Devaron

CAPÍTULO 1

Sector oeste de la galaxia Devaron.

Sistema clasificado como «X–125».

Hora: 15:52:00 (horario estándar).

La primera señal de la inminente llegada de una nave, a través de un agujero de gusano, fue la ondulación del espacio a cinco minutos luz de la estrella de categoría G2 que dominaba el sistema. Apenas un instante después, un súbito fogonazo de lo que los humanos denominaban «radiación Van Allen», desgarró el tejido del espacio, abriendo un embudo de grandes dimensiones a través del cual brotó la nave en tránsito.

De forma alargada y de finas líneas, el crucero Ethelion era una maravilla de la ciencia moderna de la CSE equipado con lo último en tecnología de propulsión y armamento, su tripulación podía sentirse orgullosa de manejar una de las naves más rápidas de la flota de colonización.

Por su rapidez, la Ethelion había sido escogida junto a otras naves para investigar distintos sectores. Su misión era simple: investigar lo sucedido a la primera flota colonizadora, enviada a la galaxia Devaron hacía ya una década y media.

—Transición efectuada, todos los sistemas en verde —esbozó tranquilamente uno de los pilotos del crucero haciendo danzar sus manos sobre su consola de mandos.

—No se detectan emisiones de radio y los radares activos y pasivos no captan ninguna señal, al menos de momento —anunció una oficial con rasgos felinos escuchando atentamente a través de sus auriculares.

—Muy bien —esbozó complacido el capitán del Ethelion, un hombre de ochenta y cinco años, conocido como Erdwin Hayatt, sentado cómodamente en su asiento de oficial. Degustó tranquilamente una taza de café que le ofrecía su primera oficial. Prefería una reentrada tranquila en el espacio normal—.Avance dos tercios, todos los radares a máxima resolución.

—¿Cree que tendremos problemas en este sistema, capitán? —preguntó la primera oficial del crucero, una mujer de media melena negra, vestida con un ceñido traje de oficial de color negro con los distintivos de su rango sobre los hombros.

—Nunca está de más navegar con prudencia —replicó el capitán Hayatt mientras apuraba su café— gracias, comandante Kane —esbozó a su interlocutora.

—De nada capitán —replicó la primera oficial amablemente mientras le entregaba la taza a una de las encargadas de la cocina.

Todos a bordo del crucero confiaban en Hayatt. Todos los oficiales, tripulantes, pilotos de cazas y marines confiaban en el veterano oficial para que les llevara a salvo a casa. Aunque el capitán podría haberse jubilado durante la Primera Era Espacial con sus casi noventa años, la ciencia médica de la era actual permitía a los humanos una vida sana hasta los dos siglos y medio. Hayatt podría seguir al mando de una nave de guerra otros cien años antes de que el curso del tiempo le obligase a jubilarse. Para aquella misión había escogido personalmente la tripulación de entre las listas disponibles para todos los capitanes. Cerca de la mitad eran humanos mientras que el resto eran Kerz’hal, una raza humanoide felina aliada de la humanidad desde la guerra contra los Zarkus, hacía ya varios miles de años.

—Quiero un análisis completo de la estructura del sistema donde estamos, teniente Ragu —sentenció Hayatt en tono firme mientras se levantaba y se acercaba a la principal mesa de proyección de hologramas, situada tras los asientos de los oficiales.

—De inmediato —anunció la oficial, perteneciente a la raza Kerz’hal mientras tecleaba varias órdenes en su consola, haciendo aparecer una representación holográfica de seis planetas orbitando alrededor de la estrella que domina el sistema— las primeras estimaciones indican que el primer planeta no tiene atmósfera y el segundo no es viable para albergar vida debido a su atmósfera corrosiva. A primera vista su campo magnético parece ser inestable.

—¿Y qué hay de los dos planetas que hay en la «zona dorada»? —preguntó Hayatt.

En una estrella G2 como la que había en aquel sistema los planetas en un área de seis minutos luz como la Tierra, allá en la Vía Láctea deberían ser habitables.

—El primero muestra una acusada aridez y la superficie del segundo está cubierto de una espesa selva —contestó la teniente leyendo los datos que llevaban a su terminal— los otros dos están totalmente congelados —añadió mientras jugaba con varios mechones de su larga melena entre sus dedos.

Hayatt no lo entendía. En su opinión, el sistema X–125 resultaba mediocre. Las emisiones de la estrella parecían erráticas y los planetas del sistema no ofrecían muchos atractivos, al menos a simple vista para cualquier flota colonizadora. ¿Por qué la CSE había seleccionado aquel sector como base para una colonización?

Desde la llegada de la flota principal, hacía varias semanas, se habían detectado sistemas bastante más ricos en recursos. ¿Querían usarlo como base para operaciones encubiertas? Tal vez fuese ese el objetivo…

—Capitán... —murmuró la teniente Ragu con gesto inquieto— los sensores están captando algo en una frecuencia muy baja.

—¿El qué? —preguntó el capitán Hayatt intrigado.

—Escuche… —replicó Ragu, cuyo nombre era Selina, desconectando sus auriculares para que el capitán y el resto de los oficiales del puente pudieran oír lo que los sensores habían captado.

Comenzó a escucharse por los altavoces del puente, un grave e intenso sonido. Parecía simple estática, pero al mismo tiempo se podía percibir algo más, como si cientos de uñas rascaran lentamente una superficie rugosa.

—¿Radiación de fondo? —preguntó la comandante Kane intrigada al reconocer el ruido.

—Eso parece, señora —replicó Ragu moviendo lentamente sus manos por su terminal para intentar limpiar la señal.

Durante los últimos siglos, los mejores cerebros de la CSE habían intentado desentrañar sin éxito, los misterios del fenómeno conocido como radiación de fondo. Algunas teorías afirmaban que la materia oscura estaba relacionada de cierta forma con el fenómeno, pero nadie había conseguido ningún resultado en firme. Los capitanes de todas las naves de la flota colonizadora tenían orden ejecutiva de llevar a la base muestras de energía o materia oscura siempre que fuese posible.




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