Detrás de la misma puerta.

capitulo once, temporada dos.

El amor puede salvar.

O puede destruir.

Ethan había sido muchas cosas en su vida. Un manipulador. Un impostor. Un estratega.

Pero ahora, no era nada más que un hombre completamente consumido por el deseo de una mujer que jamás sería suya.

Ágatha lo había convertido en su propio prisionero.

Sin cadenas.

Sin jaulas.

Solo con su presencia.

Solo con la certeza de que nunca podría escapar de ella.

Los días sin Ágatha eran insoportables.

Cada mañana, Ethan despertaba con el mismo pensamiento sofocante: ¿Dónde estaba? ¿Por qué no respondía? ¿A quién más estaba viendo? El aire se volvía pesado en su pecho, su respiración se aceleraba, sus manos temblaban al tomar el teléfono para revisar sus mensajes por décima vez en una hora.

Nada.

Ni una palabra de ella.

Ni una señal.

Pero Ethan no podía rendirse.

Porque su mundo ya no existía sin ella.

Cuando finalmente volvió a verla, fue en un evento social.

Ella se movía entre la gente con una elegancia etérea, con la mirada calmada, con una sonrisa ligera que parecía no esconder ningún dolor.

Como si él nunca hubiera existido.

La obsesión no aparece de la nada.... Crece.

Se alimenta de cada pensamiento, de cada gesto, de cada ausencia.

Ethan ya no sabía si respiraba por sí mismo o por la necesidad de ella. Todo lo que hacía, cada paso que daba, cada maldita decisión… estaba basada en Ágatha.

Ella era su eje.

Ella era su enfermedad.

Los últimos días habían sido insoportables.... Ágatha había desaparecido otra vez.

No respondía sus llamadas.

No contestaba sus mensajes.

Nada.

Como si no existiera.

Como si nunca hubiera existido.

Ethan no podía soportarlo.

No podía vivir en un mundo donde ella no estuviera.

Y entonces, hizo lo impensable.

La buscó.

No con una llamada. No con un mensaje.

Fue directamente a su casa.

A la puerta que había cruzado tantas veces.

A la entrada que aún tenía el eco de su presencia.

Golpeó.

Una, Dos. Tres veces.

Y cuando la puerta se abrió… el mundo se desmoronó.

Ágatha estaba ahí.

Hermosa. Indiferente.

Como si nada hubiera cambiado.

Como si su ausencia no hubiera sido un tormento.

Como si Ethan no estuviera al borde de perder la razón.

Y lo peor de todo…

Fue su sonrisa.

Ligera. Controlada. Cruel.

Porque ella sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Sabía que él vendría.

Sabía que estaba desesperado.

Sabía que lo tenía en su poder.

Ethan tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía con una violencia incontrolable en su pecho. “¿Me extrañaste? “preguntó ella, con voz calma, con el tono de quien ya sabe la respuesta.

Silencio.

Ethan se sintió morir.

Ethan se acercó con una desesperación apenas contenida, sintiendo el sudor en sus palmas, el vacío en su pecho que solo podía llenarse con ella. “¿Por qué desapareciste? “murmuró, tratando de sonar firme, pero el temblor en su voz lo traicionó.

Ágatha lo observó con calma, con una mirada casi divertida, como si estuviera disfrutando verlo arrastrarse. “No desaparecí. Solo tenía otras cosas más importantes que hacer.”

Ethan sintió el golpe directo al pecho.

Otras cosas más importantes.

Ethan tragó saliva, el miedo comenzando a instalarse en su mente como un parásito. “¿Con quién estuviste?”

Ágatha inclinó la cabeza, estudiándolo. “¿Realmente quieres saber?”

Silencio.

Ethan sintió que su respiración se detenía.

Porque la respuesta podía matarlo.

Pero Ágatha no necesitaba decir nada.

Solo lo miró de una manera que hizo que Ethan entendiera todo sin necesidad de palabras.

Había alguien más.

Y Ethan no podía soportarlo.

El amor se había convertido en veneno.

El deseo, en sufrimiento.

Y Ethan… Ethan estaba cayendo sin retorno.




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