Día Z: Apocalíptico I

12-San Francisco; Sammuel.

Los gritos, los disparos y explosiones se intensificaron cuando el helicóptero se fue del edificio. Aunque eran menos que los que sonaron cuando estaban en Los Ángeles, aun así, seguían siendo sonidos a los que Sam no estaba acostumbrado. Se notaba lo que el soldado les dijo: que San Francisco había caído. Desde arriba parecía una ciudad fantasma, cubierta en su totalidad por una neblina densa que impedía ver correctamente.

Abrieron la puerta de la azotea y comenzaron a descender por las escaleras de espiral, las piernas les temblaban tras cada paso. No eran militares, no estaban entrenados para nada, sólo eran dos tipos que se hacían los valientes.

Jack estaba pálido.

—No es lo mismo matar zombis que pelear entre bandas —dijo cuando estaban descendiendo.

—Y yo que nunca en mi vida he utilizado un arma además de cuando me enseñaste a usar una —contestó Sammuel.

Del miedo, ambos tenían ganas de vomitar incluso los órganos, les faltaba el aire y a la vez sentían que se iban a desmayar.

Iban de puntillas, pero a paso acelerado, mientras bajaban las escaleras de dos en dos. Abajo se escuchaban chillidos y gritos de zombis, retumbaba por las paredes el sonido ensordecedor, les ponía los pelos de punta.

A Jack le resbalaban gotas de sudor por la cabeza calva como si estuviera lloviendo sólo encima de él, el miedo lo consumía.

Era un edificio de once pisos, (lo supieron porque en el último piso había un número once), y ya iban por el sexto cuando frente a ellos, por un pasillo, estaba alguien tirado encima de un charco de sangre. No estaba muerto pues se arrastraba al lado contrario a ellos, se alejaba.

Sammuel le hizo un gesto con la mano a Jack para que se calmara, pues ya estaba apuntando al sujeto con su arma.

—Pasemos de largo —susurró—. Ahorremos las balas.

Jack asintió y siguieron bajando. Por mucho que sus emociones lo controlaran, era inteligente.

Estaban a mitad del piso cuatro cuando una explosión sacudió el edificio, y seguido de eso se escucharon varios disparos.

—¡Ahora! ¡Vamos, Sammuel! —le dijo Jack un segundo antes de empezar a correr hacia abajo.

—¡Jack, espera! —dijo mientras lo miraba perderse en el tercer piso— ¡Pendejo!

Sammuel comenzó también a correr tras él y bajó de dos en dos los escalones. Cuando llegó al tercer piso sólo alcanzó a ver a Jack unos segundos antes de volver a perderse abajo. Sammuel quería gritarle, pero sabía que era mala idea, si lo hacía podía llamar el interés de los zombis que hubiera en las habitaciones.

Pasó corriendo todo el piso y bajó al siguiente. Lo mismo sucedió; sólo logró ver la cabeza de Jack perderse bajando al primer piso.

De nuevo emprendió el trote y bajó las escaleras. Justo cuando iba descender los últimos dos escalones chocó con Jack, que estaba parado inmóvil. Ambos cayeron al suelo.

Sammuel rápidamente descubrió el por qué se había detenido: Había seis zombis mirando a su dirección, ansiosos por correr hacia ellos y devorarlos. Todos comenzaron a gritar y soltar chillidos mientras comenzaban a dar tumbos en su dirección. Su andar era errático y parecían algo igual a bebés pequeños dando sus primeros pasos, sin embargo, eran igual o más veloces que un humano promedio.

Sammuel estaba a punto de decirle a Jack que disparara, pero se le adelantó. Los estruendosos disparos comenzaron a sonar por todo el edificio. Sam reaccionó rápido y le quitó el seguro a su arma para comenzar a abrir fuego junto con su amigo, al hacerlo, su primer disparo falló por metros, y la mano sintió que le retumbó hasta el pecho, no estaba acostumbrado a usar armas, ni siquiera sabía manejarlas como se debía.

Siguió disparando acertando pocas veces. Recordó cuando Jack lo estaba enseñando a usar un arma; la primera vez que disparó, el arma le golpeó la nariz. Aún recordaba las risas de todos los amigos de Jack, y a Eduard, el niño rico que le dejó de hablar a Brandon de un momento a otro. Era un misterio que ni su amigo ni Ed le querían contar, pero parecía algo grave.

Era extraño para Sam ver que Jack no fallaba ningún disparo, esperaba que nunca hubiera usado un arma contra una persona, pero sabía bien lo que se vivía en las calles con las bandas y pandillas mexicanas; la vida era difícil y se las tenían que ver duras para sobrevivir.

Los zombis eran torpes de cierta manera, no caminaban bien y tampoco tenían un rumbo fijo pues se tambaleaban de un lado a otro, sin embargo, esto también era una ventaja para ellos, todos sus movimientos eran desiguales e impredecibles.

Las balas de Sammuel se terminaron y no logró tumbar a ninguno, pero en cambio su amigo Jack se cargó a cuatro. Tomó otro cargador y lo introdujo en su arma, no fue difícil pues a parte de las clases de Jack, funcionaban muy similar a las armas de juguete de balines de plástico.

Las balas hacían un ruido estruendoso y pronto se escucharon pisadas en las plantas de arriba y en las escaleras, al menos quince zombis más se acercaban a toda prisa hacia ellos.

—¡Vámonos de aquí! —gritó Sammuel—. Tumbemos con el cuerpo al que queda obstruyendo la puerta. —Apuntó con la mirada hacia las puertas dobles que hacían de salida.




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