Día Z: Apocalíptico I

16-Contratiempos; Michael.

—No llegarán —le dijo a Joshua.

—¡Debemos esperar, por favor! —suplicó sin dejar de ver por la ventana.

—Josh. —Se acercó Michael—. Ya son las tres de la tarde. Ya hubieran llegado. No debemos perder más tiempo, quizá... se fueron de una vez a Seattle.

—¡Debo esperarlo! ¡Él dijo que vendría!

—Probablemente se toparon con problemas mayores, por dios, Josh, echa un vistazo allá afuera. Las calles son recorridas por cientos y cientos de zombis. Que los disparos hayan cesado no significa que el problema se haya resuelto, al contrario, tal parece que hemos perdido…

Michael le palpó la espalda a Josh, quien estaba cabizbajo. En el fondo quería creerle, pero sabía lo que había allá afuera y su hermano era tan sólo un chico común, sin nada especial que le pudiera hacer sobrevivir más que a los que habían corrido con mala suerte en el exterior, probablemente incluso en ese mismo momento estuviera ya muerto o convertido en zombi.

Mike lo dejó meditar en su asiento junto a la ventana y caminó hacia donde sus compañeros. Los miró y notó que tenían una expresión de miedo marcada en el rostro. Era normal, nunca en su vida habrían pensado que llegarían a combatir con criaturas así, con gente muerta, con esos monstruos salidos de la peor pesadilla. Eran cosas que sólo veían en las películas y videojuegos, no en la vida real. Todo parecía una ilusión, un sueño.

«¿Cómo hizo Flamante para crear algo así? ¿Ellos ya tendrán la cura por si se sale de sus manos? ¿Se ha salido ya de sus manos? ¿Esto es lo que planearon desde un principio? ¿Qué sentido tiene? Ah... Ojalá supiera el objetivo de toda esta porquería», pensó.

—Bueno, al menos no se levantaron de las tumbas —dijo Will, intentando mejorar el ambiente del lugar, hacer más amena la espera.

Todos cambiaron al instante su gesto y se les dibujó una sonrisa disimulada. No querían reír, y era entendible. Después de ver toda la muerte y el sufrimiento del exterior, reír parecía una burla, un gesto tan inocente llegaba con una ola de culpa que no los dejaba en paz.

 

—No te veo preocupado Martin —le dijo Michael. Llevaba todo el día sin conversar con su equipo. En el almuerzo todos estaban tan callados como en un funeral.

—Mi prometida vive en Seattle con sus padres. —Sonrió—. Ayer la llamé y dijo que estaba segura. Cero preocupaciones.

—¡Hay que ser cabrón! —rio Will mientras se levantaba y le daba un par de puñetazos en el hombro.

—Mire, Joshua. Está bien, hoy nos quedaremos aquí a esperar a su hermano, esperemos que de verdad llegue, créame que yo más que nadie desea que esté bien. Ya no hay cable ni celular, pero tal parece que sí sirve aún el radio. Encenderemos el nuestro y estaremos al pendiente de todo lo que suceda en la línea para así poder planear bien nuestro siguiente movimiento. Mañana a primera hora nos vamos con o sin su hermano. ¿Entendido?

—¡Por supuesto, sargento! De verdad, gracias... —respondió muy animado. El color le volvió al cuerpo y casi saltaba de la emoción.

Michael miró a sus compañeros y les hizo un gesto afirmativo, al cual le respondieron de la misma manera. Martin sacó la radio militar que llevaba en su mochila al momento en el que se fueron quitando el uniforme, porque, para pesar de todos, ya estaban con todo el equipo encima listos para partir, y la dejó sobre la mesa. Todos los soldados se posicionaron a su alrededor para escucharla.

Michael, por su parte, entró a su habitación y cerró la puerta para despejar un momento su mente y a la vez para idear un plan, de alguna u otra manera tenían que irse de San Francisco…

Necesitaban conseguir un vehículo. Era lo principal en estos momentos, con un carro o algo en lo que cupieran todos podrían llegar muy pronto y muy fácil hasta Washington para ir a Seattle. Miró por la ventana y observó siete autos, lo que era bueno, pero no estaba seguro si tenían la llave o si funcionarían. Aunque por la forma en la que estaban distribuidos y dadas las circunstancias en las que fueron abandonados, era muy probable que los dueños no hayan tenido tiempo de quitarles las llaves.

«Bueno, aunque no la tuvieran, Will puede encenderlo con el cableado», se dijo tras examinar un par de autos desde arriba.

Al prestar más atención hacia la calle, notó también a los zombis caminando de aquí para allá.

Eran tal vez el más grande problema, el verdadero problema.

Si los desgraciados no te mataban comiéndote, aun así, podían infectarte y convertirte en alguien como ellos, cosa que Mike no sabía si era mejor o peor. Deseaba no tener que matar a sus compañeros si algo así ocurría, esperaba con ansias que pronto se descubriera algún tipo de cura o algo por el estilo que ayudara con ese problema. Era tal vez lo más importante; no convertirse en zombi si eras mordido. ¿Cuántos compañeros y civiles pudieron haber sobrevivido con un par de mordeduras o heridas? Si tan sólo no se hubieran transformado por culpa de la bacteria.

 

—Deja de jugar con eso —le dijo William a Martin mientras éste último lanzaba la pequeña radio al aire y la atrapaba en un intento de divertirse para matar el tiempo.

—No se me caerá —afirmó Martin.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.