Devuélveme mis zapatos

S E I S

 

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Había dado por sentado que los señores Morales salieron de viaje el día anterior, por eso cuando llegó a la casa se sorprendió de ver a la madre de Daniel en la sala, tomando el té mientras miraba uno de esos programas de chismes sobre la farándula.

—Llegué —anunció sin tener nada más ingenioso en mente. Su voz retumbó en la sala hasta hacer eco y aunque fue obvio que tomó por sorpresa a la mujer, ella mantuvo su expresión serena.

—¿Qué es ese olor? —preguntó en su lugar antes de fruncir la nariz. Daniela inspiró hondo en busca de algún aroma inusual, hasta que Siena la interrumpió—. Me refiero a tu olor.

La muchacha se quedó de piedra. Olió el cuello de su camiseta casi como si fuera un movimiento involuntario.

—Es que tuve partido —se excusó.

La señora, de cabello rubio y mechones oscuros, la observó como si no tuviera remedio, luego suspiró cansada y devolvió la mirada al televisor.

—Antes de hacer los deberes, date un baño.

—¿Perdón?

—Que te des un baño. —Se giró de nuevo y le lanzó una mirada que la petrificó—. ¿Te golpeaste en los oídos o algo así?

—Ah, no —contestó entre titubeos—. Sí, eso haré.

Se dio media vuelta y corrió escaleras arriba, con el corazón latiéndole deprisa. ¿Qué había sido eso? La señora Noriega tenía una especie de fuerza intimidante, tanto en su postura, como en sus duras palabras.

Daniela abandonó el impacto cuando ingresó a la habitación del chico, se paró de golpe y, al darse cuenta del terrible comportamiento de aquella mujer y de su reacción tan vergonzosa, se fastidió. ¿Cómo se atrevió a mirarla como si fuera un chicle molesto en sus finas zapatillas? Se suponía que a sus ojos, ella era su hijo. Su único hijo. A menos que Siena también fuera una bruja y supiera lo del intercambio, cosa que descartó de inmediato porque, desde el primer segundo en que la señora le dirigió una mirada, ya estaba irritada.

«Bueno, quizás tuvo un mal día», pensó con resignación. Jackie solía malhumorarse cuando tenía un conflicto en el hospital o cuando se encontraba con pacientes demasiado obstinados y groseros.

Tomó una ducha rápida con ese pensamiento en mente, pues le era imposible concebir la idea de que Siena no quisiera a su hijo. Era de las cosas más absurdas que alguien podría pensar.

—¿Es en serio? —La dura voz de «su madre» la sobresaltó. A esas alturas había terminado de cambiarse y ya estaba por hacer los deberes—. ¿Por qué te bañaste si ibas a hacer el quehacer? Nada más te gusta gastar el agua.

—¿Qué? —Daniela le miró incrédula—. Pero, si hace un momento me dijiste…

—No me importan tus excusas —le cortó—. Vas a lavar el baño primero, pero apúrate que tu padre no se tarda en regresar.

Dio media vuelta y desapareció.

Daniela apretó los puños y los dientes tan fuerte que le dolió. ¿Qué le pasaba a esa señora? ¿Una de sus amigas empresarias canceló su cena a París o algo por el estilo? Dio pasos pesados mientras iba por los utensilios de limpieza. Sin embargo, una vez se hubo calmado, se preguntó sobre su mala actitud. En sus recuerdos, la señora era una madre afectuosa que consentía a Daniel como a ningún otro. ¿Es que las madres se amargaban así con el paso de los años? No, eso sería demasiado incoherente. Pero, entonces ¿por qué había cambiado tanto?

Decidió no pensarlo de más y continuó con sus deberes hasta concluir. En cuanto Siena se percató de ello, despegó su millonario trasero del sillón y se paseó por la casa con aire crítico. ¿Qué? ¿También iba a atreverse a juzgar cuando no hizo nada en todo ese tiempo? La respuesta llegó cuando la madre de Daniel llegó al baño y pegó el grito en el cielo.

—Pensé que ya habías aprendido a hacer las cosas correctamente —espetó—. Dejaste jabón en las paredes. —Se volvió hacia ella con clara irritación—. Vuelve a lavarlo.

—¡¿Qué?! Yo…

—Y no repliques, Daniel Alejandro. Suficiente tengo con los dolores de cabeza que me estás provocando hoy como para que quieras quejarte.

Daniela nunca había sido conocida por quedarse callada una vez explotaba, por eso le sorprendió que, al intentar maldecirla en voz alta, su cuerpo no reaccionara y obedeciera las demandas de esa mujer amargada. Era casi como si no tuviera el control completo de ese cuerpo, y eso ya era bastante jodido.

Después de terminar, escuchó que alguien abrió la puerta principal así como un breve saludo de una voz masculina. Los pies que no le pertenecían, salieron disparados hasta que ella se encontró frente a un hombre que lucía ser al menos diez años mayor a Siena, con la mirada cansada pero una sonrisa gentil. A pesar de llevar un traje que lucía costoso, la elegancia se rebajaba cuando la chica vio las bolsas blancas en sus manos, las cuales despedían un olor a comida de la calle.



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En el texto hay: fantasia, fantasia misterio y romance amistad

Editado: 24.03.2022

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