Día Z: Apocalíptico I

21-Realidad; Victor.

Cayó de una manera tan fuerte al suelo que se golpeó duramente la barbilla, ni siquiera sabía cómo no se desmayó en el acto, tal vez la adrenalina era lo único que lo mantenía vivo. Comenzó a sentir cómo había cada vez más peso sobre él. Podía escuchar encima suyo a las decenas de cuerpos sin vida que trataban de morderle y al zombi que tenía justo sobre él rozando su cuerpo, le podía escuchar cómo castañeaba los dientes para tratar de morderlo, podía olerle el aliento; jamás había estado en el infierno, pero podría asegurar que, si iba, así sería su olor.

La carne podrida invadía sus fosas nasales al punto en el que comenzó a vomitar, además, acompañado del peso que se seguía acumulando encima de él y que le impedía respirar bien, estaba a punto de dejar de luchar...

Una ráfaga de disparos comenzó a resonar encima de él, y poco a poco sintió cómo el peso iba disminuyendo hasta el punto en el que sus pulmones lograron absorber aire otra vez. Cuando tomó al cien por ciento su conciencia, se levantó con los brazos empujando a los zombis que tenía sobre él y así logrando zafarse. Se arrastró como pudo para esquivar las balas que volaban encima de él y comenzó a gatear lo más rápido que podía para que ningún zombi pudiera lanzársele encima de nuevo. Estaba llorando, lleno de carne podrida y vómito.

—¡Levántese y corra, cabrón! —escuchó que una voz le gritó desde la valla de la frontera.

Hizo caso e instantáneamente se levantó a correr, podía ver cómo las balas pasaban a su lado como si fueran fuegos artificiales, lograba escuchar el silbido cuando surcaban el aire cerca de él. Corría como nunca lo había hecho antes en su vida, podía escuchar los gruñidos detrás suyo y casi sentía cómo le rasguñaban la camisa.

A unos treinta metros estaba la valla, había un par de soldados fuera, uno disparando y otro sosteniendo la puerta, éste último le seguía gritando que fuera más rápido. Estaba ya a pocos metros y de grandes zancadas logró atravesar la puerta y justo detrás de él entraron también los dos soldados cerrando la reja al instante.

—El refugio está a unos doscientos metros, vamos —le dijo uno de los sujetos que lo salvaron.

Los tres comenzaron a correr, disparando un par de veces a los zombis que les llegaban por enfrente. Extrañamente no llegaban tantos como era normal, si con Victor al tan solo patear una lata casi cien criaturas llegaron, era raro que con disparos solo se acercaran cinco o diez.

Estaba ya sintiendo cansancio en sus piernas de tanto correr, no estaba acostumbrado para nada ni tenía mucho menos condición física, además el esfuerzo que hizo cuando tenía a los zombis encima lo dejó agotado.

Corrieron casi tres manzanas hasta llegar a una puerta roja con un cartel que tenía escrito con plumón "Supervivientes dentro, toca tres veces". Un soldado se paró frente a esta e hizo lo que decía, dio tres golpes en ella y transcurridos casi treinta segundos, la puerta se abrió.

—¡Roger, Steve! ¡Gracias a dios están a salvo! —exclamó la mujer que abrió la puerta.

—Adentro, vamos —dijo el soldado a quien habían llamado Roger.

Había unas escaleras empinadas hacia abajo, parecía como si la puerta condujera a un sótano. Bajaron por ellas y llegaron a un gran salón de unos ciento cincuenta metros cuadrados, era inmenso, demasiado grande para ser un sótano común.

Un par de niños llegaron corriendo a recibir a los soldados con una gran sonrisa en la cara mientras decían "Volvieron, volvieron".

—¿Y Brad? —preguntó Roger mientras levantaba a uno de ellos.

—En la oficina, se pondrá feliz de verlos —dijo un niño.

Había alrededor de treinta personas por todo el lugar, unas estaban acostadas en camillas, otras en el suelo, y la mayoría estaba haciendo un círculo alrededor de Victor y los soldados.

—Ven, sígueme —le dijo Roger.

Steve sólo asentía con la cabeza, pero no decía ni una palabra. Victor hizo caso y los siguió por toda la sala hasta llegar a un pequeño cuarto que tenía una puerta de metal en muy mal estado.

—¿Brad? —preguntó.

La puerta se abrió casi instantáneamente y de ella salió un señor con canas y arrugas en la cara, parecía tener mínimo sesenta años.

—Me alegro tanto de verlos —les dijo con una gran sonrisa entre el bigote y la barba que tenía.

—Encontramos a este sujeto en la valla de la frontera... Estaban por devorarlo, pero alcanzamos a salvarlo... —dijo mientras apuntaba a Victor con la mirada.

—Mucho gusto... Señor —contestó Victor mientras le extendía la mano.

—Mucho gusto, hijo. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó Brad.

—Victor, tengo entendido que el suyo es Brad, ¿me equivoco?

—Para nada, Victor. Déjame darte la bienvenida —le dijo mientras lo tomaba del hombro y les hacía una seña a los soldados para que se retiraran—. Vamos a dar una vuelta por el lugar.

Victor asintió un poco nervioso.

—Veo que ya conociste a nuestros dos exploradores; Roger y Steve, son muy amigables, ellos se encargan de ir a buscar comida y todos los recursos que necesitemos. —Se le acercó lentamente al oído—. Steve es mudo, pero sí puede escuchar, sé discreto.




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