Detrás de una Sonrisa.

11

Cameron.

No era la primera vez que me había metido en una pelea a golpes, pero en ninguna de las anteriores veces alguien me había golpeado como Dave lo hizo esta noche. De alguna manera me molesta el hecho de que Elizabeth tenga que convivir con ese chico. Lo he visto tres veces en mi vida, y las tres veces ha sido un odioso.

Le he ofrecido llevarla a su hogar pero se ha negado, en cambio me pidió pasar por una farmacia. No entendí para que, pero al ver que que toma en los pasillos entendí.

—¿Para que quieres todo eso?—cuestione cuando me pidió que sostuviera varias cosas.

—Lo utilizare para limpiar tu herida—aclaro yendo hacia otro pasillo.

Tome una canastilla al ver que llenaba varias cosas, entre ellas; antiséptico.

—Para prevenir una infección en la herida—explicó sin que le preguntase. Toma gasas, algodón, esparadrapo e incluso unas tijeras de puntas redondeadas.

Después ambos nos acercamos a la caja a pagar pero el chico de turno, con mala cara se negó a vendernos.

—No puedo vendérselo a una menor de edad—se excusó.—¿Que tal que lo usa para otra cosa?

—¿No le ves la cara a este idiota?—me señala Elizabet—¿para que más lo utilizaría!—se cruzó de brazos.

El chico detrás del mostrador me mira, sorprendido procede a marcar las cosas para después cobrar.

¿Tan mal me dejo ese imbecil?

Saco mi billetera para pagar pero Elizabeth en un rápido movimiento deja dos billetes y toma las cosas para salir, acabando así la discusión que tenía con el chico olvidándose del cambio. 

Ambos subimos de nuevo a mi auto, donde le vuelvo a ofrecer llevarla a su casa pero una vez más se niega.

Quiero ir a casa pero tampoco quiero dejarla donde sea esta hora y no creo que quiera acompañarme a mi hogar, puede malinterpretar las cosas y tampoco quiero eso, así que enciendo el auto con destino al lugar donde me escapaba de niño y se que podría gustarle.

Durante el camino siento punzadas en toda la cara debido a los golpees que Dave me proporcionó. Pero es más intensa en mi mejilla, llevo dos de mis dedos a este lugar y en cuanto hago contacto un ardor se hace presente, provocando un pequeño quejido de mi parte.

—No toques las heridas—me reprende.

—No las estoy tocando—miento.

—Claro que si, te estoy viendo—saca de la bolsa una de las cosas que compró.

Me recuerdo que tengo que devolverle el dinero, mientras ella lee las etiquetas de cada uno.

Repito la misma acción de antes, provocando que vuela a regañarme.

—No toques la herida—su tono de voz ha cambiado—la puedes infectar—ahora suena un poco molesta.

—Me duele—confieso.

—Es obvio que te va doler—rueda los ojos—, casi te desfigura la cara a golpes.

—Está sangrando—le hago saber cuando por tercera vez repito la acción.

—Deja de tocarla.

—Pero está sangrando—le muestro mis dedos—y el labio también.

—Solo haz caso, puedes infectarte la herida del labio y la mejilla si sigues tocándolas.

—Vale, no las toco más.

Hago todo mi esfuerzo por no hacerlo.

Los edificios van desaparecen en cuanto tomo la ruta que me lleva a aquel lugar, los árboles y faroles son lo único que nos rodea antes de llegar a una colina que, aunque sea pequeña desde ahí se puede ver absolutamente toda la ciudad.

Mi labio sigue sangrando cuando aparco y ambos bajamos, camino hacia el árbol donde pasaba las tardes de niño, pero me percato que ella no me sigue, sigue con las cosas en sus manos y me pide que me acerque.

—¿Que haces?—pregunto cuando lleva un algodoncito a mi cara.

—No te muevas—es todo lo que pide antes de presionar sobre mi mejilla provocando que me arda de nuevo—No seas quejumbroso.

Debido a la diferencia de altura tiene que ponerse de puntillas, así que me inclino un poco para ayudarle pero si reacción inmediata es alejarse.

—Lo siento, veo que tienes que alzarte un poco y...—pierdo el sentido de lo que estaba diciendo cuando su mano hace contacto con mi piel adolorida.

Con delicadeza mueve mi cabeza para tener más acceso a mi herida, continua con su labor mientras yo puedo observar su rostro de cerca.

Sus ojos son de un hermoso color verde esmeralda que podrían hipnotizar a cualquiera que los mire, puedo notar que no lleva ni una gota de maquillaje por las ligeras medias lunas que lleva bajo estos. Sus labios entreabiertos son perfectos, ni muy grandes ni muy pequeños, del tamaño justo, un poco rosados y con el corazón perfectamente. Sus pestañas son demasiado largas que seguro no necesita rizarlas para darles volumen. Puedo notar unas pocas manchas cafés en su piel, son demasiado pequeños como para verlas a simple vista pero a la distancia en la que me encuentro son visibles.

No hay un palabra en especial que pueda usar. Hermosa es poco para definir el nivel de  belleza de su rostro.

Se detiene al darse cuenta que la estoy viendo.

—No vuelvas a hacer lo que hiciste—me pide.

—Solo quería ayudarte.

Me hirvió la sangre de solo ver como la maltrato.

—Pues no necesito tu ayuda ¿si?

Surge el impulso de besarla. Sin embargo no lo hago, hago todo de mi para no hacerlo. No quiero incomodarla, tampoco se como vaya a reaccionar si lo hago

He estado tan ocupado viéndola que no me doy cuenta que continúa. Coloca un poco del Antiséptico en otra bolita de algodón para después volver a repasar mi labio roto y la mejilla.

Termina y comienza cortando una de las gasas con las tijeras, hace lo mismo con el esparadrapo solo que esté en tiras pequeñas.

—¿Tan grave esta mi cara para que tengas que ponerle una gasa?—enarco una ceja dudoso.

—Cierra la boca.

Procede a colocar la gasa en la zona de mi pómulo, con sumo cuidado de no presionar demasiado la sella con el esparadrapo dando por finalizado todo.




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