Devaron

CAPÍTULO 5

La suposición de Kai era correcta. Tras recuperar un cierto control de su nave, el piloto que había atacado la nave de la embajadora Khan realizó un salto de hiperespacio de corto alcance en busca de refuerzos. Gracias a los daños causados por el ataque de Kai, su caza apenas aguantó el viaje hiperespacial. Solo le salvó el hecho de que su nave estuviera muy cerca de su punto de salida al espacio normal.

La nave que ahora se encontraba a escasa distancia del Ethelion era una fragata askaniana aproximadamente un tercio más pequeña que el crucero de la CSE. Eso no significaba que estuviese peor equipada.

—¿Situación de la nave enemiga? —preguntó el capitán Hayatt a la comandante Kane en cuanto entró en el puente de mando.

—Mantiene su posición justo al otro lado del planeta —sentenció su interlocutora antes de desplegar una proyección de la nave askaniana en la mesa de hologramas.

El diseño era parecido a los cazas de antes, con vagas reminiscencias a los murciélagos de la tierra y el casco era de color violeta oscuro con algunas franjas rojas.

—¿Qué puede contarme de los askanianos, embajadora? —le preguntó Hayatt a Khan.

—Nadie sabe muy bien cuál es su origen ni su aspecto, pero son mortíferos —sentenció la embajadora Khan sin el menor asomo de duda en su voz— esa nave es una de sus fragatas. Por lo que sé, usan ese tipo de naves para misiones de largo alcance. Según informes de la Federación, su mejor capacidad es la maniobra y sus baterías de interceptación de proyectiles.

—Muy bien, es cuanto necesitaba saber —sentenció pensativo el capitán Hayatt.

Mientras tanto, en el interior de la nave askaniana, el piloto cuya nave Reed había dañado, hervía de rabia mirando la representación holográfica del Ethelion en su propia mesa de hologramas. Todos los presentes en el puente de mando estaban vestidos con un ceñido traje protector. De silueta humanoide y una altura cercana a los dos metros y medio su fisonomía era similar a la humana. Sus rostros quedaban cubiertos por los visores opacos de sus cascos.

—¿Es la nave que interfirió su ataque, comandante Kenthora? —preguntó el capitán de la fragata askaniana a la persona que tenía frente a él.

—La misma —masculló airado el oficial askaniano llamado Kenthora apretando con fuerza ambos puños— la quiero destruida.

—Las órdenes del Alto Mando respecto a nuevas tecnologías —empezó replicar el capitán de la fragata.

El comandante askaniano no le dejó terminar, cogiéndole del cuello mientras apretaba con fuerza, fracturando fácilmente las protecciones del traje.

—Los quiero muertos —sentenció Kenthora en un tono que no admitía réplica— ¿he sido lo suficientemente claro?

—Sí... —balbució el capitán de la fragata ahogándose por la fuerza con que el comandante le tenía sujeto— comandante. ¡Suelten interceptores! —ordenó al oficial de armamento de la nave.

Varios segundos después, seis proyectiles salieron de la fragata en rumbo de colisión contra el Ethelion. Kenthora observó con un gesto de suficiencia cómo los misiles surcaban el espacio hacia su objetivo. En incontables ocasiones, el mismo tipo de proyectiles había destrozado sin piedad las naves razioranas.

Esa nave no sería una excepción.

—¡Cañones de punto, ahora! —ordenó el capitán Hayatt.

A su orden, todos los cañones láser de intercepción colocados en la proa del Ethelion abrieron fuego. La zona del espacio entre ambas naves se iluminó brevemente cuando los seis misiles explotaron bajo el fuego de los artilleros de la CSE.

La sorpresa de la embajadora y del comandante Kenthora fue mayúscula. Los cañones del Ethelion habían anulado la salva con una facilidad insultante. Aunque una fragata no era ni de lejos el tipo de nave más potente con el que contaban los askanianos, estos llevaban mucho tiempo sin que nadie les plantara cara.

—Señor... —esbozó el capitán de la fragata askaniana.

—¡Acerquémonos y destruyámoslos con el cañón principal! —ordenó Kenthora.

Sin embargo, no estaba de más tener un plan B si el cañón principal no era suficiente. Tras sopesar sus opciones exhaló una corta risa cruel. Sabía muy bien como impedir que aquella nave se escapara.

—Disparen el colapsador… —sentenció Kenthora.

—¿Señor?... —murmuró el oficial de armamento, mirando de reojo al capitán de la fragata.

—Hágalo —replicó este.

Instantes después, los motores de la fragata askaniana se activaron al tiempo que un proyectil emergía de uno de sus tubos lanzadores de misiles, en dirección a la estrella del sistema.

—¡Nave enemiga aproximándose! —exclamó el piloto principal del Ethelion.

—¡Avance positivo dos tercios, ángulo de inclinación cero grados! —ordenó Hayatt ajustándose su gorra de oficial— ¡preparen una salva completa, desvíen el cincuenta por ciento de la energía de nuestro reactor de fusión fría hacia el cañón Armstrong!

—¿El Armstrong, señor? —preguntó la comandante Kane con varios dedos en la radio situada en su oreja— ¿está seguro?

—Tenemos que mostrarles que vamos en serio —sentenció el capitán— ¡mantengan los propulsores de maniobra activados! —ordenó autoritario— ¡Comandante, ocúpese de transferir la energía auxiliar a los condensadores de hiperespacio para salir de aquí si el combate se complica!

—Señor, sí, señor —replicó la segunda al mando del Ethelion introduciendo en su terminal las órdenes necesarias.

Desde hacía mucho se había establecido cierta doctrina entre la marina de la CSE. Las muertes inútiles eran consideradas sin sentido. Si la nave no podía continuar combatiendo por haber sufrido muchos daños, no era ninguna deshonra volver a la base para poder seguir combatiendo un día más.

Los capitanes tenían el deber moral de intentar salvar a la mayor cantidad posible de miembros de su tripulación. Si la nave corría riesgo de ser destruida debían intentar salvarse. Aunque algunos consideraban esta forma de pensar como cobarde, lo cierto es que muchas naves se habían salvado durante la guerra contra los Zarkus y la Segunda y Tercera Era Espacial gracias a esa doctrina.




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