Devuélveme mis zapatos

T R E S

 

 

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Su corazón latía como loco, no sólo porque era la primera vez en mucho tiempo que volvía a hablar con los Mejía, sino que todavía seguía sin comprender del todo lo que estaba pasando.

Era científicamente imposible que Astrid y él cambiaran de cuerpo así como así.

«Esto ya no es cuestión de ciencia», se dijo en un intento de permanecer más tranquilo, fallando colosalmente. Le inquietaba saber que la magia existía, pues todo aquello en lo que había creído podría cambiar por mero capricho de… la fuerza que controlara la magia.

Así que golpeó la puerta de la casa con las manos temblándole sin control.

—¡Vooooy! —gritó una voz femenina. La hermana de Astrid—. Ah —soltó al mirarlo—, eres tú, Dani. ¿Por qué no abriste nada más?

—Ah… este… —Le falló la voz. No importaba cuánta seguridad mostró con el conserje en la preparatoria, ahí mismo estaba el verdadero reto. ¿Cómo se suponía que debía actuar frente a la familia de Astrid, quien la conocían más que a nadie? Si se equivocaba, estaría atrapado.

—Como sea, apúrate a entrar que se meten los mosquitos.

Jackie lo tomó del brazo, y sólo hasta que él hizo una mueca, se detuvo y observó su pie lastimado.

—¿Qué te pasó?

—Es… Me caí jugando baloncesto.

—¿Cómo? A ti no te gustan los deportes.

Daniel se mordió la lengua de inmediato. Había dicho la primera excusa que se le vino a la mente.

—No, bueno… Iba pasando por la cancha.

Intentó no desistir ante el miedo cuando vio el rostro incrédulo de Jackie.

—Es muy extraño —dijo ella por fin—. No eres así de descuidada.

—Sí… —Daniel soltó una risita nerviosa.

—Como sea, vamos. —Le ofreció ayuda para avanzar y lo llevó al sillón—. Voy por las cosas para sobarte.

—Gracias —masculló él y bajó la cabeza.

Otra mirada extrañada por parte de Jackie.

—Papá, ¡ya llegó Dani! —gritó antes de desaparecer por las escaleras.

En lugar de que el papá de Astrid apareciera, dos niños salieron de una habitación y corrieron hasta él, lanzándosele encima.

—¡Tía Da! —gritaron al unísono.

—H-Hola… —tartamudeó en un intento de ignorar la punzada en su tobillo.

—¿Nos trajiste dulces? —preguntó el mayor, un niño rubio de unos siete años.

«Esteban», pensó él, agradeciéndole mentalmente a Daniela por recordárselo.

—Eh… —Volvió a dudar. ¿Debía de haber llevado algo?

—Niños —interrumpió una voz masculina al ingresar en la sala—, dejen a su tía en paz.

El padre de Astrid.

Desde que lo conoció, Daniel nunca tuvo miedo de aquel hombre de ruda apariencia, mirada de asesino y voz profunda. Muchos decían que su apariencia era la de un leñador gruñón, pero no era así, más bien, era una persona amigable y agradable.

Los pequeños se bajaron del sillón, rieron y corrieron hacia una habitación al lado de las escaleras.

—Llegaste —habló el señor Noé, mirando a Daniel con una seriedad impresionante. ¿Dónde había quedado la amabilidad?

—Sí, hola… —musitó, inseguro de lo que debía de decir exactamente.

El hombre lo miraba como si intentara acuchillarlo, haciendo que a Daniel le entraran unas inmensas ganas de ir al baño.

«No, es imposible que sepa algo», pensó mientras apretaba las piernas. Bajó la mirada para intentar calmarse, sintiendo el aire cada vez más pesado.

—Listo —dijo Jackie cuando llegó hasta ellos—. Uy, ¿por qué todos tan serios?

En lugar de responder, el padre de Astrid chasqueó la lengua y giró un poco su silla de ruedas.

—¿Cómo fue? —soltó después de un rato, mirando de reojo el tobillo que Jackie tomó para sanarlo.

—Ah… Me caí —respondió Daniel en automático.

Otro silencio que duró segundos infinitos, hasta que Jaqueline suspiró.

—¿Van a seguir así? —preguntó, más para su padre, aunque apretaba el tobillo del herido más de lo necesario—. ¡Ha pasado una semana entera!

El chico hizo un esfuerzo por no pegar un chillido.



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En el texto hay: fantasia, fantasia misterio y romance amistad

Editado: 24.03.2022

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