De por sí, Daniela no tuvo suerte antes de nacer. Pero tener que intercambiar su cuerpo con el tipo con quien compartía iniciales era excesivo.
Creía comprender la razón del por qué la maldición había caído sobre ellos. Bueno, según las películas que había visto, sucedía siempre en el par de personas que se llevaban mal. Sin embargo, que ella recordara, nunca vio alguna bruja u objeto mágico cerca. A pesar de que en ese instante quiso inspeccionar, el cuerpo que le pertenecía no dejaba de caminar en círculos sin detenerse, murmurando cosas que no lograba comprender.
—¿C-Cómo es que tú…? —Después de tanto, Daniel alzó la voz—. ¡Es imposible!
La chica cerró los ojos en un intento de evadir esa sensación incómoda de escuchar su propia voz reclamarle. Él, por su parte, observó las uñas pintadas de blanco sin quitar la expresión de horror. Está bien, era interesante verse a sí misma haciendo ese tipo de muecas. En realidad, alguna vez se había preguntado cómo sería verse a ojos de alguien más… Tal vez ese era el secreto del hechizo.
—No, no, no, no, no —repitió el joven. Cuando parecía que iba a dar vueltas de nuevo, se pellizcó el brazo con tanta fuerza que su piel se tiñó de rojo.
—¡Ey! —protestó Daniela antes de ponerse de pie y abofetearle las manos al otro—. No me pellizques. Mi piel es sensible.
—Es que… —tartamudeó en respuesta. Torció la boca y sus ojos brillaban como si contuviera las ganas de echarse a llorar—. ¡Pellízcate!
—¿Qué? No voy a…
—¡Por favor!
Le dio tanta pena verse a sí misma en tal desesperación que decidió obedecerlo. Probablemente él quería comprobar que todo aquello era un sueño para alguno de los dos. Para su sorpresa, a Daniela le dolió, su mueca la delató. En un gesto exagerado, Morales se cubrió la boca con ambas manos y meneó la cabeza. Fue entonces cuando ella se preocupó en serio. Si Daniel enloquecía, ¿podría volver a su cuerpo sin daño alguno? No quería arriesgarse a quedar mal, así que sin dudarlo le dio una bofetada tan fuerte que el sonido hizo eco en el claustrofóbico almacén.
—Deja el drama —ordenó con severidad.
—¿Cómo puedo calmarme si tienes mi cuerpo y yo el tuyo? —Acaricio su mejilla y la miró con recelo—. Esto es una completa locura. Debo estar soñando, yo…
Ella suspiró antes de reglarle una nueva bofetada, esta vez más suave, pues temía hacerse daño.
—¡¿Cómo puedes estar tan calmada?! —Daniel gritó de repente.
—¿Qué más puedo hacer? —preguntó tranquila. Ahora, al mirarlo a los ojos tenía que levantar la cabeza en lugar de bajarla—. No voy a ponerme a chillar por algo así.
—Es decir, ¿no estás sorprendida? ¿Confundida?
Daniela no le sostuvo la mirada por mucho tiempo. Observó el estante a su lado y resopló. ¿Que si no le sorprendía? ¿Cómo podría? A esas alturas, ya estaba acostumbrada a ese tipo de cosas.
—Un poco —musitó—, pero lo mejor que podemos hacer ahora es calmarnos y pensar.
—Está bien, está bien. —Daniel asintió y pasó la lengua por su labio inferior—. ¿Tienes alguna idea?
Negó con la cabeza. Por mera costumbre se mordió la uña del pulgar al sentirse frustrada, hasta que, con un toque suave, el muchacho alejó su mano.
—¿Qué? —preguntó, burlona—. ¿Te incomoda que me muerda las uñas?
—Sí —exclamó él como si fuera obvio—, porque es desagradable y, además, ese es mi cuerpo.
—Sí, bueno, y tú pellizcaste mi brazo sin consultármelo. Seguro que se hará un moretón.
—Es verdad, perdona por eso. Es que estaba tan ansioso que no pensé.
Daniela meneó la cabeza antes de que se le ocurriera una idea.
—¿Y si lo intentamos?
—¿Intentar qué?
—Que caigas sobre mí. Según las películas la solución siempre es el comienzo.
—Esto no es una película —tajó él con delicadeza, mientras la otra se aguantaba las ganas de estrangularlo por hablarle como si tuviera seis años.
—¡Ya sé que no es una maldita película! —espetó. Intentó no darle importancia sobre lo extraño que resultaba escuchar la voz de Daniel hablando como ella solía hacerlo—. Aun así, esto es lo único que tenemos. ¿O qué? ¿Se te ocurre algo mejor?
—Bueno...
Apartó la mirada y ella intuyó lo que intentaba hacer: pensar en una razón lógica, llena de cálculos y esas cosas que, imaginaba, les gustaban a los cerebritos. Sin embargo, estaba claro de que no se trataba de un producto científico ni de tecnología avanzada, sino de un jodido suceso mágico.