Devuélveme mis zapatos

O C H O

 

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Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que Astrid tuvo que repetirle la indicación por cuarta vez, cuando bajaron del taxi y se plantaron en la entrada de la preparatoria.

—Recuérdalo —le dijo—, después de clases iremos directamente a esa calle.

—¿Eh? —El chico parpadeó un par de veces para despertar—. Ah, sí, claro.

Intentó avanzar, pero su vecina le tomó del hombro y lo obligó a mirarla.

—¿Qué tienes? Pareces ido.

Daniel analizó el ceño fruncido en su antiguo rostro. Era una de las expresiones que casi nunca utilizó cuando estaba en él.

—No es nada —logró decir y se giró.

La noche anterior, antes de irse a dormir, se puso a pensar en lo triste que sería cuando los Mejía y los Navarro se convirtieran en completos extraños y ya no recibiera las cálidas sonrisas y palabras de aliento, logrando bajarle los ánimos hasta el piso.

—Oye —insistió la chica—, ¿estás seguro? ¿Pasó algo ayer en casa de mi familia?

Daniel endureció la mirada.

—No. Son buenos, aunque…

Antes de que terminara la oración, sintió como alguien le tomó del brazo y lo arrastró lejos. Al girarse se encontró con el rostro enfurruñado de una de sus compañeras de clase. Y a su lado, otra chica pequeña y regordeta les seguía el paso.

—¿Qué se supone que haces, Dani? —preguntó quién lo sujetaba. Al mirarla con detenimiento recordó que se llamaba Lucero y era una de las amigas de Astrid—. ¿Por qué estabas hablando con Alejandro?

—Hay… ¿algo de malo? —inquirió confundido.

Lucero no le dio tregua y lo miró como si hubiese perdido la cabeza.

—Ya sabes que a Nora le gusta, dah —entonó con obviedad mientras señalaba a quien tenía al lado.

Daniel abrió los ojos de par en par y no encontró una manera de responder. Lentamente, sus ojos buscaron el rostro redondo y repleto de lunares de la susodicha quien, para ese entonces, tenía las mejillas enrojecidas.

«Entonces no es broma», pensó impresionado.

—B-Bueno, solo estaban platicando —argumentó la muchacha del rostro ruborizado—. Ni modo que no puedan hacer eso.

—Como sea —resopló Lucero, quien llevaba su cabello en una trenza extravagante.

Enlazó su brazo con el de Daniel, como se suponía que las mejores amigas hacían —o eso creía él— y se dirigieron al salón. Aunque sus pies avanzaban con naturalidad no podía abandonar su pasmo.

«¿Desde cuándo…?». Fue incapaz de terminar la pregunta incluso en su mente. Conocía a Nora casi al mismo tiempo que a Daniela. Sabía que desde la primaria ambas chicas se llevaban bien. Pero él nunca le había prestado especial atención. Era una chica linda, sí, mas jamás le pasó por la cabeza acercarse a ella.

No, un momento. Si es que el problemilla del intercambio no se arreglaba pronto y Nora se atrevía a confesar sus sentimientos a su antiguo cuerpo, ¿qué respondería Astrid? Sería todo un lío.

Sin embargo, cada vez que rememoraba la frescura y amabilidad de los Navarro, una parte de sí pensaba en lo anterior como asuntos que no tenían la mayor relevancia. La oferta tentadora de pertenecer a una familia como esa era, sin lugar a dudas, lo que él había esperado desde que era pequeño, después del problema que desató en su propio hogar una guerrilla silenciosa.

Pasó la primera mitad de la jornada escolar pensando inútilmente sobre el asunto. Inclusive ignoró cuando el tutor y el resto de la clase se organizaron para el intercambio de calaveritas, cosa que siempre le llenaba de entusiasmo y esperaba año con año. Cuando pasó para tomar uno de los papelitos, soltó un largo suspiro.

—¿Qué pasa, Dani? —preguntó el profesor—. ¿No quieres participar?

—Sí quiero —contestó él, aunque no muy alegre—. Gracias.

Regresó a su asiento con los hombros caídos y en cuanto se dejó caer en la silla, Lucero estiró el cuello para hablarle.

—¿Quién te tocó? —inquirió en un susurro.

Daniel abrió el cachito de papel, desganado, y cuando el nombre fue visto, Lucero hizo un mohín.

—Ugh —dijo arrugando la cara—, no puede ser.

Él leyó el nombre por primera vez. «Cecilia».

—¿Qué? —preguntó desconcertado.

—No, nada. —Lucero intentó elevar las comisuras de sus labios, pero no le resultó—. Te tocó la mala suerte, ya sabes.



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En el texto hay: fantasia, fantasia misterio y romance amistad

Editado: 24.03.2022

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