Devuélveme mis zapatos

C I N C O

 

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Daniela deseaba ocultarse bajo tierra para que el chico a su lado no notara el temblor en su cuerpo.

Desde que tenía memoria, se juró que nunca iba a hablar sobre la maldición con la que cargaba, mucho menos a Daniel. Cuando aún eran amigos temía que comenzara a llamarla loca y se alejara; ahora, temía que abriera la boca y, por lo aterrado que seguramente se encontraba, les dijera a todos.

Con temor, lo vio de reojo. Él no había reaccionado durante un buen tiempo, incluso se quedó parado a mitad de camino. Pese a que ella tenía ganas de darle una bofetada para que reaccionara, prefirió ocultar sus manos temblorosas.

—E-Entonces… —logró decir, sorprendiéndola—, ¿cómo fue…? ¿Maldición, dijiste?

Daniela suspiró. Tener que explicarle de principio a fin sería complicado, así que prefería pasar de tema. Después de todo, cuando esa locura terminara, la única que seguiría atada a una maldición sería ella.

—Mira, es mejor que… —se detuvo de golpe cuando miró al frente y distinguió un par de rostros familiares—. Chingada madre. ¡Ven acá!

Tomó a Daniel del brazo y lo obligó a que la siguiera hasta la tienda deportiva que se encontraba del otro lado de la calle. En cuanto ingresaron, dos chicas se acercaron a recibirlos.

—Buenos días, ¿podemos ayudarlos en algo?

La muchacha se limitó a mirar a través de las vitrinas, donde estaban los maniquíes que lucían uniformes de fútbol.

—¿Qué sucede contigo? —preguntó Daniel luego de hablar con las trabajadoras.

—¡No! —exclamó en un susurro y lo apartó de un empujón en la cara.

—¡Oye!

Daniela siguió observando hasta que sus amigas desaparecieron de su punto de visión. Si la veían junto a él, se metería en un grave aprieto, sobre todo porque sabía de los sentimientos que Nora tenía por el hijo de los Morales.

Se volvió cuando estuvo segura de que ellas desaparecieron y soltó un suspiro cargado de estrés.

—¿Ahora sí me dirás qué tienes? —se quejó Daniel a la vez que miraba de reojo a las chicas que esperaban ansiosas por sus nuevos clientes.

—Ah, no. Es que… pasó alguien que no debe de vernos juntos.

—¿Por qué?

Casi se dio una bofetada por lanzar palabras de más e intentó remediarlo cuando agitó la mano para restarle importancia.

—No es nada, olvídalo. Ahora, andando otra vez.

Daniel murmuró algo que ella no fue capaz de escuchar, aunque estaba segura de que no se trataba de un halago.

Luego de caminar cinco cuadras al norte, cruzaron por el puente peatonal y se adentraron a un callejón pequeño. Daniela no tenía que dar una segunda mirada al pasar, pues conocía de memoria el lugar: la calle adoquinada con farolas en el medio, donde ningún automóvil era capaz de entrar; casas antiguas de diferentes colores apagados por el paso de los años, con un estilo de la época porfirista; macetas en el suelo con plantas que se enredaban en las paredes; e incluso el aire parecía ser mucho más limpio.

—¿Qué es este lugar?

Ella pudo reírse del asombro de su compañero si no fuera porque había estado de la misma forma la primera vez que entró a ese lugar, el cual, muy diferente al resto del municipio, parecía ser un pedazo extraviado de algún pueblo mágico.

Se detuvo cuando tuvo a su lado una casa amarilla de dos pisos, con macetas colgando en los protectores negros de los pequeños balcones. Lo que más llamaba la atención era que su puerta estaba pintada de un rosa chillante y la madera ya parecía vieja.

La chica se giró hacia la derecha, a la segunda puerta de la casa, la cual era mucho más pequeña, hecha de metal y pintada de negro. Al verla cerrada, chasqueó la lengua.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —Si no fuera porque escuchó su propia voz, controlada por Daniel, habría olvidado que tenía compañía.

—Se supone que aquí está la solución a nuestros problemas —dijo—, pero al parecer alguien se tomó un descanso.

Y lo peor de todo era que no estaba segura de cuánto tiempo se tomaría.

Daniel la miró extrañado, cosa que a ella le alivió. En realidad, lo que menos deseaba era que pudiera comprender lo más mínimo. Lo único que quería era hablar seriamente con esa mujer, arreglar todo y, de paso, pedirle que desmemoriara al chico.

Sin siquiera pensarlo, sacó una moneda que llevaba en el bolsillo y golpeó la puerta oscura. A pesar de que el sonido retumbó en la calle, nadie atendió.



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En el texto hay: fantasia, fantasia misterio y romance amistad

Editado: 24.03.2022

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