Día Z: Apocalíptico I

6-Compañero; Sammuel.

Hasta arriba a su piso se escuchaba cómo golpeaban las puertas de metal del edificio, no tardarían en derribar la puerta y entrar como si de los propios inquilinos se tratara. Miraba por la ventana y observaba a toda la gente corriendo, gritando y comiéndose a otras en las calles, era como un apocalipsis caníbal, una pesadilla. También miraba cómo se amontonaban en puertas de casas, tiendas e incluso encima de cuerpos sin vida. Su madre estaba temblando y rezando, pero en dadas circunstancias seguramente dios les estaba dando la espalda a todos, en especial a los que eran comidos vivos allá afuera.

Ya había llamado a su hermano Joshua. Le dijo que todo era lo mismo, que estaba seguro en su casa con su mujer y que ya había visto al ejército, además de que por la radio no dejaban de dar instrucciones para mantenerse seguros. Sammuel le aseguró que en cuanto pudiera, iría por él, que tratará de estar siempre con el teléfono a la mano.

Su madre tenía puesto el canal de noticias, como todo mundo que estuviera en su casa, y miró él mismo las instrucciones. El locutor parecía preocupado y nervioso, quizá tenía a su familia en casa y quería ir corriendo hacia su hogar para verificar que estén a salvo, pero en esos momentos nadie lo estaba, ni siquiera en su propia casa, los caníbales afuera de su edificio se lo recordaban tras cada golpe que daban a las puertas principales.

—Repetimos las instrucciones de seguridad brindadas por el Departamento de Salud y del Departamento de policía de los Estados Unidos —decía el tipo—: 1; si le es posible, no salga de casa. 2; tenga a la mano el botiquín de primeros auxilios. 3; tenga su comida racionada y contada. 4; avise a todo familiar lo mismo que nosotros le estamos avisando a usted, mantenga seguros a sus seres queridos, no sabemos cuánto tiempo estaremos bajo este caos. —El labio le temblaba como gelatina y sudaba como si estuviera en un sauna.

Sammuel tomó el control de la televisión y cambió de canal a otro noticiero. Estaban entrevistando al jefe del departamento de policía.

—¿Usted qué cree que sea lo que les está pasando a todos allá afuera? —le preguntó un tipo.

—Pues... Es algo extraño a decir verdad. Si de algo estamos seguros es que se trata de algo que nunca nadie había visto antes, ni los mejores doctores ni los más reconocidos biólogos. En estos momentos es cuando nos arrodillaríamos para que el doctor Roger Williams estuviera aquí con nosotros y nos diera una explicación o algo que tuviera sentido. A tan solo seis horas del atentado ya hemos mandado muestras del líquido que derramó el misil a varios laboratorios de las universidades más importantes del país. Nos han dicho que se trata de una bacteria, una nunca antes vista e inmune a todo lo que se ha intentado para erradicarla sin dañar la salud o integridad del infectado...

—¿Usted cómo les llamaría? —preguntó otro entrevistador con un tono de ansiedad, quería ser la portada del diario, aunque la realidad es que probablemente nunca vuelva haber periódico de nuevo—. ¿Infectados?

—Es gracioso, cuando mi hijo de doce años vio en la televisión lo que estaba sucediendo lo único que dijo fue; "diablos, Zombis".

Tras esta última afirmación sonaron preguntas por todos lados, destellos de cámaras encandilaron el espacio y Sammuel decidió apagar la televisión.

«¿Zombis?», repitió en su mente. Se recargó en la ventana y aspiró de su inhalador, el asma lo seguía consumiendo poco a poco.

De pronto, se escuchó un fuerte crujido en los pisos inferiores de su edificio a lo que Sammuel echó un vistazo por la ventana. Los "Zombis" acababan de tumbar la puerta y trataban de entrar mientras se empujaban unos a otros. Sam sintió que la sangre se le congelaba y se quedó paralizado unos segundos cuando de repente algo comenzó a golpear su puerta. Salió de su parálisis y tomó un cuchillo de los más largos que vio en la cocina para después quedarse apuntando a la puerta con el arma frente a él.

—¡Hey!, ¡Samuelito! —gritaron desde afuera.

Sintió que el alivio lo embargaba, era Jack. Rápidamente abrió la puerta y su amigo lo envolvió en un abrazo.

—Señora Carter —saludó Jack—. Que bueno que están bien, allá afuera todo es una completa locura.

—¡Acaban de entrar! —le recordó Sammuel—. ¡Tenemos que ir al techo!

—Por eso vine lo más rápido que pude, espero que desde ahí nos vea algún helicóptero.

Sam tomó su mochila y le dijo a su madre que se apresurara a salir, llevaba con ella un par de fotografías y una pequeña bolsa con varios recursos. Ya en los pasillos del edificio avanzaron sin titubear hasta llegar a las escaleras que llevaban a la cima.

Se empezaron a escuchar gritos y chillidos desde abajo, pero sin mirar atrás siguieron corriendo, la tensión que los envolvía era casi palpable, un ambiente tétrico se creaba con cada paso, cada luz parpadeante y cada sonido aterrador que procedía de los pisos bajo ellos. Al llegar hasta arriba había una gran puerta de metal que entre Sam y Jack empujaron, una vez que la cruzaron la cerraron para luego poner los seguros y así impedir que nadie más pasara.

Sammuel estuvo a punto de preguntarle a Jack sobre su familia pero las palabras se esfumaron antes de salirle de la boca, sabía perfectamente que sus dos padres murieron cuando intentaban cruzar el Río Bravo hace muchas décadas, sólo él pudo lograrlo en los brazos de su tío, quien fue deportado a los pocos meses de haber llegado a Estados Unidos. Jack vivió en casa de su tía hasta su fallecimiento un par de años atrás, ahora estaba solo en el mundo.




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