Día Z: Apocalíptico I

25-Demencia; Sammuel.

Despertó bruscamente de un golpe en las costillas.

Aún no terminaba se asimilar bien qué pasaba cuando recibió otro, y tras este uno más hasta que lanzó un grito de dolor. Escuchaba risas alrededor, eran varias, demasiadas al parecer. Parecía que había mínimo unas veinte personas en el lugar donde se encontraba.

Cuando por fin estuvo consciente notó que estaba colgando, amarrado por las muñecas de una viga y atado de los pies con una soga. Estaba inmóvil y había muy poca luz. Frente a él estaba un hombre calvo de complexión ancha con un palo en la mano que empleaba para golpearlo, tenía los dientes plateados y aretes colgando de sus orejas, además de piercings por toda su cara.

—¿Qué pasa? —dijo Sammuel casi susurrando, pues los golpes le sacaban el poco aire que absorbía. Los residentes respondieron con carcajadas.

—¡Estamos en el lugar donde dios no se atreve a mirar! —dijo el hombre calvo que lo golpeaba después de asestarle otro golpe, pero esta vez en las piernas.

El dolor recorrió todo su muslo hasta la rodilla y se quedó para punzar cada par de segundos. En toda su vida jamás se había sentido así de magullado.

—¿Y el general? —dijo aún sin lograr asimilar qué pasaba—. ¡Jack! ¡Jack! —comenzó a gritar como loco.

Un nuevo golpe con el puño azotó sus labios, partiéndolos y haciendo que un hilillo de sangre le recorriera el mentón.

—¡¿La pequeña niña blanca va a hablar de nuevo?! —gritó el que lo estaba azotando.

Sammuel lo miró directamente a los ojos y escupió en su rostro un conjunto de saliva con sangre. Cuando el calvo le iba a pegar de nuevo, una voz que sonó desde el fondo gritó una orden.

La escasa luz que salía de una lamparilla en el techo sólo iluminaba a Sam y al sujeto que lo golpeaba, tras ellos sólo se miraban cómo bailaban sombras y siluetas de un lado a otro.

El hombre que rugió la orden de que se detuviera la tortura salió de entre esas sombras, examinó a Sammuel y aplaudió como señal para que encendieran las demás luces.

 

Era una bodega; había cajas por todos lados y más cuerpos colgando amarrados de la misma manera que él, sólo que los demás no se movían, parecían muertos. Los espectadores tenían todo tipo de armas primitivas, palos, tablas con clavos, uno que otro tenía un cuchillo o machete y todos vestían casi igual, de cuero negro; Chaquetas, chalecos, botas, cinturón, peinados exóticos y pantalones negros con cadenas colgando por todo el cuerpo. Parecía una banda de motociclistas a simple vista.

—Coplan, ya déjalo, es suficiente —volvió a decir el sujeto mientras se acercaba aún más. Vestía un pantalón negro, una camiseta de cuello de tortuga y una chaqueta encima, todo igualmente negro. Le tapaba la boca y parte de la nariz un paño con un dibujo de una mandíbula esquelética y así mismo unos lentes de sol.

«¿Estamos acaso en un funeral? ¿Cómo es que puede ver aquí adentro?», pensó Sammuel.

—Como ordenes, Rick —dijo a quién habían llamado Coplan.

Rick se bajó la pañoleta y se quitó los lentes. Tenía un ojo blanco, lo que significaba que lo tenía ciego y el otro ojo examinaba a Sammuel de pies a cabeza.

—¿Y ustedes son? —preguntó Sammuel casi como un suspiro. La verdad le importaba una mierda cualquier cosa que tuviera que ver con ellos, pero necesitaría tiempo para pensar cómo escapar… o para que lo rescataran, en su defecto.

—Somos los Hueso y Sangre, la pandilla más temida de todo Nevada. —Intentó causar impacto con sus palabras, pero sólo sonó como un completo imbécil.

—¿Acaso acaba de decir "hueso"? —dijo mientras esbozaba una ligera sonrisa.

Rick lo ignoró y continuó mirándolo.

—¿Qué hacías con los militares? ¿Te estaban llevando a Seattle?

Sam afirmó con la cabeza.

—¿A dónde se dirigirán ahora? —le preguntó—. Nos vendrían bien armas militares ¿No, muchachos? —dijo mientras se volteaba a los espectadores.

—¿A caso están dementes? —exclamó Sammuel—. ¿Qué no ven que lo que más necesita la humanidad es estar unida? —gruñó—. ¡Vayamos a Seattle todos! Ahí podemos...

No alcanzó a terminar cuando Coplan le asestó un golpe en el abdomen con el palo, sofocándolo.

—Óyeme bien, muchacho —le dijo Rick mientras lo tomaba de la mandíbula y se acercaba a su rostro—. Con el ejército ocupado y las otras pandillas muertas, cuando el planeta se vuelva a recuperar, nosotros seremos la pandilla más grande de todo Estados Unidos. ¿Oíste? Seremos los dueños de todas las calles, estamos aprovechando todo este caos para expandirnos y hurtar todos los recursos que queremos. —Le comenzó a apretar muy fuerte la mandíbula—. ¡Así que necesito que me digas a dónde se dirigen ustedes y su equipo! Si llegáramos a donde están en estos momentos nos acribillarían, necesitamos hacerles una emboscada y tomarlos por sorpresa. Creo que esa será la única manera por la cual podremos vencerlos.

«Él sabe en dónde se encuentran los demás», pensó Sammuel rápidamente.

—Dígame dónde están mis compañeros —le suplicó—. Podremos llegar a un acuerdo y darles todas las armas que necesiten, sólo déjennos ir…




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