Capítulo 19:
Narra Sally:
Cuatro meses y medio después la de huida:
Una fría madrugada escucho sonar el teléfono de mi madre, despierto con el sonido, pero trato de seguir durmiendo, pero no pude, un llanto desgarrador venía de la habitación de mi madre, me levanté a toda prisa, encontré a mi madre llorando en el suelo y a mi padre abrazándola, un pensamiento cruzó mi cabeza, pero me negaba a creerlo.
- Se fue Sally – medio grita mi madre – mi mamita se fue
- No puede ser mamá – miro su móvil y veo que sigue en llamada, lo acerco a mi oído y puedo escuchar llantos al otro lado – mi abuelita no puede haber muerto
- Hija – mi papá me toma la mano – debemos preparar todo para viajar ahora mismo
- Pero – lo miro tratando de entender, pero niego y camino a mi habitación, esto es irreal, pero comienzo a preparar la maleta, busco ropa para todos, preparo lo necesario, pero sigo sin entender qué está sucediendo
Emprendimos el viaje más doloroso de mi vida, me negaba a creer lo que decían, mi madre lloraba, yo misma lloraba, pero se sentía como si lo viera desde fuera, al llegar veo a la familia reunida, personas dándonos las condolencias, diciendo lo mucho que sentían mi perdida, nada me importaba, solo quería llegar al cajón de madera instalado en el comedor de mi abuela, no lo iba a creer hasta que la viera, cuando la vi, mi mundo terminó de caer, el peso de su muerte golpeó mi vida, trate de encontrar una silla y sentí unas manos que me ayudaron, me senté y ahí estuve, miraba, pero realmente no veía a nadie, no sé quién fue, quien llevó flores, nada.
El día del funeral no podía soportar mi propio cuerpo, sentía que me desmayaba, no querían que fuera al cementerio, pero me negué rotundamente a quedarme en la casa, al estar ahí lloré todo lo que no había llorado, mi primo me abrazaba y trataba de darme palabras de aliento, mi madre que sospechaba de mi embarazo solo me miraba, pero ella estaba en su propio dolor, no podía ayudarme, aunque quisiera.
Cuando todo terminó regresamos a casa de mi abuela y comenzaron a servir café, yo no quería nada, solo me fui a mi antigua habitación y me hice bolita en la cama, no sé cuánto tiempo pasó, pero sentí unos golpes en la puerta.
- Adelante – dije tratando de sonar más fuerte que un susurro
- Así que aquí estabas – dice mi primo – te estaba buscando – se sienta a un lado de la cama – debes ir a comer
- No tengo hambre – susurro, porque siento que si hablo volveré a llorar
- Pero no es bueno que estés sin comer – busca pañuelos y me los da – estás pálida y tus ojos están rojos de tanto llorar
- No tengo fuerzas – digo tratando de aclarar mi voz
- Iré por un poco de leche para ti – asiento tratando de secar mis lágrimas, pero ya son una constante en este momento, me giro hacia la pared y trato de tranquilizarme, escucho que se abre la puerta
- Que rápido eres – digo girándome y la veo, Mía frente a mí
- ¿Esperabas a alguien? – me mira sonriendo de lado – te vez fatal – pone su cabello detrás de la oreja – venía a darte mis condolencias, a final de cuentas serás la única que la llore, ella no quería a sus demás nietos, toda su atención era para ti a final de cuentas
- ¿Qué estás diciendo? – escucho a mi primo entrar, pero las palabras de Mía me hacen dejar de estar presente por un momento
- Nada más que la verdad – suelta una irritable risita – Sally era en lo único que pensaba la abuela
- No le hagas caso – susurro mirando a mi primo – sé que tú también la amabas
- Me voy – Mía camina a la puerta – no estoy para falso sentimentalismo ¡ah! Y Sally, Ahora que estás por acá, no te acerques a mi novio – me guiña un ojo y me muestra su mano con un anillo en su dedo anular – te dije que Ian iba a terminar a mi lado
- Vete Mía – le grita mi primo – deja de ser tan dañina por una vez en tu maldita vida.
Comienzo a llorar tan intensamente que siento que mi cuerpo salta sin control, mi primo me abraza y yo solo quiero morir, llego al punto en que mi cuerpo deja de luchar, cierro mis ojos y al volver a abrirlos me encuentro en un hospital, estoy conectada a varios aparatos, con suero en mi brazo, veo a mi madre entrando a la habitación.
- ¿Cómo te sientes hija? – me peina – debiste decírmelo Sally, te hubiera obligado a comer
- No entiendo – la miro extrañada
- Lo de tu bebé – me apunta el vientre – tienes 18 semanas aproximadamente
- ¿Mi bebé? – toco mi vientre – sí había un bebé – una nostalgia me inunda y acaricio el lugar donde debería estar – está bien, ¿verdad?
- La verdad es que no – me mira preocupada – no está creciendo como debería, no estás comiendo lo que debes Sally
- Es que no sabía – susurro – en realidad no quería saber, ¿estás molesta?
- Un poco – cruza los brazos – se supone ibas a estudiar el próximo año, pero ahora se te hará muy difícil, por no decir imposible
- De alguna forma lo lograré – trato de sonar segura
- Su padre – apunta mi vientre – ¿dónde está?
- No sabe – miro sorpresa en sus ojos – no quiero que sepa, él no quiere hijos
- Debió pensarlo al hacerlo – su cara se ve molesta – los bebés se hacen de a dos, no fuiste tú sola
- Pero no quiero que esté conmigo – trato de que me entienda – él no lo va a querer mamá
- Luego pensamos en eso – se acerca y toca mis mejillas – ahora debes recuperarte
- Está bien – asiento y siento las lágrimas humedecer mis mejillas – vamos a salir de ésta
- Claro que sí – besa mi frente – tu abuelita estaría encantada – susurra con la voz cargada de tristeza – hay que seguir adelante por ella – sonrío y asiento