Día Z: Apocalíptico I

1-Amanecer; Sammuel.

—Sammuel, despierta —le dijo su madre mientras lo movía de un lado a otro.

Sam fingía dormir, recordaba cómo lo levantaban para ir al colegio hace ya muchos años, más de los que le gustaría contar. Detestaba levantarse temprano para ir a su aburrido trabajo, y aún más cuando se quedaba dormido y debía hacer todo más rápido para evitar llegar tarde.

—Madre... hoy es sábado... —contestó como pudo mientras se envolvía en las mantas.

—¿Enserio? —Su tono fue de confusión.

—¿No tomaste tus pastillas al levantarte, cierto?

Su madre necesitaba medicamento para controlar su leve Alzheimer desde los cincuenta y dos años, ahora tenía cincuenta y cinco.

—Oh... Al parecer sí —dijo entre risas.

—Anda, ve a tomarlas. No quiero que olvides donde dejaste tu cabeza. —Hacía lo posible por no quedarse dormido de nuevo.

—¿Dónde qué? —preguntó confusa.

—Olvídalo mamá, ve por tus pastillas, anda —replicó. Su madre rio con disimulo y salió de su habitación

«Joder... que flojera tengo…», se dijo mientras se sentaba en su cama y miraba a su alrededor.

Tomó su celular y vio un mensaje de Jack, el único amigo que tenía, invitándolo a jugar baloncesto. Recién lo había recibido hace apenas diez minutos, así que probablemente aún se encontraba en la cancha esperándolo.

Se levantó de la cama y se vistió lentamente con la pesadez y cansancio que su trabajo le producía por levantar y transportar cajas a veces del doble de su peso. Salió de su recamara y se encaminó a la cocina.

—¿Qué preparaste, madre? —preguntó de manera obvia, pues podía oler el jamón y los huevos de la estufa.

—Huevos con Jamón, Sam —le respondió justo antes de meter en su boca dos pastillas y tragárselas con agua.

—Perfecto —bostezó

Tras desayunar, se levantó de la mesa y salió del departamento, vivía en el séptimo piso de un viejo edificio.

Vestía unos jeans negros con una camisa blanca y una sudadera negra, llevaba puesto el gorro y unos audífonos. Caminaba entre las calles mientras miraba a los niños pasear en sus bicicletas y a los padres vigilarlos de lejos. Pensaba cómo el mundo era tan repetitivo siempre. La simple razón de creer "Mañana será otro día" lo dejaba confundido, pues a fin de cuentas el día era igual que el anterior.

«A este mundo le hace falta algo innovador, y no simplemente celulares ni tecnologías nuevas... Algo en que centrarse además de tan solo el trabajo, la casa y el parque», pensó mientras los miraba.

De pronto, por no prestar atención a dónde caminaba, chocó con alguien.

—Vaya, con cuidado, Sammuel —le dijo.

—Ah, Eduard, ¿qué tal? —contestó mientras se quitaba uno de los audífonos, realmente no quería detenerse a conversar.

—Bien, gracias. Regresaba del restaurante donde almorcé. ¿Tú vas a algún lado?

Vestía un saco negro con un pantalón de vestir del mismo color y una corbata roja.

—Iba a… jugar baloncesto, ¿vienes? Estará Jack también.

—Jack Brandon Gutiérrez —dijo con un tono de odio—. No, Sam, gracias. Tengo prisa... debo... irme. Hasta luego. —Se fue a toda prisa sin mirar atrás.

—Nos vemos —respondió en voz baja, ya estaba demasiado lejos como para que lo escuchara.

Sam llegó a la cancha de baloncesto y ya estaban en medio de un partido.

—¡Eh, wey! —gritó uno de los que estaban jugando—. ¡Llegó tu amigo el gringo, Sam!

—Hola, Rogelio —saludó Sammuel mientras dejaba sus cosas en las bancas; su sudadera, audífonos y celular.

—¡Hey!dijo Jack al verlo—. ¡Hasta que llegas, vato!

—No puse despertador, lo siento, sabes que aprovecho los fines de semana para dormir hasta tarde.

—No es para todos ese trabajo, ¿eh? —rio con disimulo.

—Basta, a jugar —finalizó.

Finalizaron el primer tiempo de quince minutos y Sam no pudo encestar al menos uno. Se sentaron un momento a descansar y comenzó a sentirse asfixiado, el aire le empezaba a faltar.

—¡Venga, Sam! Tómale tu madre esa. No quiero que te vayas a desmayar aquí.

—Claro —dijo mientras tosía—. Gracias por recordarlo. —Hizo notar su tono sarcástico.

Sacó su inhalador y absorbió 3 veces. Pronto sus pulmones de nuevo reaccionaron bien y podía volver a respirar con normalidad.

—¿Oíste lo de las noticias, wey? —le preguntó Jack.

—No, ¿qué cosa? —replicó confundido. La televisión era lo que menos veía desde hace mucho tiempo.

—Dicen que Flamante hará otro atentado.

—¿Enserio? —Sintió que se mareó—. ¿Ahora qué harán?

—Ellos mismos lo confesaron, cabrón, eso es alarmante, pero por ahora no se sabe con exactitud lo que traman.

—¿En dónde lo harán?




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