazada de redención.
—No hay nada que puedas decirme —respondió, sin temblor en la voz. Ethan sintió una punzada de incomodidad. Siempre había logrado quebrar la resistencia de Ágatha.
Pero esta vez…
Esta vez era diferente.
Porque ella ya no dudaba.
Porque ya no estaba confundida.
Porque sabía quién era él.
El asesino de Bruno.
El hombre que la manipuló durante años.
El impostor que se hizo pasar por alguien más solo para seguir jugando con su vida.
“¿Por qué lo hiciste?” preguntó ella al fin, con la voz baja, casi peligrosa. Ethan bajó la cabeza, fingiendo culpa. Pero no era culpa. Era cálculo.
Sabía que tenía que presentarse como el hombre arrepentido.
Porque el arrepentimiento era su última carta. —No podía perderte —susurró.
Ágatha río. Una risa rota, una risa amarga. “¿Perderme?” repitió. "Nunca me tuviste!” Ethan tragó saliva. El juego se estaba desmoronando.
Las estrategias ya no funcionaban.
Las palabras no eran suficientes.
Porque Ágatha ya no era su víctima.
No más.
Nunca más.